Entrevista a Emilio Calderón: "Los sauces de Hiroshima"
Por Benito Garrido.
Fotografías de Pablo Álvarez.
“¿Cabía una vergüenza mayor que haber abandonado a quienes habían sido aplastados y convertidos en despojos humanos por las bombas enemigas?”.
A propósito de su última novela Los sauces de Hiroshima (Planeta, 2011), hemos entrevistado al escritor Emilio Calderón.
Emilio Calderón (Málaga, 1960) es historiador, editor y escritor. Durante diez años se dedicó exclusivamente a la literatura infantil y juvenil y publicó, entre otras, Continúan los crímenes en Roma, Julieta sin Romeo, El último crimen de Pompeya y El misterio de la habitación cerrada. Su primera novela para adultos, El mapa del creador, fue editada en 2006, después de disfrutar de una beca de creación literaria en la Real Academia de España en Roma. Esta obra se convirtió inmediatamente en un éxito internacional y ha sido publicada en veintitrés países. En septiembre de 2007 publicó El secreto de la porcelana, y en junio de 2008 El judío de Shanghai (XIII Premio de novela Fernando Lara, Planeta). En octubre de 2009 fue Finalista del Premio Planeta con la obra La bailarina y el inglés, y en noviembre del mismo año, fue galardonado con un Micrófono de Plata de la Asociación de profesionales de Radio y Televisión de la Región de Murcia por su aportación al mundo de la cultura.
Los sauces de Hiroshima. Emilio Calderón. Editorial Planeta, Barcelona 2011. Novela. 320 páginas. 20,50 €
Con Los Sauces de Hiroshima, el autor cierra lo que ha denominado su trilogía asiática (previas han sido El judío de Sanghai y La bailarina y el inglés). Se trata de tres historias independientes, pero que tienen un común denominador, el hecho de tratar (cada una a su manera) las tres grandes culturas asiáticas, así como buscar un exclusivo momento histórico como es la Segunda Guerra Mundial. Calderón, nos presenta en esta ocasión una ingeniosa novela de misterio, crímenes e investigaciones policiales, situada en el Japón de la posguerra, que gira en torno al inexplicable y oscuro asesinato de un grupo de atomizados. Se llamaba así a los supervivientes de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, que finalmente fueron marginados y escondidos de la sociedad.
Corre el año 1954 y el inspector Ichiro Abe, de la Policía de Tokio, tiene que enfrentarse al caso más complejo de su carrera: ocho atomizados de Hiroshima han sido asesinados en un tren. El caso se complica cuando los cuatro asesinos que han tomado parte en los crímenes aparecen muertos en un hotel de Tokio con una extraña nota en sus bolsillos. Quince años después, en 1969, Elle Bartlett hereda de su padre una importante suma de dinero que descubre, tras muchas pesquisas, que éste consiguió de sobornos a uno de los criminales de guerra japoneses que había investigado años atrás. Por su parte, Ryo Watenabe, superviviente de la hecatombe atómica, contrata al ahora ex-inspector Ichiro Abe, trasladado a Hiroshima, para que le ayude a reconstruir el pasado de su familia. A partir de ese momento, las vidas de estos tres personajes se entrecruzarán y nadie será consciente de que en el pasado se encuentra precisamente la solución al caso que Abe lleva tratando de resolver tantos años.
Es esta una narración que a través de sus personajes, oscila entre ese Japón derrotado que pone punto final a la guerra, y ese otro, que tutelado por los vencedores, renace como nación moderna. Extraordinario es el trabajo del autor por acercarnos a la cultura y mentalidad niponas, tan en las antípodas de la occidental. Los perfiles están perfectamente trazados, son creíbles y atractivos al lector, que se deja embarcar en esta historia con tintes negros pero también profundamente psicológica. Escritura que se paladea y de cuya lectura uno no puede más que disfrutar.
