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American Horror Story. La casa de todos los miedos

¡Dios mío! ¡He creado un monstruo!

Dr. Pretorius

 

 

Por Víctor Mora.

¿Por qué acudimos sin titubeos hacia el abismo? No hay salvación: estamos condenados a la fascinación por lo oculto, a sumergirnos en el miedo y a ejercitar el susto como exorcismo efectivo. Claro está, en la cómoda ficción que se disfruta en el hogar.

 

Esta terrorífica historia americana se define a través de cualquier horror imaginable. Sus autores han tenido la genialidad de recrear en un solo espacio todos los tormentos nocturnos conocidos: Una casa encantada que no permite salir a sus fantasmas. ¿Insólito? Desde luego que no.

 

Este argumento no tiene nada de original, y tanto Ryan Murphy como Brad Falchuk (Nip/Tuck, Glee) saben que el poltergeist por el poltergeist está demasiado manido hasta para los novatos en esto del terror.

 

¿Qué es, entonces, lo que la hace tan original y adictiva, lo que ha hecho que alcance más de cinco millones de espectadores en su primera temporada? Los autores definen su serie como un thriller psicosexual. Demasiada información en sólo dos palabras, vamos paso por paso.

 

La subversiva Twin Peaks, que revolucionó el género (y el mundo entero) en los primeros años 90, marcó un antes y un después en cuanto a series de terror. Dotada de brillantes toques, la criatura de David Lynch y Mark Frost trasgredió los dogmas del género abriéndolo al infinito.

 

El gran acierto de Twin Peaks fue ese efecto bisagra. El misterioso asesinato de Laura Palmer funcionaba como una trampa maldita que abría toda suerte de alucinantes circunstancias. No era una investigación criminal, era la puerta abierta a las desconocidas fuerzas del mal.

 

En la serie de la que nos ocupamos el esquema espacial de planteamiento es el mismo, pero reducido: se traslada al hogar. Aquellos que perdieron la vida en esa casa asoman desde los rincones, escaleras, habitaciones y espejos. Cada uno de ellos es la clave, testigo y víctima en un mismo espectro, de inquietantes relatos que conforman la narración total. Desde sus primeros inquilinos hasta los protagonistas actuales (sobre los que ahora volveremos).

 

Murphy y Falchuk poseen un profundo conocimiento del género fantástico y han confabulado para conectar en una misma historia todas las historias conocidas; en un mismo punto maldito todas las pesadillas. Damas y caballeros: AMERICAN HORROR STORY.

 

La casa en cuestión es la verdadera protagonista de la serie. Es un continente, un espacio vacío. Se explica a sí misma a través de todos los miedos, que condensan el dolor y la angustia que produjeron los aterradores crímenes allí acontecidos. Estos crímenes, representados por espíritus, crecen como extensiones, como habitaciones, y conforman el argumento general. Los miedos son los mismos siempre, pero con formas diferentes.

 

Un matrimonio en plena crisis de infidelidad se muda a esta casa con su hija adolescente, con la intención de recuperar su vida. Dylan McDermott y Connie Britton interpretan a los protagonistas. Entre ellos se dará la dicotomía clásica entre la fe y la ciencia, traducida en una guerra física y psicológica entre el matrimonio y la casa, entre los vivos y los muertos.

 

Las fantásticas novedades que introduce la serie radican en la revisión del monstruo en cuestión. Son fieles al concepto (más o menos contemporáneo) de que un espectro atrapado en un lugar debe su estancamiento a la obsesión con una idea o a algún asunto pendiente en vida. Pero en American Horror Story, los fantasmas pasan de ser meras apariciones que con suerte mueven un vaso, a poderosos entes con la capacidad de atormentar con mortales amenazas físicas, tener relaciones sexuales con los vivos o asesinar sin remordimientos… por citar sólo algunas novedades respecto al fantasma clásico.

 

Entre los cambios más llamativos destacan en primer lugar Rubber Man, representación sadomasoquista de lo informe. El hombre sin rostro, envuelto en un traje de látex, aparece en las situaciones más insospechadas y causa una mezcla de horror absoluto y erotismo.

 

En segundo lugar destaca el personaje secundario de la criada Moira, interpretado por dos actrices, Frances Conroy (A Dos Metros Bajo Tierra) y Alexandra Breckenridge.

 

Moira vivió en la casa como criada en los años 80 hasta que fue asesinada. Atrapada allí desde entonces como fantasma, se muestra ante los vivos distinguiendo el género: ante las mujeres como una anciana que inspira confianza y ante los hombres como una lasciva joven sexualmente depravada.

 

El argumento de los capítulos de esta serie se recrea a partir de las historias que nos hicieron temblar siendo niños, o decidir dormir con la luz encendida. Sus creadores no sólo conocen en profundidad la mitología del horror, también hacen un magistral uso de los mitos abyectos de la sociedad contemporánea.

 

Desde el espíritu que te asesinará si dices tres veces su nombre frente al espejo (Candyman aka Piggy Piggy), hasta el niño deforme que la familia burguesa decide encerrar en el desván y finalmente ahogar con la almohada. Relatos legendarios que conviven con la Dalia Negra, el psychokiller universitario que eliminó a todos sus compañeros y profesores a bocajarro, y el científico loco que dotó de vida a su hijo muerto, a través de experimentos eléctricos.

 

Los personajes secundarios introducen los acontecimientos criminales que forjan la historia de la casa encantada y son, por tanto, fundamentales. Inevitablemente el espectador focalizará su atención en una inmejorable Jessica Lange que, en su primer papel en televisión, da vida a Constance, misteriosa vecina que ha sido testigo del turbio pasado de esa maldita casa, contigua a la suya.

 

En cuanto al estilo hay que tener en cuenta que American Horror Story es una serie del 2011; hermana, por lo tanto, de las nuevas marcas que ha impuesto el cine de terror y fantástico contemporáneo, en las que la narración se ha acelerado hasta conseguir una especie de clímax continuo. El vertiginoso montaje aumenta su velocidad, a la par que la respiración del espectador, hasta el extremo cardiaco.

 

Su estética, al igual que sus argumentos, parte de todo lo asociado al género. Pinceladas de terror clásico de la Universal, cine gore (impagable Britton comiendo cerebro crudo), cine B, o referencias a la pirotecnia de Rob Zombie, visibles en los inmejorables títulos de crédito.

 

Sin embargo no hay una preocupación por parecer otra cosa, nada más lejos. American Horror Story es un collage manifiesto, es el álbum de cromos de todo fanático. Incluso en la música brilla esta característica: el inquietante silbido (original de Nervios Rotos, 1968) que Tarantino hizo mundialmente famoso en Kill Bill vol. 1 y vol. 2, también está presente entre los muchos homenajes evidentes de la serie.

 

La batalla de la familia contra la casa comienza y acaba en la primera temporada. La serie sin embargo, continúa. Quizá sus próximas temporadas revuelvan otros monstruos, azoten a otros mitos hasta reconvertirlos y amoldarlos al presente.

 

En cualquier caso necesitamos, como decía al principio, lo monstruoso. El miedo cumple una función catártica que ninguna otra cosa consigue. American Horror Story se configura como el compendio contemporáneo de todo el horror; de acusado y palpable mal gusto y fantasmagoría impecable.

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