La que nos espera (10)
Por Javier Lorenzo.
– Roger, voy a escribir algo sobre estas fechas entrañables.
– Of course, señor.
– No me des la razón como a los cuerdos, Roger.
– Discúlpeme el señor, pero ¿no era a los locos?
– Eso era antes. Hoy se les da la razón a los cuerdos. Y a los locos, que los zurzan. Estar loco ya no garantiza nada y en este país la extravagancia sólo alcanza a los cuernos de reno y los gorritos rojos con cenefas blancas.
– Me va a perdonar de nuevo el señor, pero ¿no iba a centrarse enla Navidad?
– Tienes toda la razón, abnegado fámulo, así que iré al grano: ¿ya me has comprado el regalo?
– ¿Cómo dice el señor?
– Sí, hombre, el regalo.
– Le recuerdo al señor que no cobro desde el mes de abril. Del año pasado.
– Eso qué tendrá que ver, Roger, que soy dela CEOEy no hay nada más navideño que el regalo. Échale imaginación. Dame una sorpresa. O entrégame algo más de tu tiempo y dedicación, que me tienes muy abandonado últimamente. ¿Qué tal un masaje de espalda cada martes y jueves? Y el de pies, los domingos. ¿Cómo lo ves?
– Excesivo, si me lo permite.
– Y además, insolente. Tú sabes, y yo sé, que estás atado a mí, Roger. Tú sabes, y yo sé, que este vínculo entre nosotros es un compromiso, una obligación, llámalo como quieras; tú sabes –y sabes que yo lo sé- que no puedes rebelarte e irte sin más; y también sabes –o eso creo- que no puedes mandarme a hacer puñetas o algo peor, que es lo que de verdad querrías hacer.
– Me está usted dando miedo, señor.
– Y con razón. Hoy estoy borde. Hoy no paso ni una.
– ¿Y qué pasa con la Navidad, señor?
– Intentas ablandarme, bellaco.
– Me remito a su intención original. Eso de las “fechas entrañables” y demás.
– Todo está relacionado, Roger. Porque estas fiestas no son más que un preludio, un periodo de tempestad antes de la calma total.
– Esta usted muy raro hoy, señor.
– Raro no, Roger, extravagante; y deseando que alguien me dé un masaje.
– ¿Ha pensado en llamar a sus familiares?
– La última vez que nos vimos llamaron a un obispo para que me excomulgara. Además, todos tienen artrosis en los dedos. Más que un masaje iba a ser un concurso de castañuelas.
– ¿Y a sus amigos?
– ¿Amigos? Desperdigados por el mundo, embajadores de su nación, viajeros con o sin rumbo propio, encargados de sus propios negocios… Es el precio que pagamos los cosmopolitas.
– La soledad.
– … Acabas de estropearlo, Roger. ¿A qué viene esa palabra tan fea?
– No me negará que en su caso es la más certera, señor.
– … Maldito seas, pérfido sajón. Maldito seas. ¿Cómo te atreves?
– Porque en el fondo le aprecio, señor.
– ¿Pues sabes lo que te digo, Roger? ¿Sabes lo que te digo?
– ¿Sí, Señor?
– Pues que yo también te aprecio a ti, hijo de Albión. Porque tú sabes, y yo sé, que en realidad eres la única persona a la que quiero. Ven aquí y dame un abrazo.
– Pero sólo un abrazo, señor. Del masaje, ni hablar.
– Hombre, Roger, compréndeme, tenía que intentarlo.