Los retazos de Jason y sus mujeres

Por José A.Cartán.
 
Como decíamos hace unos días tras la respectiva reseña de Los hombres-lobo de Montpellier, la pluralidad temática de Jason es una constante que ha sido puesta de manifiesto desde los comienzos del noruego en el universo del cómic. Ha plasmado mundos convencionales en los que primaba la angustia existencial y el dolor, la ausencia de la palabra en Espera o Chhht!, otros que estaban gobernados por figuras literarias como Ezra Pound o James Joyce en No me dejes nunca, mundos fantásticos en los que chirrían figuras medievales como en El último mosquetero o, incluso, ucronías en las que dictadores recibían su merecido antes de ejecutar un genocidio como en Yo maté a Adolf Hitler. Tras lo expuesto, es perfectamente apreciable la desenvoltura que posee Jason para convivir en espacios tan diferentes. Tal vez, la definición perfecta sería decir que el noruego no tiene un lugar común porque hay algo de él en todos ellos. Cualquier traje que se prueba le sienta bien, ésa es su gran virtud.  

Athos en América sigue la estela de Low Moon, un compendio heterogéneo de historias que resumen todo lo que simboliza su obra general. Aquí podemos encontrar un total de seis pequeñas historias de lo más variopintas, además de un anticipo bastante explícito de hacia dónde puede estar encaminándose el noruego y lo que podrían llegar a ser sus próximas obras. Tal y como hemos dicho en alguna otra ocasión, Jason es un autor muy influenciado por el séptimo arte y es extraña la ocasión en la que no le homenajea de alguna forma. Así tenemos en esta “antología” la historia coral de Tom Waits en la Luna, narrada desde el punto de pista de cada sujeto a través de pensamientos, y cuyas historias se unificarán en un desenlace con reminiscencias del cine de Iñárritu y La Mosca de Cronenberg. Igual ración cinematográfica aparece en Adiós, Mary Ann, en la que Jason se atreve a plasmar la estética gangsteriana de los años 20 en América y cuyo elenco de personajes son descritos como lo haría cualquier película de cine negro: torturados y guardando las apariencias. Éste decorado también aparecerá en el relato que da título a su última obra, en la que Athos, en otro capítulo de su omnipresente melancolía, rememorará sus años dorados en Hollywood. Por otra parte, en El caballo que ríe encontraremos un thriller con fuertes pinceladas alegóricas que retoman, en cierta forma, dos de sus primerizos temas en el mundo del cómic: el tiempo y la muerte.

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Finalmente, y dentro de este sexteto narrativo, hay dos historias que están fuera del ámbito temático que ha desarrollado Jason hasta el día de hoy, en Un gato venido del cielo y en El cerebro que no quería Virginia Woolf. En la primera de ellas, el autor noruego nos adentra en una historia, no sabemos si autobiográfica, que posee todas las directrices de la novelística bukowskiana: la presencia del alcohol, el sexo y los recitales literarios. La segunda mezcla ecos literarios de Frankenstein con otros más fílmicos como Irreversible o Memento, estos últimos en cuanto a la forma de narrar la acción, de atrás hacia delante y siguiendo los cauces inversos de la lógica temporal. Sin embargo, lo que más llama la atención de estas dos historias es el interés que tiene Jason de adentrarse en los asuntos de pareja, en la convivencia entre hombre-mujer y en la incompatibilidad que existe entre los dos géneros. Tema, el de los asuntos matrimoniales, que no había tratado de manera tan social como hasta la publicación de este Athos en América. En una de las páginas del cómic, junto con unas viñetas condensadas a lo largo de todo el volumen en un escueto 2×2, podemos ver una disputa matrimonial que está a la orden del día, además del reinante y lamentable maltrato de género. Jason nos muestra cómo el día a día solo va aportando un matiz más dañino y pernicioso al enamoramiento original, ya pretérito, ya extinto. El noruego se vuelve ligeramente más actual, pero mantiene el pulso y recupera, tras la anécdota que supusieron los licántropos franceses, una gracia que creíamos perdida.  

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