Habla Luis García Jambrina, un salto del claustro universitario a las listas de libros más vendidos.
Por Luis Muñoz Díez
Luis García Jambrina nació en Zamora en 1960, es doctor de Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca y profesor titular de la misma. Es crítico literario en el suplemento cultural del diario ABC y director de los Encuentros de Escritores y Críticos de las Letras Españolas en Verines.
Escribe ensayos, libros para la UNED, cuentos y novela histórica, como El manuscrito de piedra (2008) y El manuscrito de nieve (2010), publicadas las dos en Alfaguara, ambos títulos han sido un éxito de ventas.
Se puede añadir del autor, para remarcar su potestad, que cuenta con el Premio Fray Luis de León de Ensayo (1999) y con el V Premio Internacional de Novela Histórica Ciudad de Zaragoza (2009), pero a mí su escritura me interesó por razones más vivas y más frescas, como su desparpajo para convertir en detective a Fernando de Rojas, que toma bajo su custodia al mismísimo Lázaro de Tormes, y con ello varía su sino, y hacer hablar, siguiendo una tradición muy inglesa, a la católica reina Isabel.
Luis García Jambrina, escribiendo estos manuscritos de piedra y nieve ha dado un salto sin red del claustro universitario a las listas de libros más vendidos.
Cómo se vive el pasar de ser un erudito profesor con derecho a crítica literaria en el ABC a ser el autor de novelas de éxito como El manuscrito de piedra o El manuscrito de nieve, de las que cualquiera puede dar una opinión, incluso sin haberla leído.
-Para mí no ha sido nada traumático, pues procuro mantener separadas, en la medida de lo posible, estas dos actividades o facetas de mi vida literaria. Lo de ser crítico me ayuda, eso sí, a aceptar las críticas negativas con deportividad y, sobre todo, a relativizarlas. Yo jamás me quejo ni respondo a una crítica negativa, que alguna ha habido, naturalmente. Por otra parte, hay que tener en cuenta que soy crítico de poesía; si fuera crítico de novela, habría dejado de ejercer la crítica tras publicar mi primera novela. Pero no fue necesario. También soy consciente de que con la aparición de Internet la crítica se ha democratizado mucho, y cualquiera puede opinar sobre un libro en las páginas de un blog o de una publicación digital, e, incluso, llegar a ejercer más influencia que un crítico tradicional desde un periódico o una revista. Las únicas críticas que no me molestan son aquellas que se hacen contra la persona y no sobre la obra, o aquellas que te critican negativamente por el mero hecho de que has tenido éxito y en otras críticas te han puesto bien, como diciendo ahora te vas a enterar; pero así son las cosas, qué se le va a hacer.
En la reseña que hice de su novela El manuscrito de nieve decía que imprimía carácter ser Doctor en Filología Hispana por la Universidad de Salamanca, donde, además, ahora es profesor titular de Literatura Española, ¿estaba en lo cierto?
-En efecto, estaba usted en lo cierto. Yo creo que buena parte de lo que soy en el ámbito de la literatura se lo debo a la Universidad de Salamanca, tanto en mi época de estudiante como luego de profesor. De ahí que mis dos novelas sean, en buena medida, un homenaje a la Universidad de Salamanca y a todos aquellos escritores que, de una u otra forma, han pasado por ella, como el propio Fernando de Rojas, que, según él mismo cuenta, escribió La Celestina en unas vacaciones de Pascua, mientras estudiaba Leyes. De modo que puedo decir me siento orgulloso de pertenecer a esta institución casi milenaria. En cierto modo, mis “manuscritos” son también novelas de campus.
Es curioso, es usted de las excepciones que confirman la regla. Normalmente los docentes de universidad cuando escriben no llegan al gran público. ¿Piensa que la erudición puede ser una cortapisa a la hora de dejarse llevar por la creación literaria, e incluso una autocensura de decir “no, eso no lo puedo poner porque no es del todo preciso”?
-Yo cuando escribo novela, escribo como lector y no como profesor. De hecho, intento olvidarme de que lo soy. Y, naturalmente, escribo para todo tipo de lectores, y no sólo para entendidos, eruditos o profesores. De modo que no me obsesiono demasiado con los datos, e intento siempre dosificarlos. En este sentido, conviene recordar que yo no soy un historiador, soy un novelista al que le gusta fabular sobre determinados hechos y personajes del pasado, lo cual no quiere decir que no intente riguroso en el uso del lenguaje y, sobre todo, en la manera de contar las cosas. Lo importante, en todo caso, es el rigor narrativo y, en segundo lugar, el rigor histórico. Para mí, además, son muy importantes los mecanismos de la intriga. Se trata, como suele decirse, de atrapar al lector en las primeras líneas y no soltarlo hasta el final.
