Álex de la Iglesia: “Es difícil recuperar la dignidad”
Por Luis Muñoz Díez.
Fotografías: Joaquín Fernández.
Álex de la Iglesia tiene un buen saldo profesional, un montón de entradas vendidas en taquillas, más de una veintena de nominaciones a los Goya, su paso como presidente de la Academia de Cine de 2009 al 2011, unas dotes indudables de político con las que consiguió llevar al cine español al Teatro Real para celebrar su 25 aniversario y su dimisión como presidente de la Academía de Cine cuando la «ley Sinde» empezó a ser una patata caliente dada la respuesta social. No es poco el bagaje que este cineasta, nacido en 1965 en Bilbao, trae al madrileño Hotel Mé para presentar La chispa de la vida (2011), una película protagonizada por la estrella televisiva José Mota y otra estrella, Salma Hayek, acompañados en un ejercicio coral por un grupo de primeros actores como son Juan Luis Galiardo, Blanca Portillo, Fernando Tejero, Carolina Bang, Juanjo Puigcorbé, Antonio Garrido y Manuel Tafallé.
Álex de la Iglesia: “En las situaciones más dramáticas hay que saber encontrar un punto de comedia”.
Álex de la Iglesia es uno de los cineastas más atractivos del panorama cinematográfico. Con un carisma indiscutible y un discurso fluido y coherente. Es un regalo para la prensa, porque todo lo que hace genera comentario. Cuenta con una cabeza muy clara unida a una bácara con lo que consigue salir siempre bien parado.
Antes de dedicarse al cine se licenció en Filosofía por la Universidad de Deusto, y con sólo un cortometraje, Miradas asesinas (1991), consigue que Pedro Almodóvar se involucre con su productora El Deseo en su primer largometraje, Acción mutante (1993), y con su segundo trabajo, El día de la bestia (1995). Se consagra llevándose seis Goyas, incluido el de mejor director de una Academia que acabaría presidiendo, y a partir ahí consolida una carrera con claros y oscuros pero sólida, donde nadie le regatea su puesto. Perdita Durango (1997) fue una producción ambiciosa que no funcionó. Muertos de risa (1999) le vuelve a reunir con Segura, con el que algunos quieren ver similitud cuando no hay ninguna. Hacen un cine completamente diferente y lo que tiene es una buena relación entre director y actor, faceta en la que Segura se maneja muy bien. La comunidad (2000) marca otro punto de inflexión en su carrera y un resurgir de la película coral, con una visión amplia y honda del comportamiento humano, capitaneada por la actriz Carmen Maura, que ganó un Goya por su interpretación. En 800 balas (2002) pierde un poco el pié pero lo recupera con otra comedia negra y asfixiante Crimen ferpecto (2004). Luego llega la adaptación de Los crímenes de Oxford (2007), una producción con una imagen brillante, aunque quizá muy fría, y su Balada triste de trompeta (2010), con la que consiguió uno de los galardones más codiciados para cualquier cineasta: El león de Plata al mejor director y el Premio de la Mostra de Venecia al mejor guión de 2010.
Tenía La chispa de la vida (2011) aún en periodo de asentamiento en mi cabeza, la había visto esa misma mañana en el cine Princesa, en una sala llena de prensa. A mí, a momentos me ha emocionado, a momentos me he autocensurado de ser complaciente con el posible buenismo, de todas formas defiendo su mensaje positivo. He oído muchos comentarios, pero lo que me interesa es que sea el propio Álex de la Iglesia el que cuente cual es la intención de su película.
¿Qué has querido contar en La chispa de la vida (2011)?
