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Pablo Luque Pinilla

Pablo Luque Pinilla

Por Francisco José Peña Rodríguez


La poesía española actual está llena de nombres de validez indiscutible; poetas surgidos del aprendizaje autodidacta, de la emoción trasladada al verso, de la intensidad verbal transfomada en poesía. Son, sin duda alguna, autores de las letras españolas que vienen a tomar el relevo de esas otras generaciones ¾culturalistas de los años setenta, los nuevos nombres de los ochenta…¾ que despuntaron después de la muerte de Franco en 1975 y que han servido generosamente de puente para la Historia de la Literatura entre los siglos XX y XXI.
Pablo Luque Pinilla (Madrid, 1971) es ese extraño caso de poeta no relacionado por profesión con la Literatura ¾¿acaso Luis Cernuda no estudió Derecho, por ejemplo? ¾ y que, como muchos otros, se da a conocer para nuestras letras en la década de 1990 (como Ana Merino, Yolanda Castaño, Carmen Jodra…). Sin embargo, su primer libro data de 2004: Los ojos de tu nombre (Huerga & Fierro).
Algo después de esa fecha cayó en mis manos ese cuidado poemario, trazado con elegancia clásica; plagado de tenues poemas excelentemente trazados; con una inicial cita de Claudio Rodríguez (“Esa mirada que no tiene dueño”) que es, en sí, la esencia y el resumen del decir de Pablo Luque.
Una de las claras características de la nueva poesía es el verbalismo directo, esa cualidad que une al poeta y a su obra con el lector cotidiano de poesía; esa actividad narrativa que tanto trabajó Pablo Luque en aquella ópera prima de 2004. Como tal, el poeta busca una narratividad indudable, pero, al mismo tiempo, es la búsqueda de la transformación de la poesía lírica en poesía en prosa:
 
Un reflejo delatando sombras proyectadas desde algún voladizo, un frenazo en la geometría de un coche haciendo la rotonda.
Quietos quicios de luz y el sol basculando sus agujas.
Algunos giros, algunos cambios de marcha, cuando se abran los semáforos y caigan rayos reflejados en el lado opuesto del chasis.
La tarde inaugurada desvelará la inocencia de los parachoques traseros, y las huellas de sus golpes en el oleaje de las respiraciones.
La tarde inaugurada dibujará su sábana virginal, depositando sus labios más secretos en la tensión última de la monotonía.
 
Pablo Luque Pinilla es un poeta paciente, un escritor que mima el verso, que reescribe, que fomenta la poesía y participa de ella. Además de editor de la revista digital Ibi Oculus, en 2009 dio a la imprenta la magnífica antología ¾en la que destaca su estudio introductorio¾ Avanti. Poetas españoles de entresiglos XX-XXI, en donde aparecían, entre otros, los nombres y los versos de Pere Gimferrer, Miguel D’Ors, Julio Martínez Mesanza, Aurora Luque y Amalia Iglesias Serna. Además, nuestro poeta madrileño mantiene indudables conexiones intelectuales con la poesía actual italiana.
Me consta que Pablo sigue trabajando su poesía, que mantiene proyectos que no se desvelan aquí y ahora por aquello de la incógnita, pero que su pasión es, a las claras, la poesía.
Los profesores de Literatura, los que nos dedicamos a la crítica literaria o, simplemente como nos enseñó don Ramón Menéndez Pidal, los que escribimos la historia de nuestras letras, tenemos por costumbre creer que la inmensa mayoría de los escritores salen de las filas de las propias letras; algo que afortunadamente empieza a desmontarse, porque la poesía actual va más allá de las aulas de filología, trasciende por Internet ¾y eso lo demuestra nuestro poeta con su web y con su revista¾ e intertextualiza y contextualiza con otros ámbitos, campos que aderezan la poesía con la pluralidad de motivos. Pablo Luque Pinilla es uno de ellos; uno de esos magníficos poetas jóvenes que habitan Madrid y que de vez en cuando nos regalan algún magnífico poema, de esos que llaman la atención tanto como para hablar de que estamos ya hoy haciendo la poesía del siglo XXI sin necesidad de mirarnos en el extraordinario espejo del siglo XX:
 
La blusa del día suspende láminas de polvo, y gotas circulando donde la atmósfera cubre el suelo. Lo que dura la secuencia del paisaje dura el cambio de marcha, y dobla el lomo del arcén si en el volante irrumpe un giro.
 
Sólo el instante muestra una señal y bloques con pisos en cascada.
El camino es lento, y la mirada un hábito donde surgen coches y nubes de CO2 retando al ojo. No hay pasos ni huellas que seguir, ni la clausura de la avenida donde se abastecen las horas en la trastienda de los deseos.
Sólo un oculto beso filtrándose en las toberas de la calefacción, y la imagen de los retrovisores donde yace ingrávida la nostalgia que te adivina.
Creo sinceramente que la Edad de Planta de la que habló cargado de motivos el profesor Mainer sigue aún hoy muy viva, algo que viene diciendo tranquilamente otro extraordinario poeta, Luis Alberto de Cuenca. Y eso es lo que ocurre con los nuevos nombres de la actualidad.
Cuando uno se aproxima a la obra de Pablo Luque, el poeta de la voz pausada y la palabra trabajada y medida, encuentra una poesía de amplios horizontes, con el decir correcto, con la escritura precisa, con la intención lúdica de la Literatura, pero con el ritmo actual de lo cotidiano, de la elevación a la máxima categoría literaria del decir de lo cotidiano, de lo narrativo, del instante.
Además de todo ello, el poeta ejerce de crítico, define y defiende la poesía, organiza recitales ¾codirige la tertulia poética Esmirna, en Madrid¾, habla con todos, pregunta a los críticos, vive el momento actual de la poesía española, tan acompasada de ser el gran género tratado como género menor y, sin embargo, aún hay mucho que decir por gente como Pablo Luque Pinilla.
 
El parpadeo de los árboles mueve el filo de las hojas, agitando polillas de sencillez entre las grietas del asfalto. Pequeñas ráfagas de viento sobrevolando la trayectoria de tu coche, apremiando el vientre de los dedos que con firmeza te conducen.
 
No es el cuadro de mandos, ni su túnica de plástico polvoriento, ni el mullir de las alfombras desportilladas, donde un velo de cordura equilibra los sentidos y una elocuente calma pulsa la monotonía. Es la quietud de los encuentros mejores, cuando un golpe de realidad interroga tu mirada, y un ámbito de misterio llena el cuenco de las dudas.
 
Cuando un calor resquebrajado dialoga con el arco de tus deseos, y esas manos al volante, sedientas y al acecho, se festejan libres en una calzada que de completa ofende.
 

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