Entrevista:
P.- ¿Cómo se lleva para un escritor la tarea de promocionar su novela?
Es casi lo que peor se lleva. Pero en los tiempos que corren es algo fundamental. Las editoriales ya no quieren al escritor autista, que no habla, que no se comunica. Mi amigo Antonio Orejudo piensa que ha cambiado el tipo de relación entre escritor y lector, que en lo años 60 era el lector el que se acercaba al escritor, y que hoy en día es todo lo contrario, el escritor el que tiene que acercarse al lector. Y si no lo haces, pues lo tienes muy complicado.
P.- En el actual mundo editorial donde muchas novelas son el resultado de un mestizaje de géneros. ¿Cómo catalogarías tú esta novela: thriller, misterio, policíaca….?
Se trata de una historia que está vestida de novela negra. Pero detrás de ese traje, existe una novela de personajes que página tras página, lo que hacen es buscar su propia identidad. Y eso es por una razón clave: lo que pasó en Japón cuando la guerra termina es que los ciudadanos se quedan sin identidad, no saben de pronto quienes son, que lugar ocupan en el mundo. La pérdida de la guerra les supone un trauma y un cambio en la visión que tenían de sí mismos. Así para empezar, por ejemplo, al emperador que todos tenían como un dios, los americanos lo humanizan vistiéndolo como un occidental; es más, los japoneses se quedan bloqueados cuando escuchan la voz de ese emperador (que era invisible como un dios), hablando por la radio. Y esta desubicación la manifiestan todos los personajes del libro.
P.- Pero el hilo conductor del libro es claramente policiaco.
El hilo conductor de la obra es una serie de crímenes, que tienen como víctimas a los supervivientes del holocausto nuclear de Hiroshima. Éste era un tema que tenía muchas ganas de tocar puesto que yo mismo quedé muy sorprendido cuando descubrí que estas personas, no solo habían sobrevivido a la catástrofe con todo lo que ello supone a nivel de secuelas físicas y psicológicas, sino que quedaron estigmatizados por su propia sociedad. Murieron, por decirlo así, dos veces. Pero no lo fueron por una cuestión baladí. Cuando los japoneses firman la rendición, EEUU se hace con el control militar y político, organizando un gobierno de transición que dura hasta el año 52. Durante siete años, los americanos ejercen una férrea censura que lleva a prohibir a los medios, divulgar cualquier noticia sobre lo que ha ocurrido en Hiroshima y Nagasaki, incluso está prohibido decir la palabra átomo en la radio. Cuando Japón recupera el control, se encuentra que tienen cientos de miles de personas víctimas de algo de cuyas consecuencias sobre el cuerpo humano desconoce hasta la propia ciencia. Así que ante lo desconocido, piensan que lo mejor es apartarlo. Son los que denominan atomizados.
P.- ¿Se trata entonces de saldar una deuda con los supervivientes de Hiroshima (los atomizados) aprovechando asimismo para cerrar la trilogía asiática?
Sí. Esta novela es el tercer tramo de un trilogía de novelas ambientadas en Asia, que decidí escribir en el 2006. Mi idea era tratar las tres grandes culturas asiáticas: la china, la india y la japonesa. Cuando escribí El judío de Sanghai, descubrí como actuaba el ejercito imperial japonés en la ocupación china. Eran realmente terribles, comparables a los nazis. De hecho, hay zonas de Asia donde todavía tienen recuerdo de las atrocidades que cometieron, y nombrar a los japoneses es como nombrar al diablo. Yo me planteaba, ¿puede ser un pueblo intrínsecamente malo y cruel? Esa pregunta fue la que me hizo volver la mirada hacia Japón, para comprobar que aparte de esa cara, también existe la cara de un Japón con una extrema sensibilidad y con una exquisita espiritualidad. Y luego está el hecho de que el pueblo japonés fuese la víctima de uno de los actos de guerra más terribles: la bomba atómica.
