Sobre la igualdad de los animales (I)
Por Ignacio González Barbero.
Meditar sobre el ser humano significa meditar, entre otras cuestiones, sobre los vínculos que establece con otras personas y con su entorno. En éste hallamos animales no humanos que, atendiendo a cómo son tratados, ocupan un lugar inferior en nuestra escala de valores. Algunas ramas de la ética filosófica se han hecho cargo de esta situación planteando una necesaria igualdad moral entre los animales humanos y los no humanos. Peter Singer, uno de los teóricos actuales más relevantes, ha establecido una serie de argumentos en defensa de esta causa que merece la pena exponer.
Considera el autor que sólo el principio moral de igual consideración de los intereses nos permite defender una igualdad entre todos los seres humanos (que somos individualmente diferentes). Esta igualdad, sin embargo, no puede limitarse: al aceptar este axioma como base de las relaciones humanas, nos comprometemos a acatarlo como base moral sólida para las relaciones con los animales no humanos. Para esta extensión sólo hay que comprender propiamente la naturaleza del principio mencionado. Éste implica que nuestra preocupación por los demás no debería depender de cómo son – sus rasgos físicos- ni de las capacidades que poseen. El hecho de que alguien no sea de mi raza o no tenga mi capacidad intelectual no significa que yo pueda hacer caso omiso de sus intereses. En este mismo sentido, el hecho de que un ser no sea de mi especie o no posea mi inteligencia no me dota del derecho a explotarlo o torturarlo y no tener en cuenta sus intereses.
Jeremy Bentham, pensador ilustrado inglés, expuso este punto con total claridad: “Los franceses ya han descubierto que el color negro de la piel no es una razón por la que un ser humano deba verse abandonado sin remisión al capricho de un torturador. Llegará el día en que se reconozca que el número de piernas, la vellosidad de la piel, o la terminación del os sacrum, sean razones igualmente insuficientes para abandonar a un ser sensible al mismo destino: ¿Qué más ha de ser lo que trace la línea insuperable’¿Es la facultad de razonar, o quizá la facultad del discurso? Sin embargo, un caballo o un perro adulto es, más allá de toda comparación, un animal más racional y más comunicativo que un niño de un día, o de una semana, o incluso de un mes. Pero incluso suponiendo que fuese de otra forma, ¿qué importaría? La cuestión no es: ¿pueden razonar? Ni tampoco ¿Pueden hablar? Sino: ¿Pueden sufrir?”
La capacidad para sufrir y gozar de las cosas es un requisito previo para tener intereses de cualquier tipo, una condición que debe ser cumplida antes de que podamos hablar de intereses. Patear una piedra no va en contra de los intereses de ésta ya que no puede sufrir por el golpe; si pateamos un ratón, sin embargo, sí atentamos contra su interés en no ser atormentado, en no padecer dolor. No hay ningún tipo de justificación moral para no tener en cuenta este sufrimiento.
Así, en tanto que sufriente, todo animal ha de ser considerado. Si un ser no es capaz de experimentar gozo o dolor, no existe nada a tener en cuenta. Es, por tanto, el límite de la sensibilidad el único límite defendible para apoyar los intereses iguales de todos (humanos o no).La inteligencia o la racionalidad son criterios absolutamente arbitrarios, ya que ¿por qué no elegir otra característica cualquiera como, por ejemplo, el color de la piel?
El dolor afecta por igual a todos los seres. Un racista blanco considerará que el dolor de una persona de piel negra no importa igual que el suyo, es de menor o ninguna categoría. Un especista, de modo análogo, da mayor valor a los intereses propios de su especie que a los de las demás, a saber: no acepta que el dolor sea igualmente malo – que importe moralmente por igual- cuando es padecido por los cerdos o los ratones y cuando lo es por los humanos. Si entendemos, con sentido común, que es intolerable infligir daño a un bebé, hemos de afirmar la misma injusticia cuando se ejerce un daño equivalente a un cerdo.
Un contraargumento muy común a esta tesis es el que se centra en las capacidades mentales, es decir, que un ser tenga más consciencia de su realidad le hace más considerable en determinadas circunstancias ya que puede sufrir más. En los casos de experimentación en laboratorios, por consiguiente, elegimos que los sujetos sometidos a pruebas no sean humanos adultos, sino ratas, cobayas o monos. Siguiendo este razonamiento, sin embargo, sería deseable el uso de niños o de adultos con graves discapacidades intelectuales en estos experimentos porque sus limitadas facultades no les permitirían saber siquiera lo que les va a ocurrir y, en consecuencia, sufrirían poco o nada. No estamos dispuestos a aceptar este último punto bajo ninguna condición, pero no nos importa tanto que se abuse de otros animales con la misma – o más- consciencia de su entorno. ¿No es ésta una preferencia moral injustificable y discriminatoria?
