Por Carlos Javier González Serrano.

 

Son numerosas las voces críticas que a menudo se alzan en contra del –supuesto contenido cultural de los cómics. Sin embargo, y nada más lejos de la realidad, las viñetas que nos relatan las aventuras de los superhéroes nos acercan en muchas ocasiones a lo que podríamos tildar de fiel reflejo de nuestra sociedad.

 

A poco menos de veinte días para la celebración de las elecciones generales en España, ya influidas sentimentalmente por la reciente noticia del abandono de las armas por parte de ETA, se habla sin cesar de la necesidad de «despolitizar» los poderes judiciales de cara a conseguir una inexistente imparcialidad en los procesos abanderados por los distintos tribunales de justicia. Lejano, casi olvidado, queda el recuerdo de la efigie clásica en la que la Justicia es representada con los ojos tapados por la venda de la genuina inocencia; una inocencia, precisamente, que no teme señalar con su dedo al culpable de un delito en previsión de las posibles contingencias que pudiera suponer su decidido e inapelable gesto.

 

¿Qué es lo que nos acosa? ¿Cuál es el mosquito que nos impide dormir? A nuestro alrededor flota algo espectral, cada instante de nuestra vida quiere decirnos algo, pero no queremos escuchar esa voz del más allá. Si permanecemos a solas y en silencio, tenemos miedo de que nos susurre algo al oído, por eso aborrecemos la calma y buscamos aturdirnos mediante el trato social.

Nietzsche, Schopenhauer como educador

 

 

Se asegura desde distintos medios de comunicación que, actualmente, cerca de un 70% de los ciudadanos no confía en la manera de impartir justicia, y que por tanto asistimos a un problema de credibilidad que precisaría de un giro cualitativo en la forma en que el Tribunal Constitucional o el Consejo General del Poder Judicial toman sus decisiones respecto a los procesos en que están inmersos como únicas autoridades competentes. Los jueces han de estar sujetos al imperio de la Ley, sin que haya cabida para jugueteos –nada indefensos– con la voluntad política de turno, lo que requiere que el Estado les provea de medios suficientes, tanto materiales como humanos, para que la administración de justicia no tenga otro fin que el de no falsear ideológicamente las sentencias.

 

 

Lo que distingue a los superhéroes de las figuras reales es que no se limitan a defendernos de una amenaza inminente, sino que tratan de participar activamente en la detención de los criminales –incluso cuando sus fechorías aún no hayan sido cometidas o ni siquiera ideadas. Podemos ver la Gotham City de Batman como un insospechado retrato de la parcialidad de los tribunales de justicia actuales, muchas veces en triste comadreo con la fuerza gobernante. Y es que, como recuerda Nietzsche en numerosas obras, no por seguir la moral vigente se actúa de hecho moralmente.

 

 

Tal es el problema fundamental ante el que se sitúan aquellos ciudadanos que, no contentos con el funcionamiento de las autoridades judiciales, demandan una revisión de los métodos en que la propia Justicia es llevada a efecto en los distintos tribunales, denunciando sus métodos por hallarse teñidos de parcialidad política –y acaso económica (empresarial, se entiende).

 

Un caso muy parecido encontramos en Batman: sus acciones, aunque en ocasiones se vean refrendadas por las autoridades policiales, quedan las más de las veces sin autorización oficial. En cierto sentido, Batman se toma «la justicia por su mano». Ahora bien, el quebrantamiento de las leyes por parte del Caballero Oscuro se hace en nombre no ya de una justicia particular, sino de la Justicia como ideal (o lo que él entiende por tal), persiguiendo a los delincuentes que coartan la libertad de decisión de las distintas autoridades civiles.

 

 

Superman, muy al contrario de Batman, y por decisión de una de las voces más autorizadas en DC Cómics, se hace agente secreto del gobierno. Y aquí entra en tenso debate con el murciélago, que achaca al súper hombre haberse dejado comprar. A este respecto Batman sostiene un discurso realmente interesante, y que nos saca de dudas en lo tocante a la cuestión de si los cómics encierran un auténtico contenido cultural o no:

 

Tú siempre dices que sí, a quien veas con una insignia o con una bandera… Nos has vendido, Clark. Les has dado el poder que debería haber sido nuestro. Justo lo que te habían enseñado tus padres. Mis padres me enseñaron otra lección: tirados en esta calle, agitados por la brutal conmoción… muriendo por nada… me enseñaron que el mundo sólo tiene sentido cuando lo obligas.

The Dark Knight Returns, Libro 3

 

 

De igual modo que para Nietzsche, la existencia de una bandera o una insignia no resultan condición suficiente (ni siquiera necesaria) para la aparición de la justicia: las leyes podrían ser injustas y los políticos corruptos… o, como sucede en la actualidad, los tribunales de justicia pueden estar politizados, actuando de manera parcial e interesada. Batman se pregunta por qué ha de permitirse que las estructuras sociales establecidas, aun actuando baja capa de la buena intención, han de suponer un estorbo para la consecución de lo justo. Así, como Rorschach afirma antes de morir a manos del Doctor Manhattan en Watchmen (Capítulo XII): «Acuerdos, nunca… El mal debe ser castigado».