Daredevil y Unamuno: discutiendo con el cielo
Por Carlos Javier González Serrano.
Aunque en ocasiones los cómics de superhéroes sean erróneamente tomados como meros pasatiempos animados cuyo principal propósito es el de entretener a sus lectores, podemos distinguir –como casi siempre en todos los campos– distintos niveles o momentos de análisis.
El lector avanzado e inteligente de historietas de superhéroes sabe muy bien que ante sí no tiene un simple dibujo con algunas letras que guían el argumento hacia un final que puede ser más o menos previsible, sino que más allá de cualquier consideración superficial y angosta de miras, aquel lector contempla con verdadera idolatría una obra que supera con creces el contenido de libros repletos de supercherías filosóficas y fraudulentos métodos de autoayuda, hoy tan tristemente de moda.
Algunos de los periplos biográficos de estos personajes logran incluso alcanzar el contenido serio y riguroso de obras consideradas clásicas en el contexto del pensamiento y la literatura, con un ingrediente adicional que ensalza esta forma de contar relatos: la imagen, el retrato vivo de los protagonistas de la trama, componente que invita al lector a sumergirse en una experiencia que casi podríamos catalogar de artística, en tanto que participa, a la vez, del instrumento más valioso a la hora de investigar los procesos psicológicos humanos (la palabra), y la herramienta más útil para empatizar con cualquier suceso (la imagen).
En el caso de Daredevil (Matt Murdock en su identidad no superheroica) nos enfrentamos al problema de la relación entre los seres finitos (y que se saben finitos) y Dios –lo que puede llamar mucho la atención si tenemos en cuenta que el universo de los superhéroes pasa por ser un espacio tradicionalmente laico, por mucho que Thor o Wonder Woman sean a veces presentados como divinidades o que la relación que Superman mantenga con su desaparecido planeta pueda tacharse de casi religiosa. En cualquier caso, los creadores y redactores de los cómics que cuentan los avatares de los superhéroes no tienen como finalidad última, por regla general, desentrañar las inquietudes teológicas de los protagonistas, e incluso podemos hablar de una auténtica falta en este sentido.
Daredevil nos ofrece en este contexto una feliz excepción. Matt Murdock toma contacto con la delincuencia muy tempranamente; se cría en un barrio muy humilde de Nueva York (Hell’s Kitchen). Su padre es un boxeador profesional que asiste al ocaso de su carrera, mientras que su madre abandonará el domicilio familiar muy pronto. Aunque educado en la fe católica, nuestro protagonista vive enfrascado en continuas dudas al respecto de la providencia, el destino y la relación entre Dios y los hombres. De igual manera que el Unamuno de la crisis de 1897, Matt Murdock se declara católico, pero a ambos les une algo más que esta creencia, y tal elemento es precisamente la duda, el hecho de vivir en conflicto con los dogmas aparentemente establecidos.
De igual manera que en el autor español la religión actúa como acicate para la revisión de las directrices católicas, encontramos en las aventuras de Daredevil una difícil relación con la educación religiosa recibida a medida que conoce el funcionamiento del mundo: ¿cómo un Dios providente y misericordioso puede permitir tan mayúsculo debacle moral y tan ignominioso trato entre personas? –los más egregios lectores no dejarán de notar la correspondencia de tales interrogantes con algunos pasajes bíblicos: «Miré con envidia a los impíos viendo la prosperidad de los malos» (Salmos, 73), o en el Libro de Job: «¿Cómo es que viven los impíos, se prolongan sus días y se aseguran en su poder?». Esta complejidad interior, que cuestiona los mandatos de la fe antes de aceptarlos asépticamente, es lo que hace de Daredevil un superhéroe tan interesante, hasta el punto de que éste llega a interpelar a Dios de la siguiente manera (y que se diga, después, que los cómics no contienen verdadera literatura):
Cada noche, haces que se represente ante mí una obra inmoral. Me muestras la disparidad entre la magnificencia del hombre y sus acciones; eones de evolución, y aún estamos buscando esquinas oscuras para satisfacer nuestros impulsos más bajos. ¡Qué decepcionante debe resultar, para ti, vernos en la peor de nuestras caras! Si es que en realidad existes.
Daredevil: Guardian Devil
La lectura de los cómics de Daredevil nos conduce a pensar, de modo similar a lo que ocurre tras el estudio de las obras ensayísticas de Unamuno, que la auténtica fe religiosa no consiste tanto en ostentar una certeza absoluta (y por tanto racional, meramente intelectual) sobre cuestiones más o menos embrolladas, todas ellas relacionadas con Dios, sino que más bien se trata de un compromiso adquirido –libremente– con ciertos valores considerados como superiores. Y es en este sentido en el que podemos considerar a Daredevil como un hombre de fe, en tanto que se compromete, aun sin ser desde luego un santo, con realidades eternas que sin embargo puede llegar a entender sentimentalmente: esperanza, justicia y amor. Cuando el detective Nick Manolis echa en cara a Daredevil no haber acabado con la vida de un criminal (bajo el argumento de que «lo merecía»), nuestro superhéroe responde de esta manera:
Nick, hombres como Bullseye gobernarían el mundo si no fuera por una estructura de leyes que la sociedad ha creado para mantener dominados a tales hombres. En el momento en que un hombre quita la vida a otro hombre con sus propias manos, está rechazando la ley y actúa para destruir esa estructura. Si Bullseye es una amenaza para la sociedad, es la sociedad la que debe hacerle pagar el precio, no tú. Y tampoco yo. Yo… Yo quisiera que él muriera, Nick. Odio lo que hace… lo que es. Pero no soy Dios. No soy la ley. Y no soy un asesino.
Daredevil, 169
En definitiva, para Daredevil no son nuestros genes ni nuestros dogmas lo que nos definen en última instancia, sino las decisiones que tomamos en el mundo. Un mundo que lejos de reflejar la mano de un dios bueno y providente, puede mostrar en ocasiones una cierta luz que ilumina la gran tiniebla que cubre todo… Una luz que, si bien tenue, nos conduce hacia el único rayo que puede encaminarnos a la –buena– acción: la esperanza.
Genes, dogmas, decisiones
¿no están demasiado embrollados para hacer un ejercicio separatorio?
por qué no escuchar lo concreto de uno y amarlo tal cual