Domingo-Luis Hernández, autor de Erich el zurdo, nos habla de lo cruel y demoledora que puede ser la familia.
Por Luis Muñoz Díez.
Si tuviera que definir a Domingo-Luis Hernández, diría, si el término no estuviera tan manido, que es un agitador cultural nato, con un compromiso con la cultura inquebrantable, que no conoce el desaliento, y si no que se lo pregunten a quien le conoce y pongo por testigos a Luis Mateo Díez, Santos Sáenz Villanueva o J.J. Armas Marcelo. Fundador de la revista cultural La Página, que goza de una salud extraordinaria desde que fue fundada en 1989, profesor titular de Literatura Española en la Universidad de La Laguna, ensayista, editor y poeta. Pero les aseguro que esto no es más que palabrería, ya que Domingo-Luis Hernández es imposible de definir, por eso espero que esta entrevista, en la que habla de su novela Erich el zurdo y su faceta de escritor, ayude, aunque sólo sea un poco, a desvelarle.
Erich el zurdo es una novela en la que se propone una reflexión sobre las cartas marcadas que se heredan al nacer. El nacimiento debería ofrecer el inicio de una vida, un cuaderno en blanco que no contará, siquiera, con una anotación, pero no es así, nada más nacer se inscribe al hijo con un nombre heredado o nuevo y a continuación se pone “hijo de…, nacido en…, a la hora tal”. Y así queda marcado con fuego. ¿Se pude hacer algo contra esa tutela o condena familiar con la premisa de que la familia sea poderosa?
No, en absoluto. Yo creo que la familia es uno de los atributos más cimeros, ancestrales y extraordinarios del hombre, desde que el hombre comenzó a soñar con ser hombre. Esa radical aseveración es capital para entender a la familia como uno de los elementos especialmente usados por la literatura, desde la más simple y a veces sospechosa enunciación (como en Cien años de soledad, de García Márquez) a la tramada deconstrucción, como en El gatopardo, de Lampedusa, o a juegos más estrictamente literarios y fabulosos como el que Cortázar propone en “La salud de los enfermos”, en torno al complot familiar. Y creo que, en efecto, el protagonista de Erich el zurdo, Teodoro Raúl Sosnowsky, no escapa a semejante sentencia. Pero sería poco afirmar sólo ese punto, por dos cosas principales: una, tampoco escapan a esa condena el padre (José Sosnowsky) o los dos hermanos (la víctima Amauri y la maquiavélica y expeditiva Aída). Sin duda yo juego con ese factor, al que añado otro: la marginalidad de Teodoro Raúl, el ser un excedente en el seno familiar frente a Amauri, el concebir la posibilidad de negar lo que lo formó, lo fundamenta, lo condiciona y lo marca. Ese es el juego, juego que (inevitablemente) Teodoro Raúl descubre que es un fracaso, un absoluto fracaso, aunque puedas probarte y probar que no está por demás cultivar el alma de Caín para arrastrar a Abel hasta el mismísimo fondo de los infiernos.
Permítame que me salga del tema estricto de la novela, pero con su lectura se ha ahondado en mí una duda que siempre he tenido. Heredar riqueza o poder puede ser una fortuna que te facilite la vida o un estigma maléfico. Un hombre sencillo coge un ato y emigra fuera de su país o de su pueblo y en dos generaciones tiene olvidada su procedencia y así gana un pasaporte de libertad, pero la herencia mantiene a los muertos siempre presentes. ¿Esta condición es buena o mala para el devenir del individuo?
No puedo yo decidir con entera certeza si lo que usted me pregunta es “bueno” o es “malo”. Lo que sí puedo afirmar es que es. Yo habito en un lugar de emigración, como sabe, y conozco (por activa o por relatos del pasado) a muchos individuos que han estado en semejante disposición. Más aún (aunque lo contado en Erich el zurdo no tenga nada de autobiográfico) mi abuelo materno fue un emigrante a Cuba y lo que yo soy se lo debo al dinero que él trajo de allí, a las propiedades que con él adquirió en Tenerife y a la familia que formó por su arrojo. Pero el asunto que me plantea tiene, en efecto, una complejidad que va más allá de esa simple constatación. Hoy lo sabemos muy bien (por el desastre a que nos ha conducido el ultraliberalismo, el capitalismo salvaje y la ambición que carece de escrúpulos, de moral y de ética). En efecto, hay sujetos que se funden en esa práctica y eso es lo que propongo analizar en Erich el zurdo, al menos en un sector importante de ella: la ambición que está unida al dinero y al poder. Los Sosnowsky son una familia inmensamente rica. Pero asimismo juego ahí con factores que añaden un más de complejidad a lo visto. Tiene que ver eso con el diseño de los dos antecedentes complementarios y opuestos de la familia: el pragmático Sosnowsky y el enigmático Quintana. Sosnowsky apunta al signo visto de la acumulación de riquezas y para eso traza un camino que va de la nada al absoluto, con traiciones y muertes que quedan por el camino. En ese sentido, la actitud de Amauri se relaciona directamente con la avariciosa manera de producirse en el mundo de su abuelo. Pero hay otra arista de la cuestión: Quintana. José Quintana se traslada a América también desde el cero. Llega al absoluto con parecidas traiciones y muertes que las que produjo en su trayecto el amigo Sosnowsky. Pero a él lo retiene ante el mundo otra infalibilidad: necesita dinero para fabricar en torno suyo los signos de la distinción, más que de la posesión. Y ese sueño (que en él se convierte en manejo, por ejemplo, el manejo de Trinidad y la novela que inventa sobre ello), ese sueño sí que es de verdad peligroso, más peligro que el sueño de Amauri, aunque el segundo termine asesinado y el bisabuelo no. Se lo comenta Quintana a su amigo Ilich Sosnowsky: no temo tu capricho (el capricho de casarse con su joven hija), temo a la belleza, le dice. Teme porque en esas posiciones los sujetos se doblan y el mundo es un acicate del rigor, del rigor de las pérdidas. En esa absoluta madeja viven los dos sujetos que contradicen la impudicia de los Sosnowsky, en el sentido en el que usted pregunta: son Aída y Teodoro. En ambos la sombra de Quintana es aterradora.
