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Y la rebeldía se hizo carne…

 
Por Gonzalo Muñoz Barallobre.
 
 

Si tuviéramos que imponer un adjetivo a Diderot (1713-1784) sería el de rebelde. Enemigo de toda autoridad, sólo obedeció a la ley que él se autoimpuso.

 

Hijo de un cuchillero, traza su destino rompiendo con el que su padre quería imponerle: “elige, Denis, o cura, o médico, o abogado”. Y la respuesta del joven Diderot sería tajante: filósofo. Así, abandona su casa y viaja a París siguiendo la ruta que traza su deseo. En la capital busca el saber allí donde cree que puede estar. Ávido se dedica a devorar todos los libros que caen en sus manos sin importar la materia. Pero aún quedaba otro gesto de rebeldía hacia su padre: la mujer que elige no es, según su familia, la adecuada, pero su opinión poco importa, y se casa con ella en secreto.  Pero la vida gasta un humor negro: su matrimonio será fuente inagotable de discusiones y problemas. De su esposa, Diderot, huirá saltando de cama en cama. Pero esa mujer le dará su mayor tesoro, una hija a la que él adorará, y tanto es el amor que por ella siente que para lograr su dote, una dote a la altura del rango que para ella quería, pondrá en venta su biblioteca, y la cosa no le saldrá nada mal ya que se la compra Catalina II de Rusia con unas condiciones realmente jugosas: Diderot la podrá tener hasta su muerte y le asignará un presupuesto mensual para que la amplié, al tiempo que le da un sueldo de bibliotecario. Con este acuerdo comenzará una relación de admiración mutua que culminará con el viaje del filósofo a Rusia en el que él la instruirá en su filosofía, otra cosa será el caso que ella le hizo, ninguno, y la opinión que de su pensamiento dará la emperatriz: “En todos vuestros planes reformistas olvidáis la diferencia que existe en nuestras respectivas posiciones; vos no trabajáis más que sobre el papel, que lo soporta todo; en él es todo coherente, flexible, y no presenta obstáculos ni a vuestra imaginación ni a vuestra pluma, mientras que yo, pobre emperatriz, trabajo sobre la piel humana, que es muy irritable y quisquillosa” Un final más contundente no se me ocurre…

 

El título de la obra de Trousson (Bruselas, 1936) dice así Diderot. Una biografía intelectual. Y es que trazar las ideas de este pensador es trazar sus movimientos vitales. Cada concepto se ha forjado en la experiencia y por cada certeza conquistada estará dispuesto a jugarse su libertad y hasta su vida. Así, su pensamiento, un pensamiento materialista, ateo, libertario, le conducirá a conocer los terrores de la cárcel; será poco tiempo, unos meses, pero esa privación de libertad será para él decisiva y alimentará aún más su rebeldía. Pero lo más curioso de esta experiencia carcelaria será el motivo por el que finalmente es puesto en libertad: poder continuar con la Enciclopedia. Y es que serán los editores, ya que hay mucho dinero en juego, los que se muevan para liberar a Diderot. Pero él sabrá vengarse, ya que en las entradas de la Enciclopedia que él preparó laten las mismas ideas por las que fue encarcelado.

Digamos algo de su pensamiento, del fruto de esa “biografía intelectual”. Los primeros ataques serán a la idea de Dios y a la Iglesia que lo defiende. Pero sin Dios, ¿cuál es el origen del universo y cómo se gobierna? Para las dos preguntas una misma respuesta: el azar. ¿Y sin Él es posible una moral? No sólo es posible, sino que es necesario que así sea. El hombre debe crear sus normas. De su mano debe salir la definición de bien y mal. Y si cae Dios deben caer sus representantes en la tierra: la Iglesia y la monarquía. El poder del rey será limitado y debe estar al servicio del pueblo, y si no cumple nada más legitimo que el tiranicidio. ¿Y cuál es el motor de la sociedad? La ciencia y la técnica, y tan radical será la postura de Diderot que quitará a la belleza de su trono y situará en él a la utilidad.

 

En Diderot. Una biografía intelectual se da una unión perfecta entre rigor histórico y frescura narrativa. Así, la figura de Denis Diderot emerge ante nosotros llena de fuerza y vitalidad, como un ejemplo paradigmático de lo que es un hombre hecho a sí mismo. Y es que en esta obra, Trousson, da una lección magistral del uso de intensidades al servicio de una tarea tan poco humana, tan divina: devolver, de alguna manera, la vida a un muerto. Sin duda, estamos ante una obra de referencia para cualquiera que quiera estudiar la figura de Diderot y la Ilustración en Francia, ese momento histórico que alberga una constelación de auténticos genios: Voltaire, Rousseau, D´Alembert, Montesquieu, Helvétius, D’Holbach…

 
 
 

 

Diderot. Una biografía intelectual

Raymond Trousson

Acantilado

2011

304pp, 24 euros

 
 

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