Ese vago resplandor

Por Alfredo Llopico

 

 

“El resplandor como tal no existe. Significaría que hay justicia e igualdad. Y yo no las he visto. Pero sin un vago resplandor nos vamos todos al carajo”. Es lo que afirma Emma Cohen, exploradora eterna y aventurera de ojos verde mar, ahora un tanto achicados, pero satisfechos al ver cómo la solidaridad sigue y puede ser plena. Satisfecha de seguir viendo el agua, la tierra, el viento y el sol. Satisfecha al gozar por la visión de la belleza. Lo dice ella, que formó parte de las cómicas del colegio y que al crecer descubrió, molesta, que ser mujer cerraba muchas puertas y que no quería aceptar el destino ya previsto de formar una familia. Porque lo que quería era “vivir y experimentar”.

 

 

 Por eso, cuando en 1968 fue a Nancy con la compañía teatral de Adrià Gual y vió “otros mundos” se dio cuenta de que “España estaba en la edad de piedra”. De regreso se bajó del autobús en los Pirineos, decidió darse la vuelta y romper con la vida que había llevado hasta entonces. En autostop llegó a un París que se preparaba para las armas: era el 1 de mayo de 1968. “Empalmamos directamente con la manifa. Después de unos días me cogieron, me quitaron el pasaporte y me enviaron a España. Pero aquellos momentos fueron un trastoque vital. Fue una experiencia muy intensa que me marcó para siempre. Tenía 21 años y lo viví desde dentro. No tenía nada. Acababa de irme de casa en un acto de búsqueda de mi misma, no por molestar, sino por no morirme de asco. Vivía y dormía en los lugares donde se desarrollaban los hechos, y se me ha quedado grabado. Lo guardo en mi recuerdo, mi comportamiento, en mi hacer, y en mi creación artística”.

 

 

De regreso a Barcelona pronto se convertiría en “esa chica del 68”: guapa, rebelde, activista, reivindicativa, una de las «musas» de la Escuela de Barcelona con la que todos querían bailar en la mítica Bocaccio. Sin embargo, y a pesar de ganarse la vida en la pantalla y el escenario, Emma Cohen no quería ser actriz. Enamorada de la biología, deseaba ser médico. También le atraía el periodismo. “Pero mi padre –que era Teniente Alcalde de la ciudad- dijo: ‘¡Imposible! Médico es cosa de hombres, porque es muy desagradable. Y periodista no tiene una carrera universitaria’. Y ahí se acabó todo”. Así que empezó a estudiar Derecho. Y, aunque le hubiese gustado seguir siempre estudiando, entre otros motivos porque “terminar la carrera significaba que te casaban”, lo abandonó en cuarto curso al darse cuenta de que lo suyo era el mundo del artisteo.

 

 

 Contactó con un grupo que le inoculó sus inquietudes: “Allí estaban Mario Gas, Carles Velat, Carlos Trías, Gustavo Hernández, Cristina Fernández Cubas… Con ellos me di cuenta de que se podía aspirar a otras cosas. Descubrí a Faulkner y Artaud, yo, que hasta, entonces había leído “El Corsario” y “Alicia en el país de las maravillas”, y poco más. Hicimos teatro”.

 

 

 Pero los años sesenta y setenta eran los del landismo, el ozorismo, Pajares y Esteso. “Cine alimenticio… Tenía que comer y pagar el alquiler”. “Las petroleras” o “Mayordomo para todo” fueron algunos de los títulos de una etapa en la que se sintió en otro mundo. “Yo era una marciana y todos me veían como a una marciana, con lo cual me hacían sentir más marciana”, resume. Sin embargo, en el rodaje de la película “Pierna creciente, falda menguante”, de Javier Aguirre conoció a Fernando Fernán Gómez, que luego sería su pareja durante casi cuarenta años. “Con Fernando alcancé sintonía plena y mi vida fue suya, fue un hallazgo soberbio, fantástico: fue como encontrar el oasis que necesitaba para permanecer en esta ciudad sin amargarme”. Pero un día, después de haber trabajado con Jesús Franco, Gonzalo Suárez, José Luis Garci o Eloy de la Iglesia y haber obtenido prestigiosos reconocimientos, “me cansé, pensé que la vida es muy corta y para qué sufrir. Y me dediqué a hacer mis cosas”, o sea, escribir guiones de largometrajes, dirigir cortos, escribir artículos, entrevistas, cuentos, hacer collage, hacer de Gallina Caponata, escribir novelas y estar con Fernando “el pelirrojo”… “Me otorgué vivir lo mejor que yo podía en mi situación”, asegura.

 

 

 Hay quien afirma que Enma Cohen es una mujer melancólica y entusiasta a partes iguales. Ella misma opina que siempre ha tenido algo de insensato. Probablemente por eso siempre ha acometido con determinación cuanto le ha gustado hacer. Nunca quiso sentirse vencida por las circunstancias exteriores, las imposiciones sociales y todo aquello que nos impide disfrutar a tope de la vida. Y aunque afirma que con los años se pierde en vida, en seres queridos y también en tersura, también es cierto que se gana en recuerdos. Pero aparentemente sigue siendo la misma de siempre. Por eso, la chica rebelde del 68 viene el próximo miércoles al Edificio Hucha de la Fundación Caja Castellón con “Ese vago resplandor”, una novela mitad policíaca, mitad autobiográfica en la que recrea su infancia cuando veía a los sin techo como “seres mágicos y libres”. Y a demostrarnos que está en plena forma.

One thought on “Ese vago resplandor

  • el 20 enero, 2012 a las 4:11 pm
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    Esa actividad fue el miércoles 18 de enero de 2012

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