The Artist (2011) de Michel Hazanavicius

Por Alejandro Contreras.
 

 

La propuesta de Michel Hazanavicius es un arma de doble filo. Para el cine de entretenimiento su apuesta por rodar una película sin diálogos y en blanco y negro es prácticamente un suicidio comercial. En cambio ese atrevimiento está muy valorado por críticos, cinéfilos  de gusto exquisito y programadores de festivales de cine.

 

Cuesta encontrar una película rodada en blanco y negro entre los títulos disponibles en 3D o en películas de acción, cuando es bastante sencillo tropezarse con una de ellas en festivales de cine como ha ocurrido sin ir más lejos este mismo año en Málaga, con el pase de la española Open 24H (2011), o en la Berlinale donde arrancó la carrera triunfal de The Turin Horse (2011). A algunos como a Spielberg les sirvió para rociar de «qualité» propuestas tan intachables como La lista de Schindler (1993), pero a otros consagrados como Francis Ford Coppola no les sirvió para evitar el naufragio de proyectos tan fallidos como Tetro (2009). No es sencillo recordar alguna cinta que haya tenido cierta relevancia en la taquilla, y sólo en películas donde se mezclaba con escenas a todo color como Sin City (2005) o Memento (2001) ha podido llegar al gran público. Cierto que el uso del blanco y negro no es muy habitual, pero no es por lo que The Artist (2011) llama especialmente la atención.

 

Su renuncia a los diálogos y al sonido de ambiente sí que es toda una novedad. Cuesta encontrar títulos tan silenciosos como éste más allá de la época del cine mudo, a excepción de algún título como Juha (1999) del finlandés Aki Kaurisäki, de plena actualidad por el éxito de El Havre (2011) y de algunos homenajes al cine de esa época como el que hizo Pedro Almodóvar en Hable con ella (2002). Y ese ha sido el principal reclamo que ha utilizado Michel Hazanavicius para atraer al público minoritario al que va dirigida esta película, más por las limitaciones impuestas que por la historia que nos desarrollan. Tal y como el año pasado nos preguntamos cómo habrá sido capaz Rodrigo Cortés de rodar una película limitándose a un sólo personaje en un espacio tan pequeño para contar una historia de hora y media sin aburrir al espectador, nos acercamos a esta propuesta con la misma curiosidad partiendo Michel Hazanavicius con la simpatía de auto imponerse un reto tan difícil.

 

Y tan solo hace falta que veamos varias escenas para comprender que el reto se había conseguido. Empieza The Artist (2011) bastante fuerte y en pocos minutos ya disfrutamos de escenas tan antológicas como las protagonizadas por el perro Uggie con Jean Dujardin, o aquellas en las que Bérénice Bejo baila detrás de unos tablones o se deja llevar con la chaqueta de su gran ídolo. La falta de sonido en los diálogos se suple perfectamente con contados paneles (de los que no se abusa) y por unas interpretaciones que sin caer en la exageración permiten seguir la trama perfectamente. Todo ello regado por una banda sonora excelente que acompaña bastante bien a la historia.

 

A nivel técnico la película es inmejorable: vestuario, dirección artística, fotografía… e incluso los dos protagonistas, que gozan de mucho atractivo ya en color, están aún más irresistibles en blanco y negro. Ya a mitad de la película uno sospecha que está ante una de las grandes películas del año por todo lo mencionado y está impaciente de terminar su visionado para confirmar si es la gran obra maestra que muchos anuncian. No sorprende que la linea argumental sea bastante sencilla, sobre todo porque no se podía apoyar con diálogos que entraran en más profundidades, pero entrando ya en el tercer y último tramo de la película, el guión comienza a flojear, la banda sonora a resultar repetitiva, y con la ausencia de Bérénice Bejo en la pantalla dejando todo el protagonismo a Jean Dujardin comienza uno a extrañarla. Y a pesar de que consigue terminar con cierta maestría, el resultado no es tan sobresaliente como uno pensaba.

 

 

The Artist (2011) cuenta con dos grandes personajes rodeados de otros muchos que son mera comparsa. Esos personajes cobran vida frente al mejor Jean Dujardin que nunca hemos visto, y que no se puede tener más encanto con un frac y su eterna sonrisa, pero es que Bérénice Bejo, señora del director y protagonista, de la que se podría pensar que es una mera «enchufada», está incluso mejor que Dujardin. Además ella tiene un personaje que en ningún momento puede caer mal al espectador porque es prácticamente perfecta, mientras que George Valentin a ratos resulta demasiado egocéntrico, vanidoso y sobre todo orgulloso. El resto de los actores norteamericanos están correctos y eficaces, sin mucho más brillo y con nombres tan importantes como John Goodman, James Cromwell, Penelope Ann Miller y hasta un irreconocible Malcolm McDowell que hace 40 años, se dice pronto, nos regaló el mítico Álex de La naranja mecánica (1971).

 

En algún momento incluso asoma un poco la patita la parodia, y más en la época más decadente del protagonista. La falta de sonido real no es total, y en algún momento el director se permite la licencia de incluirlo como parte de la trama de la película. Probablemente llegue tarde y no cause la emoción que podría haber conseguido varias escenas anteriores, donde tenía mucho más sentido interrumpir la prohibición auto-impuesta de sólo escuchar música.

 

Todo esto no quita para que sea The Artist (2011) resulta ser toda una experiencia, rodada por gente que ama el cine y que aprovechan para rendirle homenaje en cada fotograma. Muy probablemente sea de las mejores del año, pero dudo de que sea la mejor y aunque le lluevan las nominaciones por doquier, entiendo un poco más a aquellos que prefirieron propuestas más imperfectas como El árbol de la vida (2011) en Cannes o Melancolía (2011) en los Premios del Cine Europeo 2011, frente a una fantasía perfecta que percibí más fría de lo que hubiera deseado.

 

 
 
 
The Artist (2011) se estrenó en España el pasado 16 de diciembre de 2011.
 

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