El pequeño Rey Diciembre
El pequeño Rey Diciembre de Axel Hacke. Ilustraciones de Michael Sowa. Editorial Lumen, 2002. Cartoné, 64 pp., 21×17 cm., 12 euros. Mayores de 12 años.
Por Rebeca Martín.
Un día, el pequeño Rey Diciembre II apareció en el piso de un oficinista triste y solitario. No era mayor que un dedo índice y estaba tan gordo que no podía ni abrocharse su regio abrigo rojo, pero aún así, al oficinista le enseñó muchas cosas de un mundo desconocido donde se nace grande y sabiendo todo lo que hay que saber.
El pequeño Rey Diciembre quiere demostrarle al inquilino de la casa que es mejor nacer sabiendo todo lo que uno necesita saber, e ir olvidando poco a poco las cosas con la edad, en lugar de esperar alcanzar la sabiduría plena con el crecimiento y darse cuenta, cuando uno ha envejecido, de que ya no queda nada más por hacer. “Os hacéis mayores”, reflexiona el pequeño Rey, “Al principio queríais todavía ser bomberos o cualquier otra cosa, y queríais ser enfermeras o cualquier otra cosa. Y un día sois bomberos y enfermeras. Y no podéis llegar a ser ninguna otra cosa, porque es demasiado tarde. Eso también empequeñecerse, ¿o no?”.
La obra está concebida como un diálogo filosófico entre los dos protagonistas. A partir de las reflexiones que comparten le transmiten al lector sus inquietudes respecto a la vida, la eternidad, el trabajo o el mal. Son textos surrealistas, protagonizados por personajes surrealistas que, en el fondo, comparten mucho más de lo que aparentan. De hecho, en ciertos fragmentos de la obra, el oficinista se empequeñece hasta tal punto que se hace del mismo tamaño que el pequeño Rey Diciembre. ¿Realidad o ficción?
Es difícil asignarle un lector de una edad determinada a historias con una carga metafórica tan grande como está, pero conviene no negar a aquellos que están creciendo la posibilidad de pensar cómo sería un mundo distinto al nuestro.
Axel Hacke, escritor y periodista alemán, ha publicado otras obras para niños acompañado por el ilustrador Michael Sowa, como Pralino. Publicada por Barbara Fiore en el año 2007, presenta una historia que comparte con ésta el tono surrealista del relato y el poder evocador de las ilustraciones.