He querido hacer una tragicomedia sobre la historia de un creativo publicitario parado, que sufre un accidente después de un mal día. Como es rechazado en todas las agencias a las que acude a pedir trabajo, vuelve a la empresa donde trabajaba y es rechazado después de que se ha humillado. Todo para nada, y es posible que no vuelva a trabajar nunca. Desesperado, en vez de aceptarlo, asumirlo y volver a casa, hace lo que hacemos muchos: mirar al pasado y volver a un momento feliz. Se va de Madrid a Cartagena cantando con el CD a todo volumen en busca del hotel donde pasó su luna de miel. Pero el hotel ya no está porque en su solar han encontrado las ruinas de un teatro Romano. Este hombre entra y están presentando el museo del anfiteatro a la prensa, están todos los poderes, todas las instituciones, el Alcalde, la directora del museo y, sobre todo, están todos los medios de comunicación. Tiene un accidente, cae y se clava una barra de hierro en la cabeza que lo inmoviliza, pero él se encuentra bien, está consciente y no entiende porque no se puede mover.
Como él se ha dedicado a la publicidad se dice “a ver si va a ser esta mi oportunidad y gracias a esto voy a poder sacar adelante a mi familia”, que es lo único que le preocupa, y decide poner a la venta su alma e intenta vender la exclusiva de su propia muerte en directo a una televisión.
¿Hay que reírse para tolerar el drama?
Es una salida en las situaciones más dramáticas saber encontrar un punto de comedia. No sé si te habrá pasado, pero yo he tenido unas ganas infinitas de reírme en un funeral, y es lo que ocurre en la peli, se genera una especie de tragicomedia clásica, y este hombre está rodeado de una serie de individuos que más que personas representan posturas ante la vida. Está representada la política, la prensa, la cultura… y cada uno va a su propio interés, y ese círculo nos rodea a todos cuando vivimos y cuando sufrimos, porque en el fondo, la película, es un poco como me siento yo, como nos sentimos todos. Descubrimos una cosa nueva y si cambiamos de postura nos desestabilizamos o nos morimos, como le pasa a Roberto en la película, y esa es la historia.
¿Es una película de buenas intenciones?
Yo creo que todas las películas deberían tener buenas intenciones, no pretendo contar solamente lo que siente el personaje, sino darle también soluciones, y quizá la solución sea esa: encontrar la manera de recuperar la dignidad.
No quiero reventar el final, pero como casi se plantea desde el principio, ¿tú crees que el público va a entender la postura de su mujer al final?
Sí, el público lo va a ver difícil, porque es difícil recuperar la dignidad. Santiago Segura me dijo “¿por qué no se lleva la pasta?” Pues, hombre, yo creo que precisamente esa es la clave de la película y la cuestión que plantean los dos personajes protagonistas, que son Salma y José. José dice que la vida trata de ganar dinero, y de eso trata la vida, y es cierto, quitando pues eso eufemismos y pretendidas alegorías de felicidad todos sabemos que la vida es cuestión de ganar dinero, porque hay que sobrevivir, y ella le dice que hay algo más, por ejemplo, el amor que siente por su familia, que es precisamente el motor de esas ganas de ganar dinero y de sobrevivir, que es lo importante. Ese es el conflicto, ¿hasta qué punto puedo seguir así?, ¿hasta qué punto estoy trabajando para alguien que ya no soy yo?, ¿cuando tú ya no eres tú mismo porque lo has dado todo para conseguir eso que buscabas y te has vaciado?, por eso, al final hay un rayo de esperanza en el momento en que ella se da cuenta de que tiene que dar una patada a la maleta.
¿El guión cómo llega a tus manos?
Me lo manda Andrés Vicente Gómez, lo leo de de un tirón, llamo a Andrés diciéndole que quiero rodar ese guión, y ya.
¿Se tenido que modificar mucho el original para rodar un guion de Randy Feldman en Cartagena?
El guión, obviamente, ha sufrido un proceso de adaptación para rodarlo, le doy unos giros, porque yo pensé que formaba parte de mi trabajo como director adaptar el guión a mi manera de ver las cosas, y entonces genero muchas situaciones que no estaban en el guión. La premura mediática y esa especie de jungla alrededor suyo existen en el guión original, porque eso es algo que se puede entender aquí o en América, pero lo que sí es mío es esa especie de embrollo social, y traslado la historia original, que transcurre en un edificio en construcción, y lo coloco en un teatro romano, y eso me da la oportunidad de generar nuevos personajes, al margen de que visual y técnicamente es mejor, como es el alcalde de la ciudad, la directora del museo. Se justifica la presencia de los medios y lo hace todo más comprensible y, a mi forma de ver, más interesante.
