Latidos y desplantes
ROMPER PARA SIGNIFICAR
Por EDUARDO MOGA
[Mario Martín Gijón, Latidos y desplantes, Madrid, Ediciones Vitruvio, 2011, 112 pág.]
Mario Martín Gijón (Villanueva de la Serena, Badajoz, 1979) se ha significado hasta el momento como crítico, con dos excelentes estudios sobre autores poco conocidos, pero dignos de atención: José Herrera Petere y Máximo José Kahn. Se estrena ahora como poeta con Latidos y desplantes, un volumen que reúne sus poemas de juventud. En su primera parte, latidos, se revela como un autor educado en las mejores tradiciones literarias —los clásicos áureos, el romanticismo y las vanguardias— y con una perceptible inclinación existencial. Martín Gijón recuerda los amores pasados, celebra el paisaje y consigna las experiencias de sus viajes con voz desgarrada pero austera, en una suerte de implosión expresiva, canalizada en sonetos y asonancias laxas, de aires machadianos, pero que no elude la efervescencia irracional. En este decir fogoso e inmaculado, junto con la añoranza erótica, destaca su lamentación de la muerte —varios poemas hablan de cadáveres o cementerios— y su denuncia del spleen: de la tediosa recurrencia de las cosas, del estiaje de la pasión. Fruto de estas angustias es el hombre, «ese animal cansado», protagonista de «la tragedia de estar vivos», insomne e irritado.
La deriva existencial se acentúa en la segunda parte, desplantes, aunque expresada ahora con un singular mecanismo retórico: la ruptura de las palabras mediante la inserción de sílabas, letras o separaciones, que alborotan y multiplican su bagaje semántico. «De la fatiga», por ejemplo, dice así: «el can sancio/ na las peores/ re-sig-naciones/ frena los frene síes/ de la ex(ins)istencia». El procedimiento, complementado a menudo con aliteraciones y calambures, que refuerzan la plasticidad de los sintagmas, pretende reflejar las dificultades del lenguaje para significar, para transmitir los contenidos, a menudo contradictorios, que bullen en la conciencia del poeta. Mediante este recurso, Martín Gijón ahonda en su propuesta existencial, que exorciza tanto un pasado amable como un presente desconcertante, y que constituye, también, una sonora afirmación personal, donde el ensimismamiento desengañado convive con la aspiración a la altura, a la eternidad.
(Estelle Talavera)