El tío Nielsen
Por Recaredo Veredas.
-¿Cuánto ha vendido X?
-No veas qué exitazo, está agotando la tercera edición. Por lo menos 10.000, qué digo, 15.000. Y me han dicho que la cuarta ya está en imprenta. Seguro que llega a los 20.000.
-Qué fuerte. Qué exitazo, no me extraña que se lo tenga tan creído. Ayer me lo encontré y parecía una mezcla de Paris Hilton y Jean Paul Sartre.
-Hace bien, el futuro es suyo.
El incauto preguntador continúa caminando y, a la vuelta de la siguiente esquina, se encuentra con otro conocido del mundillo:
-Oye, me han dicho que fulanito ha vendido 20.000 y le van a sacar la cuarta edición. Qué exitazo.
-Eres un panoli. Mira, no se lo digas a nadie, pero ha vendido 800.
-¡¡Soloooo!! Venga ya.
-1.000 máximo. Lo he visto en el Nielsen.
Entonces el incauto preguntador se estremece y se inclina en una lenta reverencia. Se encuentra frente a un privilegiado que tiene acceso al oráculo secreto de la edición hispana. Y a su ángel exterminador porque el índice Nielsen de ventas*, como el impío querubín, purga la ostentación y delata la mentira.
Podría establecerse cierto paralelismo entre los editores y los convocantes de manifestaciones. De hecho podría afirmarse que los convocantes de manifestaciones y los editores hinchan, los asistentes unos y las ventas otros, en aproximadamente el mismo porcentaje: un 500% (con picos de 1500%). Como parece lógico, los editores temen a Nielsen más que a un invierno nuclear o a un accidente aéreo juntos. Porque conceder atención exclusiva a un portento que se encamina hacia los 20.000 ejemplares, rompiendo todas las barreras que habían encapsulado a la literatura literaria, no es lo mismo que ofrecérsela a quien ha conseguido interesar a un 0,0020% de la población española. Tengo un amigo, amante de la música dodecafónica y minimalista, que afirma la sobrevaloración de la literatura frente a disciplinas mucho más populares. Si conociera al tío Nielsen comprobaría, posiblemente perplejo, que incluso la cría de gambusinos convoca a más adeptos que la edición literaria. Además, como tantas veces ocurre, la mentira no solo tiene un camino. La ocultación de los datos certificados de venta también sirve para que muchos editores reduzcan a su antojo los datos reales y disminuyan, en consecuencia, el pago de derechos a los autores.
En consecuencia podemos trazar a una ecuación infame: cuánto más mentiroso sea un editor mayor poder conseguirá. La mentira le ayudará a elevar los datos de aquel a quien quiera ensalzar y a disminuir las ventas de aquel a quien desee tangar. Tan perverso engranaje, como ocurre desde los tiempos de Diocleciano e incluso antes, debe estar acompañado por considerables dosis de credibilidad previa. Solo quien es conocido por su verdad puede mentir**.
No todos los editores practican tan nefastos hábitos o, al menos, no todos lo hacen en la misma medida. Además algunas culpas son más perdonables que otras. Resulta lógica, dentro de la perversión de la burbuja, la actitud del editor independiente que hincha sus dígitos. Si un pequeño editor vende 300 ejemplares*** de, por ejemplo, un joven valor español y tiene el coraje de afirmarlo se convertirá de inmediato en un fracasado. Así ocurre porque el interlocutor siempre creerá que sigue la inercia de la mentira y que, en consecuencia, ha vendido 30.
Están de moda las terapias de shock. La literatura española necesita la suya con urgencia. Cuando Nielsen sea público habrá suicidios pero lentamente vendrá la limpieza y el equilibrio. Viva la transparencia.
*Nielsen: auditora que facilita datos de venta real extraídos de librerías reales. Dígitos fríos e implacables, como témpanos o disparos.
**Cómo me gusta el aforismo que acabo de inventar. Parece un koan.
*** Cifra solo al alcance de la élite de la literatura española. Quienes la consideran baja ignoran el esfuerzo y la confianza que implica cualquier decisión de compra.