Más cultura

La lengua del Tercer Reich

Por Alfredo Llopico.
 
 
No hace mucho, me lamentaba en una conversación de lo dañinas que son las acusaciones lanzadas sin control ni evidencia. Mi interlocutor, como si nada, dijo que en la difamación siempre hay algo de verdad. Con ello no hacía más que poner en evidencia que en ocasiones, con demasiada frecuencia hoy en día, el lenguaje y las personas somos perversos. Las palabras no cuestan nada, pero si conociéramos toda su transcendencia, la perseguiríamos a sangre y fuego, con mucho mayor motivo que otros ‘pecados’.
 
 
El filólogo Victor Klemperer, en su libro «La lengua del Tercer Reich» (editorial Minúscula), nos recuerda lo peligrosas que son ciertas afirmaciones hechas de manera astuta, con dudosas intenciones, que acaban apoderándose de nosotros, introduciéndose en la carne y en la sangre de las personas a través de palabras aisladas, de expresiones, de formas sintácticas impuestas al repetirlas millones de veces. Afirmaciones que acaban siendo adoptadas de forma mecánica e inconsciente que logran que ciertos tópicos acaben apoderándose de nosotros
 
 
Porque las palabras, especialmente cuando vienen de agitadores que gritan como charlatanes demagogos que machacan siempre las mismas teorías simplistas, pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico: una vez narcotizados por ellas e inutilizada nuestra capacidad de reflexionar, acabamos tragándolas sin darnos cuenta, parecen inocuas, pero al cabo de un tiempo producen su efecto tóxico.
 
 
Palabras que proceden en su mayoría de personas frustradas que empiezan a sentir miedo de quedar apartadas e intentan vengarse de quienes no tienen culpa alguna de sus desventuras. Son la justificación para el que no le quedan más que sus sucios y menudos argumentos, en los que se pierden y se abaratan como personas, del que no le quedan más que sus rencores inagotables, unos temores que rozan la estupidez a causa de las susceptibilidades sin fin.
 
 
Todas las generalizaciones son falaces. Y los juicios no contrastados nunca tienen, por mucho que lo diga quien lo diga, ni una pizca de verdad. El problema es que se meten insidiosamente en la cabeza y son venenosas como el cianuro, inertes como el plomo, malas ideas malas que inducen a la pereza intelectual y moral, nos encierran, nos achican la mente, nos idiotizan, y nos convierten en cómplices del abuso y de la injusticia.