Recetas para una existencia (no tan) feliz
Por Nabor Raposo.
Vive como puedas. Joaquín Berges. Tusquets editores. Barcelona, 2011.
En la literatura, como en la vida, no hay recetas. Uno vive y escribe como puede, como le dicta el instinto o simplemente como le da la gana, si acaso no es lo mismo. A menudo sucede que la mera existencia es apabullante y a uno no le queda más remedio que actuar como le vienen dadas, jugando las cartas que brinda el destino. Pero la literatura es otra cosa. La literatura no debería ser sino una representación de todo aquello que nos rodea, la mirada personal del escritor hacia su propia realidad en el vano intento que supone el ejercicio de entender y explicar a los demás nuestro papel en el mundo. Y, aunque no haya recetas, sí que existen fórmulas para llegar hasta ella.
Joaquín Berges (Zaragoza, 1965) se sirve de unas cuantas para dar cuerpo a su segunda novela, ‘Vive como puedas’. La más evidente, dado que el narrador principal relata los hechos a posteriori y conociendo, por tanto, las consecuencias que se derivan de los mismos, es la tesis del Dr. Woody Allen: comedia = tragedia + tiempo. Lo extraño es que el autor haya empleado un formato tan manido como las comedias de situación para armar su discurso, mostrando una no tan tímida obsesión por un género muy a menudo sobrevalorado y que, en estos tiempos, suele ir acompañado del chiste fácil, de personajes planos y estereotipados, de las casualidades que atacan frontalmente la inteligencia del espectador y de un vacío argumental carente, además, de finales imprevisibles. Un planteamiento que, en el caso que nos ocupa, y a pesar de que se emplea de una manera un tanto alejada de todos estos convencionalismos, tampoco consigue camuflar algunas de las costuras de la novela que quedan al aire, especialmente aquellos mecanismos que sustentan la concepción de los dos narradores.
El primero de ellos, en primera persona, es el propio protagonista, quien narra los hechos a través de un diario. Pese a que este ejercicio técnico enmascara detrás un artificio literario que suena impostado, sobre todo al principio, acierta Berges en la voz del personaje, un hombre de mediana edad casado por segunda vez pero incapaz de superar el amor de su primer matrimonio, ninguneado en el trabajo, enfrentado con sus hijos, con sus fantasmas, con la angustia, la búsqueda de la felicidad, la angustia producida por la búsqueda de la felicidad y la muerte. Una voz que resulta mucho más autocompasiva de lo que cree ser, pero que en cualquier caso carga en gran medida con el peso de la obra gracias a una narrativa inteligente, lúcida, irónica y despojada de sensibilidades huecas, algo que parece encajar en la intención del texto. Se hecha de menos, no obstante, ese juego de contradicciones al que son propicios los narradores en primera persona, algo demasiado jugoso como para no sacarle rendimiento (sobre todo cuando existe otro narrador que puede desenmascarar al primero, como es el caso): el narrador no miente, por lo menos en los hechos importantes, aunque en algunos momentos casi caiga en la tentación. Depende del lector dilucidar si es tan bueno (o inspira tanta lástima) como pretende hacernos creer, y ese también es uno de los puntos fuertes de la obra: que el protagonista sea un buen compañero de viaje, un tipo simpático, alguien a quien deseamos que le vaya bien porque, en definitiva, tendemos siempre a comulgar mucho más con los perdedores.
Las páginas del diario van intercalándose con un segundo punto de vista, el de un narrador neutro que se mantiene firme pero que salta a menudo con apoyaturas hacia otros personajes, algo que puede llegar a despistar al lector si se hace demasiadas preguntas. El truco queda al descubierto: los narradores van alternándose (primera persona – neutro / apoyado) formando una especie de diálogo o interacción con los hechos y con la estructura formal de la novela. Gracias a cierta agilidad narrativa, el texto comienza a respirar conforme avanzan los acontecimientos, despegando en algunos compases en que uno olvida todo lo demás y se deja llevar por las sucesivas peripecias de la trama.
Resulta paradójico el tema de las sitcom, sobre todo cuando uno advierte que detrás del mosaico general de la obra se esconden algunos recursos que sí muestran cierta talla literaria. Que las piezas del engranaje no lleguen a funcionar con la precisión de un reloj suizo sólo es achacable a que Berges no sea Philip Roth. Hay un buen montaje metafórico: los capítulos son los mismos epígrafes que figuran en los prospectos de los medicamentos; el viento como fuerza motriz que impulsa las manecillas la vida; el espejo como enemigo de lo que somos, de aquello en lo que nos hemos convertido, o lo que nos gustaría ser, etcétera. Los diálogos hacen que la acción avance de una manera muy ligera y la asunción de las nuevas tecnologías (una de las obsesiones de la narrativa contemporánea) se produce con naturalidad. La lectura se mueve en un terreno donde el drama es empleado sin dramatismos, y la violencia de algunos episodios cómicos funciona a modo de contrapunto desacralizado por la belleza de una melancólica ternura. Incluso aunque haya situaciones tan previsibles que se ven de lejos (ay, ¿qué tendrán las sitcoms que tanto nos gustan?), el final resulta bastante original.
Da la impresión de que, por momentos, la novela se empeña en ser tan entretenida que eclipsa su verdadero valor literario. Y eso que, a pesar de que las acciones se sucedan a golpe de sketch, ninguno parece forzado, a excepción de algunas casualidades propias del género televisivo: la verosimilitud de las situaciones queda, no obstante, fuera de toda sospecha. La novela bebe de la inspiración de ‘Vive como quieras’ (‘You can’t take it with you’, Frank Capra, 1938), y aunque el título no deja mucho margen a la interpretación de lo que contienen las páginas, el autor ha sido muy hábil a la hora de reescribir la historia acorde a su realidad y sin renunciar por ello a citar explícitamente la referencia.
‘Vive como puedas’ puede leerse de muchas maneras, y ser entendida como un riguroso ejercicio de estilo, no exento de originalidad, en el que el método se diluye hasta el poso con la química del entretenimiento. En toda forma de arte es imprescindible reinventarse, y por mucho que digan que los experimentos es mejor hacerlos en el laboratorio, a menudo es necesario que vean la luz. Habrá que esperar a la tercera novela de Berges, porque parece estar muy cerca de la fórmula definitiva.