Tod Browning (Cátedra), de José Manuel Serrano Cueto
Por Julio Vallejo.
La mayoría de los cinéfilos conocen a Tod Browning como el director de La parada de los monstruos (1932), o el responsable de Drácula (1931), el largometraje en el que Bela Lugosi dio vida al famoso vampiro creado por Bram Stoker. No obstante, el resto de la obra del director, desconocida para la gran mayoría, va más allá de estas dos indiscutibles obras de referencia.
El periodista José Manuel Serrano Cueto -al que debemos interesantes libros como Horrormanía o Vincent Price. El villano exquisito– trata de paliar este desconocimiento de la filmografía del realizador estadounidense con Tod Browning, una monografía que nos descubre a un cineasta que dejó su impronta en gran parte de sus películas.
A la manera de la reivindicación que los redactores de la revista Cahiers du Cinema realizaron con cineastas del calibre de Alfred Hitchcock o Nicholas Ray, el escritor gaditano nos muestra a Tod Browning como un autor cinematográfico con un estilo muy peculiar que iba más allá del típico artesano hollywoodiense.
El libro nos adentra en la personalidad de un personaje fuera de la norma. Charles Albert Browning, Jr. (Louisville, Kentucky EE. UU., 12 de julio de 1882 – Hollywood, California EE. UU., 6 de octubre de 1962), más conocido con el nombre artístico de Tod Browning, reflejó en muchas de sus cintas una parte de lo que había sido su vida antes de dedicarse al cine. Al igual que muchos de los personajes de sus filmes, el director había conocido los ambientes degradados y, como los protagonistas de La parada de los monstruos (1932) o Garras humanas (1927), llegó a trabajar en espectáculos circenses. Tampoco le eran ajenas las deformidades físicas, un tema recurrente en toda su obra. Al fin y al cabo, el realizador tuvo que acarrear una molesta cojera causada por un accidente.
Cueto demuestra que estos antecedentes vitales influyeron en una obra que abordó siempre el lado menos amable de la existencia humana. Según Serrano Cueto, la mayoría de las cintas de Browning hacen buena la famosa cita de Tito Macio Plauto popularizada por Thomas Hobbes: “Homo Homini Lupus” (El hombre es un lobo para el hombre). Ni lo seres deformes, tan queridos por el realizador, ni la gente normal de sus películas han venido a este mundo para practicar la bondad.
No obstante, el autor del libro quiere mostrarnos que los personajes del director estadounidense no nacen perversos, sino que van dejando el buen camino como consecuencia a los golpes que la vida les va dando. Eso sí, los freaks, a pesar de ser los grandes protagonistas de sus largometrajes, son también los perdedores de su obra. A ellos se les reserva el fracaso social, amoroso y sexual.
Serrano Cueto analiza este discurso claramente pesimista del director y lo desgrana en pequeñas píldoras. El escritor gaditano nos muestra que Browning utilizó a Lon Chaney, actor habitual en su filmografía, para abordar el tema de las dobles y falsas identidades, mientras que el vampiro, ese ser que se disfraza al cambiar de forma, le sirvió al cineasta como elemento perfecto con el que abordar el tema del engaño que preside nuestras relaciones humanas. Son sólo dos ejemplos del profundo estudio que realiza el periodista andaluz.
No obstante, como ya hemos visto con anterioridad, Serrano Cueto no se limita a realizar sus peculiares reflexiones sobre la obra del director norteamericano. El escritor también se muestra preciso al relatarnos la existencia llena de contratiempos de un director que se encontró con el rechazo mayoritario de la sociedad pacata que le tocó que vivir.
Tuvieron que llegar los sesenta para que su película más denostada hasta ese momento, La parada de los monstruos (1932), fuera saludada como una obra maestra durante la proyección de la película en el Festival de Cine de Venecia. Nacía entonces el culto a un director que no ha parado de crecer con el paso de las décadas. Todo ello pese a que gran parte de su obra se encuentra perdida o en muy malas condiciones de conservación.