Memorias desde la prostitución
Por José A.Cartán.
Indudablemente, Chester Brown es una de las vacas sagradas del cómic underground norteamericano. La aparición de una nueva obra suya se convierte en un inmediato entusiasmo para los amantes del noveno arte y la crítica especializada, los cuales no dudan ni un segundo en devorar su última creación. A excepción del canadiense, son muy pocos los profesionales que poseen tal enjundia a la hora de mencionar su nombre. Tal vez Charles Burns, Daniel Clowes, Robert Crumb o Seth, restando otros igual de grandes e igual de escasos. Historietistas que poseen una particular y muy crítica mirada del mundo contemporáneo y los vicios que lo sustentan.
Si había algún tipo de duda de la transparencia que tiene la obra de Brown, ésta se rebela en su última obra desde el primer momento, dejando de lado todo posible eufemismo con respecto al tema que trata. Hace unos años pudimos disfrutar de su primer acercamiento al mundo erótico con El Playboy, obra autobiográfica en la que hacía una primeriza exploración sobre la influencia que había tenido el consumo de material pornográfico en su adolescencia para su posterior relación, ya en la etapa madura, con el género femenino. Si esta obra significaba una ligera pincelada de un tema tabú como lo es la pornografía, en Pagando por ello: memorias en cómic sobre ser un putero, Brown se acerca a la realidad de la prostitución realizando un profundísimo estudio sobre sus vivencias en este ambiente tan social y moralmente enrarecido.
Al igual que sucede a la hora de prejuzgar la prostitución y a aquellos que la frecuentan, el lector bien podría hacer lo mismo al leer el título de Brown. El artista canadiense, tras un fracaso amoroso, decide ir en busca de una señorita de compañía o prostituta (el término oscila dependiendo de la chica con la que esté) con el único objetivo de tener un encuentro sexual tras varios meses de continencia. Una escéptica y primera búsqueda a través de los anuncios de la prensa, desembocará en un periplo de relaciones esporádicas, algunas no tan ocasionales, en las que el escritor profundizará en un tema aparentemente problemático con una clarividencia brillante. Cualquier otro historietista hubiera hablado del mismo tema desde una perspectiva diametralmente opuesta; ora explicitud e hiperbolización de los cuadros sexuales, ora ausencia del cuestionamiento del protagonista sobre la nueva realidad que se abre ante él. Afortunadamente, Chester Brown no es un escritor vulgar y consigue crear un análisis exhaustivo sobre los prejuicios sociales, éticos y morales que se tienen en la actualidad sobre la prostitución. El escritor se cuestiona constantemente y de una manera absolutamente reflexiva y casi cerebral, su relación con las prostitutas. Hasta tal punto llega este cuestionamiento y este deseo cognitivo que el personaje discute consigo mismo, durante el coito, sobre trivialidades tales como si dejar o no propina tras el encuentro o la razón por la cual las chicas realizan determinados gestos o aspavientos durante dicho proceso carnal.
El hecho de que el autor se profesionalice dentro de este ambiente, y lo comprenda desde la ausencia de prejuicios, supone el rebatimiento definitivo a los puristas y a la hipocresía posmoderna y terriblemente anquilosada de la actualidad. Es a partir del fracaso amoroso que Brown desembocará en el sexo esporádico, pero es gracias al conocimiento de este ‘submundo’, por así decirlo, que el autor logrará comprender el concepto del amor y la razón de su desengaño. El sexo pagado no tiene por qué equivaler a la deshumanización de los que lo practican ni a la frialdad del acto mismo. ¿Quién dice hasta qué punto la insensibilidad no asola nuestras aparentes y perfectas relaciones diarias? En el cómic hay un constante cuestionamiento del amor romántico por parte de Brown y la razón básica por la que no cree en él: la posesión con respecto al otro ya sea física o moral y que conlleva la irremediabilidad de la esclavitud.
El dibujo del autor canadiense se asemeja al que realizaría un estudiante en mitad de una clase, en la última fila. Escondiendo en el vértice de su cuaderno las diminutas viñetas para que nadie lo vea y volcando en ellas toda su sinceridad como adolescente. Su personaje no realiza ningún tipo de gesto facial durante su camino de conocimiento sexual-amoroso, no hay razón de ser. Al igual que tampoco existe motivo para mostrar el rostro de sus compañeras. ¿A quién le importa cómo sean ellas? El dibujo es de un minimalismo extremo, compuesto con una precisión y una minuciosidad sobrenatural. Como si Brown hubiese cogido un cuchillo y desgranándose así mismo con él, hubiera dibujado a su alter ego con la tinta que corre por sus venas.