Mi impresión al leer la novela es que me han hurtado datos que estuvieron en la cabeza del autor, y quizá se llegaron a poner sobre papel, pero en alguna revisión posterior se descartaron. ¿Estoy en lo cierto?
En cierto sentido tiene razón. El proceso de escritura de Erich el zurdo es muy largo, no tanto por la historia en sí sino porque la historia que cuento ahí necesita de un aquilatado muy especial. La novela juega no sólo con espacios diferentes sino con tiempos muy opuestos entre sí y ajustarlos es muy lioso. De todas formas, yo creo que la continuidad y las pautas en tal sentido del relato son muy claras, están muy marcadas. No quería hacer una novela experimental, ni mucho menos; quería construir una novela directa sobre la elaboración de sujetos complejos, y todo por el camino que diseña en su mundo un personaje que se llama Teodoro Raúl Sosnowsky, que ha matado a un hermano, al que le han robado el cuerpo muerto de su hermano y que lo que se propone es señalar su lugar en este desproporcionado mundo. Al respecto he de recordarle dos cosas puramente formales, para que entienda lo que pretendo decir: Una: en cada una de las partes, los capítulos interiores comienzan con una letra que se repite. Indudablemente, esa repetición no es casual, es intencionada. Así, Parte una letra “L”, que confirma la imagen que se muestra: sujeto erguido que se mueve en una dirección a ras de tierra. Dos, letra “T” que inevitablemente señala al tiempo (en tanto el sujeto “L”, en “T” se desplaza a Barcelona para rematar su pasado más rico) y que señala al “tres”, al fatídico “tres”. Y hemos de recordar que en esa operación un asunto es capital: la despedida, porque después de rendir cuentas a ese estado de sí, Teodoro Raúl (“T”, asimismo) dejará de ser superficialmente Teodoro Raúl. Es el principio de sus transformaciones, que incluye una transformación física radical en la sala de operaciones de un hospital clandestino. En Tres se cuenta la salida más radical de Teodoro Raúl: Cuba, y en especial La Habana. Allí un personaje al que ha de recurrir: Manuel Menéndez, porque él contiene lo que los Sosnowsky fueron. Es decir, la “H” vuelve sobre el “tres”, pero esta vez sobre el “tres” en la historia. Pero la “H”, además, tiene que ver con la palabra “hombre”, hombre multiplicado, producto de innumerables aristas que él no puede dominar. Y también “honor” que comparte con los suyos despreciados. Y finalmente con la palabra “histeria”. Con esa producción de signos, que son actitudes, es imprescindible considerar la posición Cuarta y ultima ocupada por la letra “D”. Es el final del ciclo, con una condición: se cierra el círculo: cuatro y la vuelta a uno con la suma de elementos que el personaje ha coleccionado en el largo discurrir desde la posición de salida, “L”. Luego, de “L”, inicio, hasta la posición de vuelta “D”·.
Cabe recordar, luego de lo dicho, el número de capítulos de cada parte de Erich el zurdo y lo que esos elementos numéricos significan. Así: Uno = 8 capítulos; 2 = 6 capítulos; 3 = 8 capítulos; cuatro = 16 capítulos. No puedo referir aquí asunto alguno sobre numerología o sobre cabalística (como hubiera sido inadecuado antes hablar del significado de las letras vistas, “L”, “T”, “H” y “D”; no me parece oportuno señalar eso, pero apréciese, en primer lugar, la continuidad 8, que se encuentra en Uno y en Tres (impares) y que se duplica, con el sentido que antes comenté, en 4, “D”, vuelta al inicio, esto es, 8 de inicio más los 8 ganados por el camino y que muestran los signos de la diferencia, del enfrentamiento y finalmente del acabamiento. Queda la parte Dos, que es 6, es decir, 3 + 3.
