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HHhH

HHhH. Laurence Binet. Seix Barral. Barcelona, 2011. 400 páginas. 20 €.

 

Por Recaredo Veredas

Tan peculiar titulo es fiel reflejo de lo que contiene: una novela original, adictiva, moderadamente arriesgada, más o menos deconstruida (lo suficiente para mostrar cierto coraje, halagar la inteligencia del lector y no perder las riendas del bestseller) y un pelín tramposa. Una obra, en suma, que evidencia la aparición de un auténtico profesional de la literatura. De un autor que, posiblemente, no tenga mucho que decir pero sabe cómo exprimir su mensaje y, sobre todo, cuál es la fórmula de exhibición más eficaz. 

 

HHhH es otro eslabón de la apreciable recuperación de la novela francesa tras décadas de decadencia literaria y mediática. Un nuevo aliento que puede apreciarse tanto en el vigor de sus clásicos modernos (Michel Houllebecq, Pierre Michon, Pierre Bergounioux, Patrick Modiano) como en el éxito de sus bestsellers de qualité (Jonathan Littlle o el propio Laurent Binet) fronterizos entre lo literario y la explotación del agotador morbo del nazismo. Nota al margen: Binet parece consciente de su competencia con el ilustre vecino de Gracia y le dedica un par de punzantes comentarios. Debemos congraciarnos por este regreso y anhelar su continuidad. Un regreso triunfal de Francia complementaría la omnipresencia del maravilloso realismo norteamericano y restauraría la conciencia, la autoestima y el prestigio (falaz, pero qué prestigio no lo es) de nuestro maltrecho continente. 

 

HHhH camina en el terreno intermedio y resbaladizo que separa a la novela histórica, el ensayo político y la narrativa con pretensiones literarias. Una zona muy frecuentada por Javier Cercas cuya correcta praxis requiere una considerable capacidad narrativa. Como hizo el extremeño-barcelonés tanto en Soldados de Salamina como en Anatomía de un instante, Binet se embarca en una lucha ambigua contra la ficción. Ambigua porque a la vez que critica la falsedad de las convenciones literarias acude a ellas. Es decir, fustiga a quien inventa el indispensable atrezzo -correlato objetivo, siendo redichos- que acompaña el discurrir de los personajes por las páginas, sea la marca del vehículo que conducen, la sequedad o agudeza de los diálogos y, al mismo tiempo, construye el suspense con una dedicación propia de Frederick Forsyth. Sin duda el propio Binet es consciente de sus contradicciones y sabe que la narrativa continúa siendo el mejor, y tal vez único, modo de comprender esa curiosa construcción denominada realidad. También sin duda intuye que su novela contribuye al cuestionamiento de cuestiones demasiadas veces subsumidas dentro de la convención literaria, de aquello que consideramos inherente a la escritura narrativa.

 

Las contradicciones de Binet no pueden hacernos olvidar su madurez narrativa, que se percibe en la capacidad para combinar la reflexión, la continua desfocalización, miradas hacia nuestros tiempos, pullazos hacia sus colegas, reflexiones múltiples (metaliterarias, sobre la inmensidad de la guerra) y, al mismo tiempo, mantener la tensión de un conflicto cuyo desenlace es sobradamente conocido, sea por la cultura histórica del lector, por una visita a Wikipedia o por la lectura a una contracubierta un tanto imprudente. Eso sí, la profundidad de los personajes se resiente. Es una debilidad tal vez premeditada, que responde a la teórica de un autor que reniega de la especulación -ningún pretexto teórico justifica unos personajes flojos- y, también, a la imposibilidad de añadir una pelota más al malabarismo. 

 

En estos tiempos se afirma demasiadas veces que una obra es necesaria. Tal elogio se ha convertido en un cierre fácil para cualquier reseña. El mundo puede vivir, incluso mejorar, sin HHhH pero su existencia contribuye levemente a nuestra autoconciencia, lo que no puede afirmarse de demasiadas novelas. Así ocurre porque nos alerta frente a la inercia totalitaria, a la vez previsible e irremediable, que sufre Europa desde que nuestra peninsulita empezó a creerse el centro del universo. 

 

Reseña publicada en el número 339 de la revista Quimera.

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