Disenso
DISENSO
Eduardo Milán
Por JUAN SOROS
México, Fondo de Cultura Económica, 2010.
256 páginas
Se podría decir que dentro de la obra de un autor, cuando esta se ha consolidado, existen libros articuladores y libros marginales. En la actual moda intelectual de privilegiar lo “menor”, sea lo que sea, lo “intelectualmente correcto” es llamar la atención sobre la obra marginal, desconocida, o de difícil acceso. Con esto, parece fuera de tono publicar una tirada larga y que un libro se distribuya en varios países y tenga una resonancia más allá del círculo de amigos del autor y sus medios de reproducción. Disenso es un libro de estas características y, por lo mismo, sigue en la costumbre de Eduardo Milán de incomodar.
Disenso es un libro significativo, que marca el momento poético, diríamos “importante” pero la palabra está muy significada. Editado nada menos que por el Fondo de Cultura Económica, triplica la extensión de los poemarios al uso, se encuentra en librerías de Ciudad de México y de Madrid, va acompañado de cuatro textos críticos de autores de ambas orillas del Atlántico y ambos hemisferios. Disenso no es un libro “marginal”, ni cómo objeto-libro ni en la obra de su autor. Disenso es un margen, es distinto. Es un margen del habla, un límite del lenguaje.
Disenso es una nueva articulación en la estructura difusa de un habla, la escritura de Milán, que en el cambio es fiel al cambio*. Es solvente, otra vez. Como dice al comienzo de la edición de Alegrial “Quiero dejar claro que esto es completamente distinto a lo que escribí antes.” Y ese antes incluye libros tan importantes para la poesía en español como Errar (1993). Dentro de un habla proliferante, Disenso marca una distancia con los usos y, sin totalizar, da una muestra rotunda de una escritura radicalmente comprometida con el límite a pesar de sus múltiples formas (¿moradas? No, caminos).
Fascina la forma de lograr romper con lo convencional usando convenciones, creando espacios de diálogo dentro del texto, dentro del libro (con los textos críticos anexos) y con el espacio del lector. Un verso del poema que comienza “La lengua del exilio, esa soberbia” y que dice, en el penúltimo verso, “no la lengua del exilio: el exilio de la lengua” va a servir de primera frase del texto en prosa de la página siguiente, dedicado a Antonio Méndez Rubio, uno de los autores que podemos leer al final del volumen junto a Edgardo Dobry, Roberto Appratto y Antonio Ochoa. Establece un diálogo con la poesía crítica y la crítica de poesía de Méndez Rubio. Establece un diálogo que se refleja en la presencia del poeta español entre las voces críticas que acompañan la edición.
Ya antes la presencia del modo ensayístico esta en el flujo versal de Milán pero no con una forma radicalmente ensayística incrustada directamente en el texto. Esto podría remitir a la idea de un “poema ensayo” pero no. No es ni poema ensayístico ni ensayo poético. Como la triste categoría de “poema-visual” refiere a un autor de poemas que incursiona en la plástica sin estar validado por ese espacio estanco, es decir entra en la guerrilla del mercado, los títulos y academias. Nadie necesita menos un título de ensayista, incluso me atrevo a decir pensador, que Eduardo Milán. Su largo trabajo intelectual entorno a la poesía y otros campos destacables como lo político, surge de una tradición que entendemos fundada en Montaigne para la modernidad y que podríamos retrotraer hasta Marco Aurelio, lejos de Academias y Escuelas. Estos poemas, llamados poemas por los elementos paratextuales que así los condicionan, son textos que no sólo rompen con “lo poético” convencional sino que militan por su desarticulación. Son textos que combinan géneros para decir que es un mismo flujo del habla el que escribe el ensayo o el poema, no una mente escindida, esquizoide. Y a veces se cruzan, a veces el poema es meditación, pensamiento, carta. Nada de poema-ensayo aquí. Otra cosa, que al decir de Jenaro Talens, sucede en el espacio del lector. Espacio para la narración, el pensamiento, la carta, el poema. Espacio total que no totalizador que podemos llamar poema por simplificar pero que no cabe en su convención. Espacio problemático, de riesgo, múltiple. No hay respuestas en esta poesía, no hay dictum, no hay síntesis. “Hay varios poemas en uno, ninguno es «el bueno», muchos lo son.” Dice Milán en un texto. No confundir con una idea blanda que arraigó en cierta comprensión banal de los procedimientos de algo llamado lo neobarroso donde el poema acabaría no por cierre o completitud sino por agotamiento de un despliegue (según Echavarren en Medusario). Milán dice: “sobre el poema, al final. / ¿está acabado? No falta por hacer / ¿abandonado? Manos al azar / Música secreta toca a su fin” (228). Es difícil. No abandonado, no dejado al azar (al juego) completamente. Y aquí surgen categorías que sólo podemos dejar dichas pero no ahondar en ellas.
Quizás esta convivencia de poesía y ensayo en la textura que traza Milán tiene que ver con un fenómeno que destaca Jean-Luc Nancy al final de su ensayo Resistencia de la poesía: “En una época de lengua precisa, exacta, la poesía declina: hay más “poesía” en Rousseau o Diderot que en Delille o Chénier.)”. Es decir, en la Ilustración, encontramos más “poesía” en los ensayistas que en los poetas de acuerdo a la idea de poesía que el filósofo francés traza en su ensayo. No sabemos si esta es una época de lengua precisa, el zeitgeist dice lo contrario. Sin embargo, en toda época existen autores de lengua cincelada que no exacta (acabada), si es desmesurada o sintética, es otro problema. La lengua precisa de Milán en su híbrida constelación nuevamente nos habla, nos cuestiona, nos pone en los márgenes y los disuelve.