La efímera metempsícosis hacia el perdón
Por José A.Cartán.
Hace unos días hablaba sobre la decepción que me había causado la lectura de Los años dulces de Jiro Taniguchi. Un cómic que, ya fuera por la dificultad de llevar a viñetas una obra literaria, por la inaccesibilidad de representar una historia de amor entre dos personajes de generaciones opuestas, o por la tentación de su autor de volcar un desaconsejado y constante costumbrismo, no había colmado las expectativas que su autoría conlleva. Sin embargo, en Cielos Radiantes, su última obra editada en mercado español, se aprecian determinados rasgos que nos llevan a pensar que la versión comiquera de la obra de Hiromi Kawakami tan solo fue un tropiezo en la vertiginosa carrera del autor japonés.
En esta ocasión, Taniguchi nos ofrece un relato que guarda muchas similitudes con su obra maestra, Barrio Lejano. La historia comienza con un accidente de tráfico en el que se ve envuelto un joven motorista, Takuya, y un padre de familia, Kazuhiro. Lo que en un principio parece una historia más dentro del realismo naturalista del mangaka, se convierte en fantasía en el momento que Takuya se despierta del coma justo cuando Kazuhiro fallece en la cama del hospital. El joven Takuya vuelve a la vida con la apariencia de sí mismo, pero con la conciencia de Kazuhiro, el cual se ha insertado en su mente de manera involuntaria, con el único deseo de despedirse de su familia antes de emprender el viaje definitivo.
Existen, como decía, varios puntos de unión entre Barrio Lejano y Cielos Radiantes. En primer lugar, en el hecho de que Taniguchi parta de una historia realista para desembocar en una trama de corte ligeramente fantástico. Si en aquélla era la aparición de una mariposa la que adormecía al protagonista y le transportaba a su infancia, en ésta es el accidente de tráfico el que unifica a los dos protagonistas en una sola entidad. El autor japonés se sumerge en el budismo y en el concepto de transmigración de las almas o reencarnación, ya que no lo define de manera muy clara, para componer una ficción netamente alejada de lo que nos tiene acostumbrados. La causa de esta ilusión, éste sería el segundo punto convergente, tiene como objeto el conocimiento por parte del protagonista de una realidad que no ha querido desvelar por cuenta propia, ya sea por desinterés, ingratitud o egoísmo hacia los suyos. Si en Barrio Lejano el personaje principal buscaba las razones por las que su padre había abandonado su hogar y su familia, en Cielos Radiantes el protagonista desea resarcirse con su familia de los fallos cometidos en vida, realizando una especie de redención premortuoria. En ambas obras el juego es el mismo, la comprensión del pasado para aferrarse al presente y al futuro, con la seguridad de haber hecho lo correcto con los seres queridos.
Taniguchi no sólo desenmascara su pensamiento existencial en esta obra, sino que hace una muy fuerte carga contra el sistema laboral japonés, realizando una crítica feroz a las condiciones tercermundistas que han de sufrir los trabajadores en sus respectivas empresas. Sin ánimo de revelar nada sustancioso de la trama, el diario del protagonista será el objeto clave que dejará en evidencia la productividad japonesa y la esclavitud a la que someten los directivos a su mano de obra. Un pequeño inciso que consigue pasar casi desapercibido en la trama, en contraposición con lo que ocurría con la exacerbada aparición gastronómica de Los años dulces.
No se puede afirmar que Taniguchi haya conseguido una obra con la suficiente redondez como para que ésta logre situarse entre sus mejores historias, las primeras obras que editó Ponent Mon del japonés son casi inalcanzables en cuanto a calidad y sensibilidad, pero sí es un sorbo de agua fresca tras el anterior, y ya mencionado, triste derrotero regionalista. Ahora, el intervalo temporal que transcurra hasta su siguiente cómic poseerá el anhelo necesario para que nuestro precedente escepticismo se torne en esperanza.
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