Laguardia negra
Por Miguel Baquero.
Laguardia negra. Manuel Blanco Chivite. El Garaje Ediciones, septiembre 2011. 208 páginas. 14 euros.
Laguardia negra es uno de los títulos fundacionales de la colección Garaje Negro, una colección editada por El Garaje Ediciones que, a poco favor que encuentre del público, puede convertirse en un referente futuro del género policiaco. La calidad, desde luego, de esta novela que se reseña, así como de los otros dos títulos publicados hasta el momento (Un paquete para el manager, de Arturo Seeber; y La niña que hacía llorar a la gente, de todo un nombre clásico en el género como Pérez Merinero), así lo hacen pensar.
En el caso de la novela de Manuel Blanco Chivite (autor, editor y uno de los mayores expertos españoles en el género) nos encontramos ante una novela sólida, rotunda, aunque precisamente sea en su (presunta) falta de estilo literario en lo que se base el cuerpo, el argumento y hasta la resolución de la historia que se nos cuenta. Una historia ambientada en la Rioja alavesa, o lo que es lo mismo, en el escenario más alejado de esas grandes ciudades anglosajones o de esas bibliotecas victorianas en que se cometían los crímenes tradicionales. Laguardia (ciudad donde, en concreto, se sitúa la novela) es, para colmo, un paradigma de lugar tranquilo, con apenas dos robos con fuerza como todo historial delictivo desde la Edad Media acá, una villa donde las piedras milenarias dormitan arrulladas por la lluvia y el busto del vate hijo del pueblo parece bostezar mansamente en su pedestal. Nada, como se ve, hace sospechar que en esta tranquila villa donde la Guardia Civil tiene ya como única función revisar, de vez en cuando, la licencia de las escopetas de caza pueda originarse un suceso digno de novela.
Y sin embargo ocurre este suceso, y en que sea “digno de novela” está precisamente la clave del asunto. Descuide el lector de esta reseña, que no se están adelantando acontecimientos, no se encuentra ante un spoiler. Entre otras cosas porque Laguardia negra es mucho más que el simple planteamiento de un enigma criminal y la resolución de un delito, no es una historia que se acabe (y probablemente se olvide) con el descubrimiento del culpable. Mucho más que todo eso, Laguardia negra es una reflexión sobre la realidad y la ficción, sobre la manera en que se entremezclan y a veces coordinan los sucesos reales y los inventados; también es una impresionante crónica de cómo los fantasmas interiores pueden aflorar en un determinado momento y romper todas las ataduras (las ataduras de las convenciones pero también las ataduras del estilo, del lenguaje, de la educación…). Es, de pronto, como una cuchillada en medio de ese ambiente plácido, un ataque tan cruento y tan inesperado que el eco de su violencia queda en la memoria del lector incluso mucho tiempo después de haber cerrado el libro…
Magnífica, en fin, y muy recomendable novela tanto para los aficionados a la novela en general como, por supuesto, para los amantes del policiaco, para los que Laguardia negra puede suponer todo un ejemplo de cómo, aunque parezca que todo está ya hecho en este género, aún puede dársele una vuelta de tuerca, y no precisamente gratuita.