Por otro lado, un conocimiento limitado, en muchas ocasiones, favorece el aumento del dolor. Cuando un hombre es recluido en una cárcel es consciente de que está allí por una razón que se le ha comunicado; en el caso de que se demuestre su inocencia, sabe que será liberado inmediatamente. Cuando un animal no humano es capturado en su hábitat, transportado y posteriormente enjaulado en un zoo, en un circo o en una tienda de venta de animales, desconoce lo que le está pasando y no es capaz de distinguir entre este proceso y una intención de acabar con su vida. El estrés y sufrimiento consecuentes son sencillamente imponderables.
La comparación de cantidades de sufrimiento entre individuos de especies diferentes es una ciencia inexacta (también lo es entre individuos de la misma especie), mas no es fundamental aquí la exactitud, sino la disminución del dolor total en el mundo al considerar por igual los intereses de los animales humanos y no humanos en no ser maltratados ni dañados. Las prácticas que sigan este principio serán radicalmente diferentes de las que hemos puesto en juego hasta ahora e impondrán una nueva definición de nuestro lugar en este planeta.
Es más que curioso que cuando Celso esboze en periodo romano el ataque a la nueva religión procedente de Judea (Discurso verdadero sobre los cristianos) dedique sus páginas centrales a la defensa de la vida animal -de donde, seguramente, lo tomó Nietzsche para sus palabras sobre el mismo tema de El Anticristo. Porque ya en el Génesis está claro: el quinto día Dios hizo los animales para que sirvieran al hombre. Esa es nuestra cultura. Y este artículo necesario.
Correcto Dios dijo eso, una de las tantas funciones de los animales es que sirvieran al hombre pero, a ningún momento se dijo que el hombre debía explotar y abusar de ellos, una cosa muy diferente es decir que los animales se hallan creado para servirnos; y otra cosa muy distinta es malinterpretar aquella frase y abusar de su servicio, que es lo que hacen los seres humanos actualmente. Los animales nos han aportado muchos beneficios para nuestro desarrollo durante años, por tal motivo el hombre debería utilizar su supuesta inteligencia para hacer conciencia, y valorar que ellos también merecen respeto, cabe mencionar que el hombre también debe servir, cuidar, proteger de todo lo que existe y de todo lo que contiene vida, en el lugar en el que habita.
Muy bueno el texto, de verdad, pero me encantaría que me contestaras a una duda que se ha instalado en mí desde hace años:
El criterio del sufrimiento no me parece nada suficiente si quiero defender la igualdad de los animales con los hombres. Para empezar ni si quiera es suficiente para defender la igualdad de los hombres con los hombres, ya que si esto fuera suficiente, podría matar a una persona mientras no la hiciera sufrir. Y esto es importante: ¿acaso provoco sufrimiento si mato a una persona mientras duerme profundamente, por ejemplo, bajo anestecia general? me parece que no.
Por lo mismo, me bastaría inducir el sueño a un animal para poder matarlo, ya que según lo que hemos leído lo que importa no es su color de piel, su pensamiento, sino el sufrimiento.
Morir mientras se duerme no me haría sufrir, pero sería lo peor que me pasara, y de lo peor que le podría pasar a un ser humano.
¿No será que la igualdad de los hombres con los hombres no está en el sufrimiento sino en otra cosa? pues sí, está en otra cosa, y por eso no me parece un criterio para hablar de igualdad de los hombres con los animales.
Un cordial saludo.
Hola.
A Oscar S. : Desconocía ese texto de Celso y suena muy interesante. Tengo que consultarlo. Es evidente, en eso estoy de acuerdo contigo, que nuestra relación con el entorno (animal o no) está inspirada en principios judeo-cristianos. Gracias por comentar.
A Paréntesis: Gracias por tus buenas palabras y tu estupenda reflexión. A ver, creo que casi te respondes en tu tercer párrafo: «Morir – que te maten- mientras se duerme no me haría sufrir, pero sería lo peor que me pasara» Lo que expresas aquí es un interés básico: el de seguir vivo. Que no sufras por estar inconsciente no niega tu interés fundamental: el de seguir viviendo y no ser violentado, que está enraizado en tu capacidad para sufrir dolor (tenemos también angustia en lo que describes, que es dolor, pero ahora no viene al caso) . El interés en no sufrir ni ser violentado ni morir es lo que te iguala con los demás y te otorga derechos. Por ello, sería completamente inmoral-e ilegal- que te asaltaran y mataran.
En el caso de los animales, sucede exactamente lo mismo. Su interés básico es el de seguir viviendo, en tranquilidad, libres, sin ser violentado ni agredido. Aunque duermas al animal (proceso que ya de por sí puede violar sus intereses si lo capturas previamente, por ejemplo), al matarlo vulneras ese interés básico en estar vivo, que siempre está ahí (va más allá de cualquier sufrimiento presente). El requisito previo para que se dé éste y cualquier interés es el de la sensibilidad, a saber: la capacidad para tener gozo y dolor (no sólo este último).
La sensibilidad y los intereses básicos que crea son comunes a animales humanos y no humanos y, por ello, defiendo, con Peter Singer, esta igualdad ética entre ambos.
Un cordial saludo y, por cierto, buen «nick».