Francesco Jodice o el polílogo
Por Mario Sánchez Arsenal
El Prado por Francesco Jodice
Museo del Prado
C/Ruiz de Alarcón, 23. Madrid
De martes a domingo: 9.00 a 20.00 h.
Hasta el 8 de enero de 21012
Spectaculum Spectatoris es una instalación a medio camino entre el documental y la vídeo-pintura, que constituye más una operación antropológica que artística. A pesar de que la Galería Marta Cervera de Madrid acogió ya la primera individual de este polifacético artista (What We Want, 2003) y una segunda (The Morocco Affair, 2005), Francesco Jodice (Nápoles, 1967) pasa por ser hoy en día, para un buen sector del gran público, un desconocido. Este vídeo artista italiano ha presentado su obra en diversas ocasiones en nuestro país, tanto colectiva como individualmente: Fundación Tàpies (2004), Museo de Arte Contemporáneo de Santiago (2007), MUSAC de León (2005 y 2007) y MNCARS (2007) entre otros centros, además de en distintas galerías de nuestra geografía. Activo aproximadamente desde el año 2000, en los circuitos artísticos contemporáneos ha gozado de la atención del Museo Nacional del Prado en este 2011, momento en el que la institución ha decidido ceder su espacio sometiéndolo a la imaginación y creatividad de este artista con la pretensión de inmortalizar paulatinamente la figura de artífices extraordinarios (Richard Hamilton, por ejemplo).
Así y todo, no es la primera obra de este interesante fotógrafo y arquitecto, si bien es la más relevante y la que goza de mayor proyección a nivel internacional actualmente, pues de todos es sabido que la hazaña de exponer en el Museo del Prado, como antes insinuábamos, está restringida y casi es exclusiva de muertos; los vivos, por el contrario, esos pocos privilegiados que existen felizmente en este mundo, están autorizados a engalanarse con sus mejores ropajes y joyas al ver cumplido el gran sueño museístico de cualquier artista. Francesco Jodice se ha convertido, a la sazón, en el primer artista vivo italiano en exponer obra en el Prado, lo que no hace sino acentuar su membresía a un orden eterno. Ciertamente tal calificativo puede antojarse excesivo, sin olvidar por ello que se trata de un precedente expositivo dentro de todos los vivos que han gozado de tal deferencia museística. Me explico. De los artistas que han disfrutado de tal galardón, ninguno llegó a exponer en el museo una obra semejante a la que Jodice ha confeccionado, esto es, una obra que habla no sólo con los visitantes inmersos en sus salas o galerías, sino con la totalidad del ente público. Es poderosamente impactante el aspecto nocturno que adopta el Prado cuando sus puertas se cierran. Al exterior, se puede contemplar en proyección continua el abanico retratístico del que se valió el artista para su obra, de tal modo que podemos ver cómo se desenvuelven, a intervalos alternativos y con una cadencia bien trabada, fruto de un notable montaje, las caras de los anónimos visitantes convertidos en sujetos artísticos. Se trata, en definitiva, de una instalación de arte público.
Puesto que está compuesta de dos partes, ésta última es la que arrastra el grueso de la obra, siendo la restante una deliciosa piececita de apenas cinco minutos en los que música e imagen se fusionan a la perfección. En esta pieza, Jodice, agudamente, hace desfilar a sus protagonistas de tal modo que la irrupción de la obra de arte instalada en el museo no sea un obstáculo, es más, crean una particular simbiosis que anima y contribuye a crear una atmósfera metafísica de singular belleza. Entonces es cuando la operación se aleja de su acepción antropológica y abraza lo artístico. Estos cinco minutos son de una frescura y una profundidad envidiables, recuerdan a las “sinfonías visuales” que materializaran Philip Glass y Godfrey Reggio en los años ochenta del siglo pasado, pero con una nota más directa al tratarse de espectadores in situ; sin embargo, es necesario reconocer que el interés radica en la instalación primera, que está compuesta íntegramente por un vídeo de poco menos de una hora.
Y es sobre esta última, y el alcance de algunas ideas derivadas de ella, frente a la que desearía detenerme un instante. Hace escasamente unos días, el gran pensador polaco Zygmunt Bauman confesaba en Madrid, sin dubitaciones, la existencia de una necesidad del habla, un habla con pretensiones existenciales de interactuar, un habla que ya no puede solventarse en la práctica del diálogo, sino de un polílogo. Aquí es donde precisamente se dan la mano la atemperada eternidad a la que antes hacía referencia y la intemperante actualidad de un hecho que ya parece adquirir la categoría de necesidad vital. Éste es exactamente el elixir evaluativo que necesita una obra para ostentar tamaño privilegio, justamente el motivo necesario para considerar la obra de Jodice totalmente actual. En ella se representan los arcanos del arte, ya no inmersos en una rígida red de normativas universales, sino al servicio del caprichoso gusto contemporáneo. Los principios de su obra se someten a una especie de habla plural, que responde a la totalidad de unas miradas que, dentro de un tiempo, tendrán en el trabajo de este artista el primer archivo visual moderno de la historia del arte, y, jugando con la raíz del título de la vídeo-instalación, un speculum a través del que mirar a sus iguales.