Russell Banks, en la piel de un pedófilo
Por Rebeca García Nieto
Había una vez una congregación de “amigos de los niños” que malvivían bajo una carretera. Como les habían prohibido acercarse a menos de 760 metros de escuelas, guarderías, parques y cualquier otro lugar donde pudiera haber menores, sólo podían existir dentro de la legalidad bajo ese paso elevado, junto a la basura y las aguas residuales. Este lugar, muy similar a la montaña de basura hablante de Fraggel Rock, existió en Florida, más concretamente en el condado de Miami-Dade, donde cientos de pedófilos formaron una peculiar comunidad al margen de la sociedad entre 2006 y 2010.
En su última novela, Lost memory of skin, Russell Banks ha transformado las afueras de Miami en la ciudad imaginaria de Calusa. Esta vez, el autor de Aflicción o El dulce porvenir ha obligado a sus lectores a adentrarse en un territorio en el que muy pocos se han atrevido a pisar y a plantearse algunas cuestiones que todos, hasta cierto punto, hemos conseguido sortear: ¿Son los depredadores sexuales un producto de nuestra sociedad? ¿Qué dice de nosotros el hecho de que los mantengamos apartados no sólo de nuestros niños sino también de nuestra vista, como antes se hizo con los leprosos o los locos?
Sin duda, la apuesta de Banks es valiente no sólo por la elección del tema, uno de los más controvertidos que un escritor puede abordar, sino también por la forma en que ha perfilado a sus personajes. Banks se ha esforzado en no caer en lugares comunes y no presentar a the Kid (“el Niño”), el protagonista de la novela, como una víctima de abuso que se ha identificado con sus agresores. Se trata de un homeless de 22 años que cumplió condena en prisión por tratar de tener relaciones sexuales con una menor (algo que ni siquiera llegó a ocurrir, ya que fue detenido cuando iba a entrar en la casa de la chica). The Kid, que sigue siendo virgen, no se ajusta a la imagen mental que solemos tener de un pedófilo: no es el resultado de una infancia traumática, sino de una adicción al porno por Internet. Como su madre estaba siempre de fiesta, su única compañía era la red de redes. Hasta aquí su historia es semejante a la de millones de adolescentes con similares instintos voyeurísticos; la única diferencia es que the Kid, al salir del colegio, consumía porno duro durante al menos 8 horas al día y finalmente pasó al acto y trató de tener un encuentro sexual con una chica de 14 años.
El principal problema de la novela es que la trama no está a la altura de un personaje tan logrado como the Kid. Lost memory of skin toma un rumbo extraño cuando the Professor, un personaje mal construido y poco solvente, irrumpe en la narrativa. Este sociólogo se acerca a la comunidad para hacer un proyecto sobre agresores sexuales. Defiende la tesis de que un agresor sexual es un producto de la falta de oportunidades que ofrece la sociedad, no un perverso, y quiere probar que los integrantes de esta comunidad pueden existir de forma civilizada en su espacio si les dan los medios necesarios. Independientemente de lo peligroso que es dar por buena esta teoría de que todos los “perdedores” son susceptibles de convertirse en pederastas, desde el punto de vista literario este personaje resulta repetitivo y artificial. En palabras del propio Banks, el Profesor “ocupa demasiado espacio, utiliza demasiadas palabras, tiene demasiadas teorías e ideas”. Entre líneas se intuye que la intención del escritor es establecer un paralelismo entre la adicción al porno de the Kid y la adicción a la comida del Profesor; sin embargo, da la impresión de que esta comparación no está muy conseguida.
