La que nos espera (8)
Por Javier Lorenzo.
¿Escriben mejor las mujeres que los hombres?
Para poder escribir esta simple pregunta he tenido que pegarme a brazo partido con Roger hasta que he conseguido reducirlo con la amenaza de no llevarle conmigo a Eton el año que viene. Me ha dolido intimidarlo de una forma tan cruel, pero no quedaba otro remedio. Aun así, no para de menear la cabeza, lanzarme miradas lastimeras y exhalar unos suspiros de hipopótamo asmático.
– La ruina, señor –le oigo sollozar-. Esto es la ruina.
– Todavía no sabes lo que voy a escribir, nenaza.
– Si ya empieza por llamarme nenaza, ¿qué quiere que piense?
– Yo no veo el peligro por ninguna parte. Cierto es que los términos “masculino” o “femenino” en relación al arte suelen ser tan ambiguos como inexactos, pero no por ello nos vamos a privar de decir lo que nos venga en gana.
– ¡Ay, ay, ay!
– ¡Calla de una vez, hereje! Vi el otro día a Icíar Bollaín quejándose de que había pocas mujeres directoras. No creo que estuviera echando la culpa a los hombres por ello. También hay pocas compositoras, pintoras y escultoras sin que el sexismo tenga nada que ver. Sin embargo, escritoras hay muchas. No digo que haya demasiadas, sólo afirmo que la literatura parece la única actividad creativa en la que hay igualdad entre los sexos.
– Diga, por favor, que esto le parece bien, señor.
– Pues claro que me parece bien. Roger, aunque me pregunto por qué hay ese desequilibrio.
– ¿Tal vez porque la mayoría de los lectores son mujeres?
– Sin duda eso cuenta, pero no creo que sea lo fundamental. Hace poco oí a una autora definir su última novela como “una exploración de los sentimientos”, y yo creo que ahí está la clave, Roger. En esa “exploración”, en ese análisis que pretende descubrir los mínimos matices de una íntima sensación.
– Y ahora me lo explicará, ¿verdad?
– No te librarás, bucanero maldito. Claro que hay mujeres que escriben bien, igual que las hay tan mediocres como pueda serlo un varón. Y tal vez, en su conjunto, escriban mejor que la mayoría de los hombres. No pienso discutirlo. Sin embargo, lo curioso es que, salvo contadas excepciones, las historias que narran no me interesan en absoluto. O me parecen copias unas de otras, que es peor.
– Ya está liada, señor. Mire que le avisé.
– Es una apreciación personal, desde luego, y seguro que imperfecta; pero verás, Roger, hace mucho que leí a Woolf, a Yourcenar, a Highsmith, y difícilmente puedo encontrar en la actualidad a una mujer que se les acerque. Además, ese empeño por la “exploración de los sentimientos” me resulta tan decimonónico, tan egocéntrico, que me hastía. A mí qué me importa lo que se sufre cuando desaparece un ser querido, cuando cambias de país y de cultura, cuando recuerdas a tu abuela. A mí lo que me importa es la trama; lo que quiero leer son las consecuencias que acarrea esa desaparición, o ese cambio, o ese recuerdo. Pero casi ninguna me lo cuenta. Casi ninguna va más allá de lo evidente.
– Ese “casi” no sirve, señor. Y le advierto que no lo está usted arreglando.
– ¿Me vas a salir con lo políticamente correcto, Roger? ¿No podré expresar lo que, en el fondo, muchos piensan, incluyendo miles de lectoras? ¿No podré decir, respetuosa pero llanamente, que la inmensa mayoría de lo que hoy escriben las mujeres me aburre? ¿Y que me aburre mucho por muy bellamente que esté escrito? Y no digo que sea malo, no, sólo que me hace bostezar.
– De ésta no salimos, señor.
– Pues que así sea, mi buen fámulo, si ése es nuestro destino. Pero, salvo las propias mujeres y sus obras venideras, nadie podrá demostrarme hasta qué punto estoy equivocado. Porque lo que yo veo es que ha habido tal énfasis en la “exploración de los sentimientos” que con ello han llegado a ocultar a la emoción. A la auténtica, asexuada, amoral y arrebatadora emoción. Que es lo que de verdad vale la pena y lo que siempre permanece. ¿O es que no estás de acuerdo?
– Voy a por sus cosas, señor. Y ojalá que el local disponga de una salida trasera. Creo que la vamos a necesitar.
– Pues yo de aquí no me muevo. ¡Aguanta conmigo a pie firme, cobarde sajón!
Imagino que estarás preparado para recibir por todos los flancos. Personalmente y en lineas generales estoy de acuerdo con el interlocutor de Roger; la narrativa femenina muchas veces se queda en el análisis intimista de los motivos y de la pulsión que precede a la acción. El escritor varón desarrolla las acciones; es así, porque pensamos, registramos y procesamos de manera diferente, le pese a quien le pese. FIN
Un abrazo,
Almudena