P.- Novela interesante en todos los sentidos: la tragedia de los atomizados, la religión, el honor… Cuestiones que realmente muchos desconocemos ¿Es ese desconocimiento del lector la baza que juegas para hacer atractivo el proyecto?
Supongo que sí. Por una lado puede ser una baza, pero por otro también puede ser un riesgo. Muchas veces rechazamos eso que nos es ajeno. Planteo cuestiones que pueden llamar a la conciencia del lector, hacerle reflexionar sobre esta cuestión particular, hacia donde estamos conduciendo esto de la energía nuclear. El origen de la energía nuclear es por razones básicamente militares, su propósito era no la transformación industrial que después se le ha dado, sino como arma de destrucción masiva.
P.- ¿Crees que el sentido del honor del que hace gala el protagonista Ichiro Abe sigue latente en el Japón actual? ¿Ha cambiado mucho la sociedad de los años 50-60 a hoy?
No. Ha cambiado completamente. Ahora lo que ocurre con el japonés es que cuando se sale de la sociedad, y se convierte en individuo, en muchos casos, lo que hace realmente es aislarse. La individualidad en Japón a lo que lleva, es a una marginación de la sociedad. No es como nosotros. Por eso se dan muchos casos de autismo, de gente que se encierra en un cuarto con las nuevas tecnologías, y así se pasan mucho tiempo, creando una vida que es ficticia. Esa es la actual consecuencia que se produce cuando el japonés intenta seguir un camino más personal.
P.- Para escribir una novela como esta, uno tiene que ser un gran conocedor de la cultura y la sociedad niponas, así como de su historia reciente. ¿Es importante mantener un cierto rigor informativo (histórico, social, religioso) en una novela como esta?
En mi caso desde luego, sí. Yo lo que hago es conjugar una ficción con hechos y personajes reales como Mishima (que aquí se convierte en un protagonista más del libro), y eso lo deposito sobre un colchón de datos que también forman parte de lo que ocurrió en esos momentos históricos. Entonces, es esa mezcla de lo real con lo ficticio lo que compone el todo de la obra, y precisamente lo que da más solidez y credibilidad a la narración. Porque procuro que todo lo que cuento tenga una base real bien documentada y contrastada. Solo de esa manera encaja a la perfección lo que estás inventando con lo que es real.
P.- Personajes bien definidos y dibujados con solo unas pinceladas precisas, pero siempre en una situación extrema. ¿Por qué? ¿Cómo se hace para ser tan buen creador de personajes?
Lo primero que procuro es no escribir demasiado. Creo que muchas veces se sobredimensionan los personajes de las novelas hasta el extremo de conseguir lo contrario que se persigue, y es hacerlos increíbles. Entonces, procuro que sean personajes equilibrados dentro de historias no demasiado largas (no excedo normalmente de las 350 páginas). Cuando uno escribe, no vale todo lo que escribe, y a los personajes los perfilo para que queden definidos en su justa medida, que parezcan ser lo que realmente pretendo.
Una de las características de mis novelas es la de dibujar personajes en una situación límite. Yo siempre me estoy viendo envuelto en ese debate entre el bien y el mal, y llego a la conclusión de que todos los seres humanos contenemos ambos elementos en una proporción similar. La cuestión, y en eso soy un poco determinista, es que creo que es el medio, la situación social que vive el individuo, la que hace que uno se decante en un sentido o en otro, hacia el bien o hacia el mal. De ahí, que siempre me haya gustado colocar a los personajes en un ambiente extremo, de guerra, porque es en esos ambientes donde la línea entre el bien y el mal se difumina más, se diluye. Ahí es donde precisamente surgen toda esa alta gama de grises que todos llevamos dentro.
P.- ¿Qué es lo que te ha resultado más difícil en la escritura de este libro?
