Impresiones de Roussel
Por Alberto Peñalver Menéndez
Locus Solus: Impresiones de Raymond Roussel
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. C/ Santa Isabel, 52. Madrid
Comisarios: Manuel Borja-Villel, João Fernandes y François Piron
Hasta el 27 de febrero
“Que Raymond Roussel nos muestre lo que nunca ha existido. A algunos sólo nos importa esta realidad”. Con estas palabras resumía Paul Éluard la peculiar literatura de Raymond Roussel (Paris, 1877 – Palermo, 1933). Las fantasías alucinatorias de Locus Solus e Impresiones de África, sus dos novelas más celebradas, son el eje de una exposición que revela la influencia discreta pero determinante del escritor en una parte importante de las vanguardias del siglo XX.
Locus Solus es una exposición compleja que requiere una reflexión pausada. En primer lugar, porque la gran mayoría de las piezas no fueron creadas por Roussel, sino por sus adeptos seguidores; en segundo lugar, porque las obras rehuyen la grandilocuencia épica de la museología contemporánea y proponen una visión heterogénea y multilineal de su pensamiento, una constante que por otro lado viene defendiendo el Museo Reina Sofía en sus últimas exposiciones. Partiendo de la vida y obra de Raymond Roussel, la muestra se desglosa en un sinfín de ramificaciones que alcanzan áreas tan dispares como las de la metafísica italiana, el surrealismo, la antropología, el estructuralismo estadounidense, los experimentos matemáticos de la OuLiPo, el arte conceptual, la ciencia o la literatura juvenil, por citar algunos.
Raymond Roussel, creador de mundos
¿Quién era Raymond Roussel? La misma naturaleza polimorfa de la exposición nos sirve para describir al personaje. Un vistazo a sus fotografías nos muestran a un señorito aristócrata algo apocado y de bigote bonachón, vecino de Proust y Cocteau, mimado entre los algodones intelectuales de la intelligentsia francesa, amante del teatro y del disfraz, lector empedernido de los libros de aventuras de Verne y Loti, trotamundos en Tahití y África, émulo de Phileas Fogg y sus peripecias alrededor del globo, genio incomprendido por sus contemporáneos, homosexual chantajeado por sus amantes, dandy de vida licenciosa, adicto a los barbitúricos. Y la lista podría continuar.
Más un personaje novelesco que un ente real, su vida entera constituyó una impostura, una ficción polifacética que se refleja en su corpus literario. Sus novelas nos describen narraciones exóticas en África e inventos que desafían la imaginación más aguda. Si algo era Roussea, es un fabulador.
La máquina como sujeto del arte
La máquina es uno de los nódulos que estructuran el discurso de los comisarios. Los surrealistas, que adoptaron al escritor como pope, no dudaron en reivindicar sus artilugios fantásticos (como por ejemplo aquel artefacto mecánico de pintar imaginado en Impresiones de África) como una metáfora de la creación de un arte nuevo, exacto, carente del patetismo romántico pero insuflado una fuerza innovadora inédita, la del futuro arrollador. Todo ello encuentra su eco en los collages de Max Ernst (Le Rossignol Chinois), los ready-mades de Duchamp (Le Grand Verre), las construcciones de Picabia (Totalisateur), las fotografías de Man Ray, los maniquíes de Chirico (El trovador) o los autómatas de Jean Tinguely (Méta Matics), entre otros. Al igual que Roussel, los artistas no sólo se valieron de las máquinas, sino que las describieron con todo detalle para desvelarnos su funcionamiento interno. Esta transparencia nos remite a la belleza futurista de la máquina y la sitúa como el estandarte del nuevo mundo industrial. “La imaginación lo es todo”, afirmaba el escritor francés, y la máquina es el heraldo de su imaginación.
Además de los autómatas surrealistas, toda una generación de artistas posteriores han utilizado los ingenios rousselianos como fuente de inspiración: desde el tarot musical de Butot hasta las máquinas de leer a Cortázar de Sanmiguel Diest o Fassio, la máquina se entiende dentro del contexto de la muerte del autor promulgada por Barthes.
Lenguaje y matemáticas
El peculiar proceso creativo de Roussel es también revisado en la exposición. En 1935, dos años después de su muerte, aparecía publicado un libro póstumo en donde se detallaba su manera de escribir: “Elijo dos palabras similares. Por ejemplo billiards y pilliards. Entonces les añado palabras similares tomadas en dos direcciones diferentes y obtengo dos frases casi idénticas. Halladas las dos frases, es cuestión de escribir un relato que pudiese empezar con la primera y acabar con la segunda”.
De esta manera, la literatura pasa a convertirse en un juego matemático en el que el argumento pasa a segundo plano. Unos años más adelante, sus técnicas serían reivindicadas por la “literatura potencial” de Queneau, Robbe-Grillet y Perec. En cuanto a las artes plásticas, su visión formalista está presente en un gran número de obras plásticas: Impresiones de África de Cristina Iglesias, un impresionante laberinto en cuya superficie se han impreso los glifos de una lengua exótica o inventada, sumerge al espectador en un mundo confuso donde la palabra deja de tener un significado; las obras de Guy de Cointet, miembro de la Patafísica, combinan ready-mades con lenguajes criptográficos en un intento por desestructura el lenguaje artístico.
La muerte sorprendió a Roussel en 1933 en un hotel de Palermo. Entre sus proyectos inconclusos, una fastuosa lápida-biblioteca que debería haber acogido su lecho de muerte en el cementerio Père-Lachaise. Su descanso eterno tuvo que conformarse con un mármol del orden más mundano, prácticamente indistinguible del resto de tumbas de camposanto francés. No obstante, no son pocos los peregrinos célebres que acudieron a rendir homenaje al escritor, entre ellos el propio Cortázar, como se puede apreciar en una foto graciosísima donde el argentino hace ademán de abrir el sepulcro. No sé si lo consiguió, pero lo que sí que puedo afirmar es que su fantasma aún campa por nuestros días.