Knockemstiff, de Donald Ray Pollock.
Por Juan Carlos Vicente
Ohio parece un mal lugar para vivir y criar a tus hijos. Puede que hayas pensando en ir allí, quizás comprar un terreno, hacerte una casa, vivir el jodido sueño americano de las granjas y las plantaciones, de bañarse desnudo en el arroyo y perder la virginidad entre juncos con la chica de tus sueños. No te lo discuto, no suena mal, pero puede que encuentres el cadáver de un chico de trece años entre la maleza, puede que tu chica sea aficionada a las anfetaminas y tenga la extraña costumbre de llevar barritas de pescado congelado-ya descongelado y hediondo- en sus bolsillos o puede que te sodomicen en una caravana infecta, oscura, y que el que lo haga sea tu vecino.
Nada de esto ha sucedido en realidad, o tal vez sí, no hay que irse a Ohio-a Knockemstiff, concretamente-para encontrar este tipo de sucesos, basta con abrir un periódico, encender la televisión, escuchar las conversaciones en la puerta de los colegios de nuestros hijos. La ficción es una realidad creada, pero la realidad es una no-ficción vivida. En este punto reside la atracción enfermiza del libro, lo cercano de la brutalidad del ser humano, el miedo, los sonidos que atraviesan las paredes de nuestras viviendas y que preferimos no escuchar.
Pollock ha acumulado suficiente desesperanza durante los treinta y dos años que trabajó en una fábrica de papel. Siguió la terapia de los doce pasos, se tatuó Carpe Diem cuando vio que su vida estaba condenada, y empezó a escribir para escapar de la hondonada antes de que esta acabase por devorarle junto al resto de sus personajes. Más tarde el odio, el alcohol, la violación, el racismo y el sexo, se transmutaron en un libro de relatos del que es difícil escapar.
Insuperable el prólogo de Kiko Amat. Nos veremos en la hondonada. O mejor no.
Knockemstiff, Donald Ray pollock. Libros del Silencio, 2011.