Es una película sobre el paro, sobre el poder, pero también sobre la importancia y manipulación de la realidad en los medios de comunicación, en este caso, la televisión.
Me hablan de la película comparándomela con El gran carnaval (1951), de Billy Wilder, y está presente, lo que pasa es que hay un factor que la proyecta y la magnífica que no existe en El gran carnaval (1951). En el gran carnaval es el periodista el que quiere sacar rendimiento, quiere sacar pasta, quiere destrozar una historia que en un principio es honesta, la de un hombre que ha sufrido un accidente, y es el periodista el que quiere sacar jugo a esa noticia, y aquí es la propia víctima la que está en una situación tan desesperada que quiere sacar rendimiento de su propia muerte.
Roberto vende su muerte en directo porque hay quien la compre.
Eso, eso es lo alucinante, que nosotros también somos culpables, porque nosotros también somos parte del espectáculo. Tenemos una visión de las cosas normalmente muy infantil, y es que el mundo se nos presenta como una especie de teatro en que nosotros estamos tranquilamente aferrados a nuestro alfiler y alrededor nuestro hay unos personajes a los que criticamos como desde una atalaya, como critican los jubilados las obras apoyados en una valla amarilla. Ponemos la mano en la valla amarilla y decimos “ya han movido la grúa mal y mira que mal mezcla ése el cemento”. Ese punto de vista nos acompaña siempre y es lo que realmente critica la historia, que somos nosotros el centro del problema. Somos nosotros los que tenemos que tomar decisiones, porque uno no es ni lo que pretende, ni lo que sueña, ni lo que le ilusiona, ni lo que mira. Uno es lo que hace, y José se da cuenta de lo que tiene que hacer en ese momento: salvar a su familia.
La película es coral, pero tiene un protagonista indiscutible, Roberto, interpretado por José Mota.
La película es Roberto y, por lo tanto, José Mota, y en cuanto le llamamos y dijo que sí reescribí el guión pensando en él. Con el resto del reparto he tenido una suerte increíble, cualquiera de ellos puede protagonizar una película, y Salma Hayek ha sido muy generosa. No ha cobrado su caché y ha hecho la película sólo porque la quería hacer, y hemos tenido la suerte de poder contar con ella, pero sólo dieciocho días porque tenía una película americana, y eso nos obligó a empezar el rodaje con José ya inmovilizado en el suelo.
¿Era arriesgada la elección de José Mota?
Me gusta trabajar con cómicos, porque es un truco narrativo, y es un truco porque trabajas con alguien que tiene una conexión con el público, que la gente ya quiere, y eso es muy bueno para la historia, y en el minuto cinco ya estén enganchados a José Mota. Además, al ser actores cómicos hay esa especie de ansia de “por favor, que me haga un chiste”, y es bueno para el drama tener esa ansiedad gozosa. Igual que era muy bueno contar con José Mota, en concreto, porque que es un actor que tiene la ilusión de quien hace su primera película. Una ilusión de niño, que le permite disfrutar con lo que hace y, por otra parte, tiene toda la experiencia de un actor que lleva años trabajando, y ha generado un trabajo, en mi opinión, excelente.
No es generalizar criticar a la televisión y no a determinada televisión.
La televisión, que tanto se critica en la película, es lo que a mí me ha llevado a ver cine, y hablo de ello porque me preocupa. La televisión, para mí, es algo importantísimo. Es el agujero a través del que vemos el mundo, es una especie de imago mundi, un Dios que nos da a conocer todos los personajes que pueblan nuestra cabeza, a todos los que dan sentido a nuestra vida, a todos los que odiamos, a todo lo que nos aburre, a todo lo que nos apasiona, y todo ocurre a través de la tele. Yo, las grandes películas de la historia las he visto en la tele, y luego he tenido la suerte de verlas en la gran pantalla.