-Es verdad. Parece que los grandes personajes históricos nos intimidan y nos aplastan. Yo intento acercarme a ellos de una forma desprejuiciada. En el caso de Rojas, me atraía porque es uno de los grandes enigmas de la literatura; no sabemos nada de él y ni siquiera está claro su papel en la escritura de La Celestina. El hecho de convertirlo en detective me permitía moverlo por todos los rincones de la ciudad en busca de pistas para atrapar ala asesino. Lo que lo mueve, como buen humanista que es, es la búsqueda de la verdad. En cuanto a la reina Isabel, yo quería ofrecer una faceta menos conocida, la de impulsora de la educación de las mujeres en su tiempo, lo cual la hace especialmente atractiva para un lector de ahora. A mí la reina me parece un personaje fascinante, lleno de luces y sombras, muchas sombras.
Echo de menos en sus novelas la parte mágica de Salamanca, ¿por qué no la aborda? ¿No le interesa?
-Abordarla, la abordo, sobre todo en el último tercio de mi primera novela. Lo que ocurre es que no me la tomo en serio, por así decirlo. Me interesa mucho la leyenda de la Cueva de Salamanca y su aureola de ciudad mágica, pero intento racionalizarla de alguna manera y fabular sobre ella, de la misma manera que lo hago con los hechos históricos. Quería, en fin, jugar con lo mágico sin caer en ningún tipo de esoterismo. Por otra parte, hay que tener en cuenta que la magia y la brujería y el culto al diablo eran algo digamos natural en la Edad Media.
Por qué los escritores castellanos no entran al fondo de la realidad de e sa Es pa ña de unión forzada por los Reyes Católicos, que pasando por una sola generación, la de la reina Juana, cae en un gobierno extranjero. ¿Sería capaz de escribir de esa realidad histórica castellana que podría ser argumento de una novela negra, negra, plagada de intrigas y traiciones?
-La verdad es que se trata de una época realmente interesante. Ahí está el origen de todo lo que ha sucedido después. Y hay personajes de esa época que son fascinantes. Es una época de agitación, de cambio, de conflictos; llena de corrupción y de heroicidad. No en vano en esa época se escriben algunos de los libros más importantes de nuestra historia literaria. Así que me encantaría meterle mano a ese período, si algún día tengo tiempo para ello. Ahora, curiosamente, me interesa más la actualidad.
¿Cree que en España estamos preparados para leer un libro o ver una función teatral, como se hace en Inglaterra, en donde, con toda libertad de imaginación, se especula con la posibilidad de cómo viviría su familia real si llegara la república?
-Bueno, parece que me ha leído usted el pensamiento o el contenido de mi disco duro, pues debo confesarle que en este momento estoy escribiendo justamente dos obras de teatro en esa dirección. He pasado, pues, de la novela al teatro y del pasado histórico a la actualidad. Pero mi actitud sigue siendo la misma que cuando me enfrentaba a los grandes personajes del pasado: sin prejuicios, con ironía y con cierta osadía, por qué no decirlo. Yo creo que los lectores y el público español están ya más que preparados para ese tipo de cosas; es más, yo creo que las están demandando y echando de menos.
Escribir es una necesidad que lleva a otra y es el ser leído. Luego, todo se dispara, la notoriedad, el reconocimiento, “la gloria”. ¿Cree que en todo este proceso tiene algo que ver el miedo a la muerte?
-Escribir es un intento, por un lado, de conjurar la muerte y, por otro, de intentar sobrevivir a ella de alguna manera, aunque sea a través de las obras, que al final es lo único que queda. Lo demás no deja de ser vanidad, al menos si lo enfocamos desde la perspectiva de la muerte. La fama, la gloria, el reconocimiento…, hay que relativizarlos mucho, si uno no quiere ser víctima de ellos. Por otra parte, soy de los que piensan que escribimos para que nos quieran; casi nada…
¿Quiere hablarme de algún tema que le interese especialmente en este momento?
-Me interesa y me preocupa mucho todo lo que tiene que ver con el poder, la política, la corrupción… También me interesa mucho el mundo actual. Vivimos tiempos duros, inciertos y difíciles, pero, en todo caso, interesantes. Y me apetece mucho escribir sobre ello.
¿Cuál es su empeño literario en este momento?
-Llevo algo más de un año escribiendo teatro y mi mayor empeño e ilusión, en este momento, sería llegar a estrenar como es debido alguna de esas obras. Espero que no tarde mucho en cumplirse. Me interesa mucho la reacción directa del público. El teatro es un género muy vivo y con mucha fuerza, y yo me siento muy a gusto con él.
Ya fuera de entrevista animo al autor a que desempolve la historia castellana y juegue, especule y fabule con ella, y todo lo que ha pasado hasta hoy. Es una manera de difundir la historia que ya ha dado muy buenos resultados a ingleses y americanos, y para la tranquilidad de los amantes del rigor histórico les recuerdo que ha habido historiadores que han fabulado, especulado y jugado con la historia si avisarnos de lo que hacían.