Sergio Prego: repintando el blanco de blanco

Sin título, Sergio Prego, 2011. Fotografía: Galería Soledad Lorenzo

Por Alberto Peñalver Menéndez.

 

Los museos siempre son blancos. Un blanco de una aterradora neutralidad, de un carácter aséptico que parece desnaturalizar el espacio y que se dobla a las exigencias homogeneizantes del capitalismo posmoderno. Sin embargo, este color tuvo unos propósitos muy distintos cuando fue introducido en la arquitectura moderna de la mano de Le Corbusier y compañía: para el suizo, el blanco simbolizaba la pureza y la renovación moral con la que aspiraba depurar la arquitectura y erradicar el decorativismo barroco de los movimientos que lo precedieron.

 

La obra que Sergio Prego presenta en la Galería Soledad Lorenzo (Orfila 5, Madrid) reaprovecha este mismo blanco para crear un gigantesco cilindro neumático fabricado con poliéster y PVC que recubre por entero la galería. El visitante es invitado a entrar dentro de esta estructura a través de un orificio; en su interior, un inmenso espacio blanco en donde la lona se ciñe a las paredes y techos, repitiendo la estructura arquitectónica de la sala. De esta manera, Prego nos sitúa en un lugar abstracto y yermo que se define precisamente por su vacuidad y por la anulación de nuestros sentidos.

 

Sergio Prego, Sin título, 2011. Fotografía: Galería Soledad Lorenzo

El blanco así deja de ser el color de la neutralidad conservadora y recupera su significado corbusiano original. Si Christo recubrió de blanco las fachadas exteriores de Reichstag para restaurar la inocencia artística de un edificio manoseado por el poder político, la instalación de Prego quiere transformar el espacio expositivo en un espacio virtual, una especie de realidad interdimensional. De esta manera, el vasco rasga las telas que visten la realidad y desvela un mundo desnudo. La única nota de color es el propio espectador, lo que lo resitúa como centro del universo.

 

La obra recuerda inevitablemente al Constructor, aquella realidad virtual en donde los protagonistas del filme Matrix programaban desde una tatami hasta una armario infinito de metralletas. Esta referencia que apunto no es banal: el trabajo de Prego incide en las relaciones entre lo simulado y lo real. Sin embargo, a diferencia de las visiones catastrofistas de los tecnófobos, esta virtualidad no se entiende como la falsificación de la realidad, sino como una oportunidad para la reinvención personal.

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