Estamos muy influenciados por la televisión porque crecemos frente a esa pantalla que está en casa.
Uno no elije sus influencias, y a mí me han influenciado Mercero y Chicho Ibáñez Serrador, y en esta película, y en la inmovilidad de José Mota, está El asfalto (1966), de Chicho Ibáñez Serrador, y La Cabina (1972), de Antonio Mercero, que están en lo más profundo de mi corazón. Al final, las películas que más te influyen no las eliges tú, a mí me encantaría decir que el director que más me ha influido es Jon Ford o Dreyer, pero los que más me han influido han sido tipos como Mercero, Pedro Olea y Chicho.
¿Cómo ha respondido el público a la película?
Los pases que hemos hecho han sido muy emocionantes, porque el público se levantaba a aplaudir, y la idea era hacer una película para el público, que la gente disfrute y no aburrirla.
José Mota: “Desde que leí el guión de La chispa de la vida (2011) me apetecía emocionar contando una historia tan hermosa como ésta”
José Mota, nacido en Ciudad Real el 30 de Junio de 1965, no necesita presentación alguna, es un cómico muy popular. Primero, como miembro de Cruz y Raya, de 1989 a 2007, junto a Antonio Muñoz, y después él solo ha sido líder de audiencia con programas propios en televisión como La hora de José Mota, en el que aparece su famoso «hombre de la vara». En cine ha participado en varios Torrentes de Segura, pero esta es su puesta de largo para el cine, y así lo han considerado sus compañeros al haberle nominado como mejor actor revelación para los premios Goya.
¿Qué va a ver el público en las salas de cine que no haya visto ya de José Mota en televisión?
Intento dejar claro en cada entrevista que La chispa de la vida (2011) no es una comedia, que es un drama emotivo. Yo creo que la película es amarga pero también es esperanzadora, y creo que se habla poco de la esperanza, y ese es una de las razones que me movieron para aceptar la película, y porque pocos trenes pasan por la vida como este, un proyecto dirigido por Álex de La Iglesia, con un guión así, que habla del desempleo, de gente desesperada que se ve obligada a entrar en un juego que no quiere.
¿Cómo es Roberto?
Roberto es capaz de perder la dignidad por conservar la de su familia, que es lo que él hace, y la película tiene una parte amarga pero también tiene un sabor dulce, y me apetecía mucho meterme en el personaje de Roberto, contarlo y emocionar a la gente. Para mí, este proyecto ha sido un regalo, y desde que leí el guión me apetecía emocionar contando una historia tan hermosa como esta, porque es de verdad, es cruda, es negra, pero también habla de la esperanza y de la vida.
¿Fue difícil estar, prácticamente, durante toda la película tumbado y sin poder moverte?
Para componer el personaje de Roberto he tenido que enfocarlo desde mi verdad, y hablamos mucho Álex y yo de la dificultad de tener que estar prácticamente toda la película tumbado, sin poder mover la cabeza, porque tenía un hierro clavado, pero eso que era una dificultad a priori la hice una aliada mía, porque ese sufrimiento quise que formara parte del personaje, y me ayudó a componer a Roberto, tenía que valerse solo de la cara para poderse expresarse. Ha sido un sueño, realmente una película preciosa.
El público ha aceptado muy bien la película.
El público ha reaccionado muy bien. Estuvimos en un preestreno en Valencia y el público estuvo cuatro o cinco minutos aplaudiendo, fue realmente emocionante, quiero darles las gracias a Álex y Andrés.
Tanto el director, Álex de La Iglesia, como José Mota, coinciden en que Roberto vende su muerte en directo por salvar a su familia de la ruina, pero para mí, Roberto, por lo que me cuentan, entiendo, y no es nada que a mi gusto empañe al personaje, que también lo hace porque necesita un minuto de gloria en una vida llena de fracasos, y en su esfuerzo desesperado hay algo de pundonor para que no se le recuerde como un fracasado.
La chispa de la vida (2011) se estrenó en España el 13 de enero de 2012.
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