Para mí no ha sido fácil escribir esta novela. De todas las que he escrito quizás esta es la que más me ha costado redactar, incluso tengo que reconocer que ha cambiado mi forma de escribir. No la he escrito de manera lineal, tenía claros los personajes, pero empecé escribiendo los capítulos de la segunda parte. Así que quizás el personaje de la norteamericana Elle Bartlett, sea el que más trabajo me ha costado. Ha sido duro meterme en la piel de una profesora occidental, cuando estaba profundizando en el perfil de esos otros personajes japoneses. Cambiar de registro fue duro ya que ella no se parece al resto. Ese personaje es el que más quebraderos de cabeza me ha dado.
P.- Cuando E. Calderón escribe, ¿busca calidad literaria o prefiere emocionar al lector?
Yo creo que es algo que va en paralelo. Si me tuviera que decantar por una de las dos cosas, se impondría la calidad literaria. Aunque, deben ir ambas de la mano porque cuando escribes, lo haces siempre con idea de que la gente te lea. Escribir de manera soberbia para mirarte el ombligo es algo que carece de sentido. Esta en el fondo es una profesión muy exhibicionista. Escribes normalmente en bata y zapatillas (momento íntimo y secreto), pero cuando el libro sale a la calle te tienes que convertir en un exhibicionista absoluto, abrirte a los lectores, a las librerías, al público en general. No quita que es algo esquizofrénico.
P.- ¿Cómo animarías a esas personas que aún no han leído tu libro para que lo hicieran?
Que se trata de una novela que está bien escrita, que cuenta una historia muy interesante y muy poco conocida. No es una historia habitual ni recurrente. No es la novela trescientos cincuenta sobre la guerra civil.
P.- ¿Qué influencias literarias destacarías en tu escritura?
En este caso he leído mucha literatura japonesa: al propio Mishima que aparece en mi novela, a Kawabata. Pero tengo que reconocer que mi gran influencia como escritor es más anglosajona que otra cosa. Por una razón muy sencilla, siempre me ha interesado Asia, y cuando tengo que recurrir a alguna bibliografía sobre el tema, siempre me encuentro con autores ingleses o franceses, sobre todo los primeros. De manera que la influencia que tengo es de autores tipo Conrad, Greene, Somerset Maugham, más que de literatura española. Y además es algo que se nota en mi forma de escribir.
P.- ¿Estás ya trabajando en algún nuevo proyecto?
Ahora mismo estoy peleando con una historia que está ambientada en Oriente Medio, en el conflicto árabe-israelí. Está muy avanzada, aunque todavía sin terminar. Tiene como protagonista a una española sefardí que tras la independencia de Marruecos, inicia una “vuelta a casa” haciéndose policía en la vieja Jerusalén. En la investigación de un caso, el enfrentamiento entre árabes e israelíes se la hará patente, le estallará en la misma cara.
P.- He leído que viviste el terremoto de Lorca de lleno. ¿Cómo se vive una situación como esa? ¿afectó a la escritura de tu novela?
Fue todo como una extraña paradoja. Yo ya había terminado la novela, y el 11 de mayo (día del terremoto) estaba en la biblioteca municipal de Lorca escribiendo lo que es la nota del autor. Como días antes había ocurrido la catástrofe japonesa de Fukushima, mi idea era escribir unas líneas para dedicar la obra a esas víctimas. En ese momento empezó la tierra a rugir. Es una sensación terrible: ves como se resquebrajan las paredes, caen las estanterías, las librerías se vienen abajo, se llena todo de humo, ayudas a los atrapados. Y cuando salí a la calle, me encontré la realidad del momento. Busqué a mi familia, y cuando llegamos a casa la encontramos completamente destruida. Nos dejaron dos minutos para sacar algunas cosas. Y con eso, durante dos semanas viviendo de prestado. Escribiendo sobre las víctimas de Fukushima, me convertí yo mismo en víctima.
Emilio, muchas gracias por tu tiempo. Ánimo y mucha suerte.