Doppelgänger, ocho relatos sobre el doble + bonus track.
Por Juan Carlos Vicente.
Parte del placer de la escritura, sobre todo de cierto tipo de escritura que nace no sólo de la experiencia, sino también de la impostura más exigente, es la proyección de nuestro/s otro/s yo/es. Mostrar al mundo al Otro, cuyo reflejo habita las pesadillas y los espejos, puede ser una acción liberadora que mantenga un poco más el equilibrio mítico entre Eros y Thanatos. Hay que conservar la tensión de la soga de la cordura, ya saben, evitar la laxitud para protegernos de nosotros mismos.
La lectura comparte ese deseo, esa necesidad de ser Otro que nos abra las puertas y ventanas en la huida del Yo cotidiano.
La diferencia entre editoriales nuevas y editoriales consolidadas es la posibilidad del miedo.
Entrar en mar abierto siempre nos muestra infinitud de direcciones, pero sólo algunas de ellas nos llevarán a tierra. Jekyll&Jill con su Doppelgänger nos señalan una de ellas.
Arriesgar como editor pasa por arriesgar con los autores, hacer cantera, mostrar que la literatura, como el mar, no termina en la línea que nuestros ojos interpretan como horizonte. El miedo a nadar hacia esa línea se convierte en la certeza y en la capacidad de mostrar un valor que nos permita nadar hacía la costa, y sobrevivir. Los relatos de esta antología lo hacen optando por un mismo disfraz que el espejo nos refleja diferente.
No podía ser de otra forma. La existencia del doble es la confirmación de nosotros mismos, pero también de todas las formas que no conocemos.
Un acierto es el número de relatos y las diferentes interpretaciones del Doppelgänger. No sólo son dobles de corte clásico cuyo conocimiento previo es lo que más nos inquieta (el estupendo El nudo de Koen, de Sergi Bellver; Doctor X, de Juan Carlos Márquez; Media res, de Miguel Serrano Larraz), también nos ofrecen la reinterpretación de cuentos ligados a nuestra infancia en los que los personajes que de pequeños quisimos ser, tal vez ahora no se ajusten a nuestro recuerdo; recuerdo que, por otra parte, pertenece no a nosotros, sino al que fuimos cuando los cuentos nos parecían lugares acogedores y tranquilos en los que dormir y soñar sin plantearnos la crueldad que la comprensión e interpretación de los mismos esconde (Una idea moderna, de Javier Moreno).
Lo peligroso de ser un actor que se interpreta a sí mismo y a sus heridas, pese a que, bebiendo sombra, no se reconoce en su propia oscuridad (Quartet, de Miguel Ángel Ortiz Albero) o la absorción más o menos violenta de un gemelo convertido en escritura póstuma (Prólogo a Centauros extirpados, de Rubén Martín Giráldez), ponen la nota metaliteraria en la antología Doppelgänger.
Dos descubrimientos (al menos para mí) agradables son los relatos La espina de pescado, de Francisco Nixon, e Interferencias, de Brian Mc Cabe. El primero, cercano al diario, nos muestra los errores y aciertos de la vida que luego recordamos. Escribir sobre uno mismo, siempre es perseguirse de manera implacable.
Y el segundo es un juego extraño de tiranía infantil aprendida de los adultos en el que la imaginación se desborda hasta el punto en que la realidad se convierte en algo difícil de contener.
Como cierre al libro, Due, un cómic de Álvaro Ortiz, en el que a través de tramas y sombras nos relata la certeza de tener un perseguidor, cerrando así el círculo que es el Doppelgänger.
Un libro interesante, divertido y que te deja con la misma sensación que tenías cuando, de niño, a escondidas, veías un Creepshow de madrugada y te ibas a dormir con los ojos completamente abiertos.
“…que el hombre no es en verdad uno,
si no en
verdad dos”
Robert Louis Stevenson.
Doppelgänger. Jekyll&Jill editores. VV.AA. 187 páginas + bonus track.
que Javier Moreno escriba un buen relato, eso si que sería ciencia ficción