Uno de los mayores méritos literarios de Lost memory of skin es la habilidad con la que Banks ha difuminado las fronteras que separan a víctimas y culpables a través de diversas escenas moralmente ambiguas: la policía desaloja la comunidad de pederastas por motivos electoralistas y los reporteros que cubren la noticia miran “como si fueran clientes en un sex show que no quieren que sepas que el espectáculo les está poniendo cachondos” o las bromas de naturaleza sexual sufridas por the Kid en el ejército de los Estados Unidos. Pero, sin duda, el mayor logro de la novela es la verosimilitud con que presenta el making of de un pederasta. La comunidad no es realmente el lugar donde Banks quiere conducir al lector: el escritor, como adelanta ya en el título, quiere que nos pongamos literalmente en la piel del agresor sexual. Pero ¿en qué piel vive realmente the Kid? ¿En su piel real o en la virtual? The Kid es adicto a las skin mags y a los skin flicks (revistas guarras y pelis porno, respectivamente), pero ¿qué piel es la que realmente anhela? “A propósito”, le dice al Profesor, “¿te has preguntado alguna vez por qué las llaman skin mags y skin flicks?… Quiero decir que no son realmente la piel, son sólo imágenes de la piel. La única piel que llegas a tocar es la tuya propia”. La principal anomalía de the Kid, que da lugar a todas las demás, es de naturaleza dérmica: como indica el título, ha perdido su piel, no la recuerda o tal vez nunca la haya tenido. Por eso no siente y sólo puede sentirse vivo a través de la masturbación compulsiva.
Por otra parte, cualquiera sabe más de él que él mismo. Todo lo relacionado con su pasado sexual está disponible online, en el National Sex Offender Registry. Además, como está obligado a llevar un GPS, las autoridades lo tienen localizado las 24 horas. Desde que era un niño ha vivido suspendido en una especie de limbo, en el mundo virtual, conectado con una red de amigos que no conoce, resguardado detrás de su nickname, entablando relaciones de todo tipo con seres virtuales que no pueden rechazarle. Incluso cuando vive en el llamado “mundo real”, the Kid lleva una existencia ficticia, ya que ha preferido ocultar su nombre verdadero y su pasado y decir a sus allegados que acaba de regresar de una misión en Afganistán. A diferencia del protagonista de Blood Meridian de Cormac McCarthy, novela a la que se asemeja en algunos aspectos y cuyo protagonista también se llama the Kid, el protagonista de Lost memory of skin prefiere seguir siendo un niño y no evolucionar hacia la madurez. Esto le permite eludir la culpa por los actos por los que fue condenado: desde su punto de vista, él también tenía 14 años, como la menor con la que quiso tener relaciones.
La novela de Banks no trata ni de culpar ni de redimir a nadie, sino de diagnosticar un mal característico de nuestra sociedad. Banks ha apuntado un camino, el de la adicción a la pornografía, pero, obviamente, existen otras formas de explicar la pedofilia. No es intención del autor demonizar Internet o el porno, sino señalar algunas contradicciones de nuestro modo de vida. Por alguna razón, hay algo en nuestra cultura que convierte a los niños en mercancía sexual y a algunos depravados en sus consumidores. Es cierto que nuestra sociedad, si no incita, al menos sí tolera tácitamente esta situación: favorece el individualismo y, con él, la soledad y, para paliar ésta, pone a disposición del individuo material pornográfico a discreción. Las nuevas tecnologías hacen posible que seres anónimos hagan realidad sus fantasías más perversas sin tener que mancharse las manos…
Pero ¿qué hacer ante esta situación? Las medidas anti-pedófilas que se han puesto en funcionamiento sólo han contribuido a empeorar las cosas. En Estados Unidos, se ha optado por desterrarlos a los márgenes de la sociedad, y ahora amenazan con acabar con la privacidad a la hora de navegar en la red, en menoscabo de las libertades del resto de individuos. En el Reino Unido, una agencia del gobierno (la ISA) se encarga de investigar el pasado criminal de los adultos y sólo se les permite tener un contacto normal con menores de 16 años que no sean sus hijos cuando se demuestra que están “limpios”. En una sociedad que se rige por la máxima de “Todo el mundo es un pedófilo hasta que se demuestre lo contrario”, los adultos no se atreven a levantar a los niños del suelo cuando éstos se caen por miedo a que los acusen de conducta indebida. En este punto no está de más recordar lo que dicen algunos estudiosos de la perversión como Elisabeth Roudinesco. Esta historiadora alerta sobre el resurgimiento de un tipo de perversión en el que no hemos caído en la cuenta, la perversión inmaculada: “Una sociedad que profesa semejante culto a la transparencia, la vigilancia y la abolición de su parte maldita es una sociedad perversa”.