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Los cuentos de 2011

Por Sergi Bellver

 

Hace justo un año publicaba en esta columna una suerte de balance para El cuento de 2010. Hablaba entonces de cierta confirmación del cuento español como fenómeno editorial respecto a décadas precedentes, aunque resulte inevitable anotar todavía la mayor presencia de la novela en los catálogos de los principales sellos. Esto sigue siendo así y puedo dar fe de ello, también por mis labores de, digamos, agente literario con otros escritores: las editoriales, incluso las más pequeñas, siguen prefiriendo revisar el manuscrito de una novela a valorar un conjunto de relatos del mismo autor, ciegas al hecho de que un buen texto siempre terminará por abrirse camino entre los lectores. Por lo tanto, un buen editor ha de saber reconocer primero esa calidad literaria en el original y presentarlo luego como un libro valioso. Es decir, un buen texto nunca puede ser un problema, y el fallo estará entonces en cualquiera de los demás eslabones de la cadena, los mismos que hacen que funcione o no cualquier novela. También faltan aún a estas alturas algunos ingredientes para que, desde un punto de vista literario al menos, el relato breve alcance en España la consideración y el respeto del que goza, por ejemplo, en el mundo anglosajón. Ya se ha dicho muchas veces: mayor y mejor atención por parte de la crítica y, sobre todo, la publicación sostenida (y remunerada) de relatos de calidad en revistas literarias (o suplementos) de prestigio y difusión.

 

El año pasado el cuento español conoció, por cumplirse la primera década de nuestro siglo, las antologías Siglo XXI (Menoscuarto) y Pequeñas resistencias 5 (Páginas de Espuma), con las que Fernando Valls y Gemma Pellicer, por un lado, y Andrés Neuman, por el otro, realizaron sendas propuestas de canon o inventario, ambas con muchos aciertos y varios relatos imprescindibles, junto a apuestas que la criba del tiempo aún no ha confirmado y alguna que otra ausencia de peso. Antologar es una tarea ingrata, llena de arenas movedizas, pero adentrarse en ellas supone un acto de amor al cuento y como tal, por supuesto, es también «desmayarse, atreverse, estar furioso», por decirlo una vez más con el soneto de Lope, porque uno lo ha probado y lo sabe. Las antologías en 2011 han llegado con pretextos temáticos o de género, pero quien esto escribe es parte implicada en algunas, como autor o como antólogo, y es mejor pasar de largo por este punto y dejar que sean otros quienes decidan qué se ha hecho bien o mal en cada aventura colectiva.

 

Más iniciativas interesantes relativas al cuento y que sí creo oportuno señalar aquí han sido la aparición de la revista Cuentos para el andén, cuya versión en papel se reparte encartada en un periódico gratuito por diversas estaciones del Metro de Madrid y que cuenta con relatos de narradores reconocidos o emergentes, y el debut de Tres Rosas Amarillas como sello editorial, después de conseguir el milagro de mantenerse como librería de referencia dedicada en exclusiva al cuento desde el madrileño barrio de Malasaña. Además de sus «trípticos» de relatos y de haber publicado a algún novel, ha reeditado un libro de culto en el género como Amor del bueno, de Víctor García Antón. Otra reedición afortunada ha sido la de los libros de Gonzalo Calcedo Otras geografías (1996) y Liturgia de los ahogados (1997), reunidos en el volumen Siameses por el sello aragonés Tropo, porque no siempre debiera imperar la novedad, sino la calidad. En ese sentido, uno de los fenómenos que hacen abrigar cierta esperanza en una mayor atención de la prensa al relato breve lo ha protagonizado el libro de relatos Llenad la Tierra, de Juan Carlos Márquez (Menoscuarto), publicado en 2010, pero que ha seguido recibiendo desde diversos medios un constante goteo de reseñas por parte de la crítica literaria, pero también un reconocimiento sostenido de lectores y libreros, como sucedió en su día con los libros de relatos de Jon Bilbao.

