El viajero inmóvil – Ramón Rodriguez Pérez
El viajero inmóvil – Ramón Rodríguez Pérez – Editorial Paso de Cebra – 136 páginas
Por: Miguel Baquero
En la frontera entre lo cotidiano y lo artístico, en esa tierra en conflicto entre lo poco relevante y lo que tiene ya un valor estético, es donde se libra la batalla en esta colección de relatos, El viajero inmóvil, primer libro del escritor cordobés Ramón Rodríguez Pérez (Villa del Río, 1962). Al contrario que otros autores que se alejan, a veces muy artificialmente, de esa confusa frontera cuanto pueden y se sitúan en territorios cómodos para la ficción o la fantasía —pero a veces, por esa lejanía, bastante irreconocibles y al margen de la vida—, Ramón Rodríguez se emplaza en esa primera línea divisoria y concibe sus cuentos como la crónica de esa situación, de esa escena, a veces solo de ese momento en que, de pronto, cuanto hay de insulso a nuestro alrededor, de repetido y hasta de tedioso, se torna importante e incluso adquiere trascendencia. Es en esa confrontación entre la nada y el todo donde tenía lugar el realismo sucio o, lo que es lo mismo, la nueva forma de narrar cuentos que tanto ha venido influyendo en los escritores posteriores.
“Sea como sea, la vida de nuestro hombre se desarrollaba como la de la mayoría de los mortales, entre un fragor de coches en doble fila, facturas, hipotecas, futbol televisado, cañas, descafeinados de máquina y visitas al dentista. Una vida normal en la que no faltaba cada mañana el trasiego de niños hacia el colegio, el aroma del café y el colacao y el soniquete de las señales horarias de Radio Nacional de España advirtiéndole de la irreparable fugacidad del tiempo”.
Es de este barro de donde Rodríguez Pérez toma sus historias, y que para mí es la arcilla fundamental de la que hay que reunir la materia prima para luego modelarla a gusto e intentar convertir el conjunto en algo estético. A la manera del realismo sucio, como digo; en el caso del escritor cordobés, esta forma de tratar el material se caracteriza por su sentido del humor, por una disposición a la sonrisa y a veces a la ironía que, en el fondo de todo, guarda no un deseo de hacer burla feroz y cruel, sino una profunda humanidad que, en último caso, hace que veamos y nos compadezcamos de la vulnerabilidad incluso de los personajes más ridículos, como aquel que se considera, y es considerado escritor nada más que porque durante toda su vida ha estado rellenando crucigramas y gracias a ello tiene una cierta culturilla y, sobre todo, una forma de hablar llena de rimbombantes sinónimos; o como ese otro personaje a quien, de repente, y de tanto pensar en el asunto, le irrumpe, pujante, un miembro viril imposible de disimular en medio de la frente…
Hay relatos realmente conmovedores, como el titulado “Kilómetro doce”, la historia -por abundar en ese compromiso con lo cotidiano- de un fracaso común, sin estridencias, de un fracaso de los que cada día suceden a millares de personas en el mundo, pero que no por ello ha de merecer menos atención, como Ramón Rodríguez demuestra. Hay igualmente bastantes relatos en los que el hecho literario cobra un protagonismo fundamental, en forma de manuscritos de escritores sagrados que de pronto se encuentran en mitad del polvo, o en forma de pobres aficionados a las letras que se sienten realizados, e ilustres, por el simple hecho de haber ganado un concurso local… Y hay, por último, un muy divertido relato de ciencia ficción en que se narran las aventuras, o por mejor decir, las rutinas de un zahorí en Marte a la hora de buscar agua…
En el haber del escritor, importante haber (y desde luego razón más que fundada para estar al tanto de tu trayectoria), habría que destacar, sobre todo, esa obligación para con la realidad y la vida sencilla y cotidiana a la hora de escoger sus historias, así como el modo de desarrollarlas sin estridencias, con humor, pero siempre con el humanismo suficiente para frenarse un segundo antes de incurrir en la mofa o en la caricatura, en el punto justo en el que los personajes se muestran desnudos. Y en el debe (escaso debe, en realidad) de este volumen habría quizás que reprocharle al autor su excesivo gusto por los nombres rurales, estrambóticos, un tanto desfasados, que inevitablemente provocan en el lector una extrañeza inicial que le dificulta, de primeras, a la hora de conseguir esa identificación y esa empatía que finalmente, y pese a todo, se consigue.
Me ha gustado el libro de Ramón Rodríguez, en especial el relato que da nombre a la obra «El Viajero Inmóvil» y el titulado «Zona Cero» . En general son relatos inteligentes, originales (el que se refiere a Borges) que entretienen y mantienen la atención, aunque tengo que decir sinceramente que en alguno, a mi modesto entender cae en lo chistoso, un poco a lo Gila, pero es un lapsus, y como digo la obra merece un notable por su ingenio y sarcasmo inteligente.