La que nos espera (11)

Foto: Ricardo Martín

Por Javier Lorenzo.

 

– Roger, ¿tú tienes Facebook?

 

– Ya sabe el señor que no.

 

– No te creo, felón diabólico. Seguro que tienes por ahí una cuenta abierta con un pseudónimo tipo “Drake el fenómeno”, “Un cachito de Nelson” o “La juerga de Gibraltar”.

 

– Si así fuera, señor, puedo asegurarle que nunca se lo confesaría. Pero insisto en que no tengo acceso a esos inventos modernos.

 

– Mientes, bellaco.

 

– Se lo juro por el rímel de Lady Di.

 

– O sea, que no has visto el vídeo del niño que protesta porque le regalan un libro en Navidad.

 

– No, señor, pero algo he oído sobre el asunto. Me imagino que estará escandalizado el señor.

 

– Pues no creas, Roger, no creas. Cada día me escandalizan menos cosas, por mucho que no dejen de sorprenderme. Además, no es muy diferente a lo que hemos vivido este fin de semana con nuestros queridos y desarraigados pupilos dela Fundación.

 

– No me lo recuerde, señor, que casi me da el patatús. Usted llevándoles a recorrer mundo, abriendo sus horizontes, y ellos respondiéndole con su osada ignorancia.

 

– No seas tan duro con ellos, Roger. Son buenos chavales, aunque jóvenes e inconscientes.

 

– ¿Que no sea duro? Les colgaba de los pulgares desde una gavia, les hacía pasar por la quilla, les obligaba a fregotear la cubierta las 24 horas del día…

 

– ¡Ah, Roger! Cómo se nota que has mamado de la vibrante literatura naval británica: salvando las distancias que se quieran, Joseph Conrad, Patrick O’Brian, Thomas Russell…

 

– No me mariposee el señor, que no estoy para guasas. O sea, que les lleva usted a Venecia este fin de semana, les enseña los secretos dela Serenísimay ellos ni lo aprecian, que caminaban entre los “campellos” y los canales como si estuvieran de copas en la calle Fuencarral.

 

– Si es que están en la edad, Roger, ¿qué quieres?

 

– Pasión, señor. Y al menos un mínimo de curiosidad, de inquietud. No puede ser que en el interior dela Basílicade san Marcos, la única pregunta que le hicieran fuera la de que si ahí se celebraban misas. Aunque me gustó su sarcástica respuesta, señor.

 

– Y cuál fue, que no me acuerdo.

 

– Que no, que ahí se celebraban “raves” y que sobre la balaustrada bailaban las “stripers”.

 

– Ah, sí. Para quitarle hierro al asunto, Roger. Nada más.

 

– Pues hay que ponerle hierro, no quitárselo, señor. Empieza a ser intolerable el nivel de analfabetismo funcional que está alcanzando la sociedad occidental y deben hacer ustedes algo para remediarlo.

 

– ¿Y qué puedo hacer yo, Roger?

 

– Para empezar, no reírles las gracias. Si, como hemos descubierto en este viaje, alguien no sabe dónde está Bonn o tiene “ciertas sospechas” sobre en qué continente se encuentrala India, hay que dejar patente su ignorancia y, si es posible, hacer que sienta algo de vergüenza. Porque hoy ya nadie siente vergüenza de ser un mendrugo, un patán, un ignorante. Al contrario, muchos hasta se enorgullecen. Y eso no debería pasar.

 

– ¿Y a ti, Roger, qué perra te ha entrado con este asunto?

 

– Verá usted, señor, así empezamos en mi país y hoy tenemos regimientos y regimientos de “hooligans”. No me gustaría que también sucediera lo mismo en España.

 

– Eso te honra, Roger, y te lo agradezco de buena ley. Atribuye mi laxitud y escepticismo a la sobredosis de ansiolíticos que he ingerido recientemente, pero tienes toda la razón. Recuerdo una frase de Manuel Azaña que dice: “la libertad no hace felices a los hombres, los hace simplemente hombres”. Sustituye la palabra “libertad” por “cultura” y la ecuación es la misma. O incluso mejor, puesto que tener cultura proporciona placeres que nos acercan a la felicidad.

 

– Usted lo ha dicho, señor.

 

– Pues si ya hemos terminado, Roger, anda, enchúfame la tele y ponme el “Pasapalabra”, que hoy estoy de un intelectual subido.

 

– Me está usted provocando, ¿verdad, señor?

 

– ¡Cómo lo sabes, pérfido hereje! ¡Cómo lo sabes! 

 

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