 

Respecto a los dos principales premios literarios del año en el género, de nuevo hay que lamentarse por el despropósito en la selección previa de finalistas para el Premio Setenil, galardón que recayó en Distorsiones, de David Roas (Páginas de Espuma), autor que no tiene la culpa, como resulta obvio, de que antes de poder siquiera presentar batalla en la recta final se quedaran por el camino algunos de los mejores libros de relatos publicados desde abril de 2010 (El prisionero de la avenida Lexington, del mencionado Gonzalo Calcedo en Menoscuarto, es sólo un ejemplo, pero más que significativo). El tirón de orejas, en todo caso, es para los responsables de la selección de finalistas. El otro galardón español importante en el cuento, el Premio Ribera del Duero, fue para Marcos Giralt Torrente, cuyo libro, que terminó por publicarse en Páginas de Espuma con el título El final del amor, contiene al menos dos relatos incontestables.

 

En cuanto a los mejores libros de cuentos del año o, cuando menos, los que me parece necesario recomendar de entre los que he podido leer (y por abarcar menos y apretar más, me ceñiré a los publicados por escritores españoles, dejando para otra ocasión el repaso a lo mejor del cuento latinoamericano, con joyas como las de Fabián Casas, Eduardo Halfon o Eduardo Berti), de nuevo en 2011 los estrenos más luminosos se han producido en editoriales independientes, como el de Marina Perezagua con Criaturas abisales (Libros del Lince) y, muy en particular, el de Paul Viejo, con el excelente y personal Los ensimismados (Páginas de Espuma). La editorial madrileña, que arrancó el año con Antes de las jirafas, la confirmación de Matías Candeira con su segundo libro de relatos, ha publicado también uno de los títulos más destacables de 2011, El mundo de los Cabezas Vacías, de Pedro Ugarte, y el regreso al relato breve de dos hispano-argentinos conocedores del género, Andrés Neuman, con Hacerse el muerto, y Clara Obligado, con El libro de los viajes equivocados, además de la esperada reedición de otro libro de culto entre cuentistas, Las buenas intenciones, del singular Ángel Zapata. Menoscuarto, editorial también con especial dedicación al cuento y, en concreto, al microrrelato, toma carrerilla para 2012, con algunos títulos que prometen mucho, y mientras, en su catálogo de 2011 figura un libro a tener muy en cuenta en este repaso, como es Teatro de ceniza, de Manuel Moyano. Otras editoriales independientes (y recién llegadas, como Eutelequia, que ha publicado en 2011 Cuento kilómetros, de Mario Crespo) y, por decirlo así, periféricas, siguen apostando por el cuento, como las andaluzas Cuadernos del Vigía, con libros como Calle Aristóteles, de Jesús Ortega, y Horizonte de sucesos, de Carmen Peire, o Paréntesis, con Los pequeños placeres, de Miguel Sanfeliu o el libro de microrrelatos Zoom, de Manuel Espada. También lo hacen independientes de prestigio como Acantilado o, en especial, la valenciana Pre-Textos, con otro de los mejores libros de cuentos del año para un servidor, el original y arriesgado Breve teoría del viaje y el desierto, de Cristian Crusat.

 

Finalmente, en el catálogo de las editoriales más potentes también hay sitio, muy de vez en cuando, para el relato, aunque casi siempre en forma de retrospectiva firmada por apellidos ya consagrados en la narrativa, como es el caso de Antonio Muñoz Molina y Nada del otro mundo (Seix Barral). En 2011, sin embargo, se han publicado dos compilaciones de veras importantes, la de Cuentos de los 90, de Luis Magrinyà (en Caballo de Troya, y no, por raro que parezca, en otro sello del grupo Random House Mondadori) y la que supondrá una sorpresa para más de un lector: Las fuentes del Nilo (Alfaguara) o los magníficos cuentos del cineasta Gonzalo Suárez. Veremos si la profecía maya para 2012 es un cuento chino o no, pero si se ha de acabar el mundo, que nos pille leyendo relatos como todos los que, desde esta columna, sugiero hoy a los lectores de Culturamas.

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