Si estoy en lo cierto, ¿qué falta y por qué?
Falta lo que completará definitivamente el ciclo Erich el zurdo y que tiene por título Veneno en el paraíso. Estará concluida pronto y espero que se encuentre en librerías en el primer trimestre de 2013. Se cuentan ahí dos historias que completan y dan sentido cabal a los dos personajes principales de Erich el zurdo: Teodoro Raúl y Aída Sosnowsky. Con ese material, insisto, Erich el zurdo se cierra definitivamente, porque esas dos personalidades estarán acabadas y su paradigma de significados satisfecho. Serán dos historias muy crudas, por las que los dos personajes no sólo rematarán su personalidad sino que sabrán que tanto uno como el otro están materialmente muertos, mucho tiempo antes de que lo anunciaran en Erich el zurdo. Deseo y espero que sea una novela muy intensa, radical, y también corta.
¿Erich el zurdo es fruto de una inspiración certera o se ha sometido a varias revisiones?
Muchas revisiones, he de decirle. Además, he de contarle que (después de mi primera novela, El ojo vacío, que apareció en el año 1986, y después de acercarme tímidamente a sus resultados dos o tres años después) Erich el zurdo surgió en mí como el exponente cimero de lo que habría de ser una larga y dolorosa travesía por el aprendizaje de la escritura novelística. La primera versión de El ojo vacío era radical, asimismo, en cuanto a novela de experimentación se trataba. Ninguna concesión. Pero asimismo supe que la confusión que allí había no era orgánica y dependía más del despiste y de la ineptitud del escritor que de su enjundia. Y eso me dispuse a corregir en Erich el zurdo. de modo que su escritura se convirtió en una obsesión, tanto que más de una vez busqué a amigos y a amigas para contarles con detalle partes y diálogos de la novela que aún no había escrito y que luego resultaron tan exactos como cuando los dije en voz alta por primera vez. Quiero decir, además, que Erich el zurdo es un absoluto artilugio de ficción. Todo lo ahí contado es una radical invención. El truco está en, por un lado, someter a tal escudo algunos datos precisos (como el asunto cubano y Ochoa), usar algunos nombres cercanos (algunos amigos conocidos como José Luis Ceballos o Søborg que es una conocida población danesa cercana a Copenhague, donde yo viví en una época) o los elementos espaciales (Barcelona, Madrid, La Habana…) que pueden seguirse al pie de la letra. La cuestión, en este caso, no se relaciona sólo con el tributo a la verosimilitud sino con la solvencia misma del invento, en tanto lo que pretende mostrar Erich el zurdo es que los hechos ahí narrados son “reales”. La segunda cuestión a la que quiero referirme es que, sin duda, la novela está montada sobre preferencias muy personales: mi disposición a crear prototipos, el cine, la novela policial, algunos de los lugares de mis preferencias (aunque, también es verdad, que faltan otros, como Londres, por ejemplo), etc. Todos esos factores son los que dan forma al artilugio.
La novela habla del poder y de lo destructiva que puede ser la familia. ¿Cree que poder y familia son destructivos de por sí o cree que la familia sólo es destructiva si ostenta el poder?
Yo creo que la condición misma de familia ha de implicar algún tipo de contestación. Creo que los seres humanos (como decía Lacan) somos políglotas, es decir, entes de equívocos, sujetos de soledad. Ocurre, sin embargo, que en la mayor parte de los casos el apareamiento gasta más palabras de las debidas o nos sometemos sin réplica al más ridículo de nuestros sinsentidos: el miedo a la soledad, que antes dije. Por eso yo creo en la terapéutica muerte del padre, como creo en la terapéutica muerte de Dios. Los sujetos debemos asumir sin contradicción nuestra autonomía, y en eso la familia tiene su punto de rigor. La cuestión, claro, es que en la vida real podemos querer, podemos morir por nuestros hijos (aunque nuestros hijos nos maten…) En la ficción las cosas funcionan de otro modo, podemos ser más radicales, podemos asumir sin temor la lógica que nos domina. De modo que, en el estricto sentido del término, creo que la familia es destructiva de por sí (en tanto somete, reduce, obliga, subyuga, se arrima malévolamente al afecto…).
En la novela, la voz narradora expone la actitud de Teodoro Raúl, y en esa exposición se manifiesta el poder infinito que se otorga al dador de tu vida convirtiéndolo en omnipotente y negando, incluso, su condición mortal. “En vez de cargar el asesino con su muerto, igual que las fieras cargan con sus presas para alardear de la caza, y tirarlo sobre la mesa de su dueño para decirle «aquí está; yo lo maté, tu resucítalo», lo ocultó tras pistas falsas y excusas tan pueriles como los juegos de niños.” ¿Es esa su maldición?
Sí, esa es la maldición de Teodoro Raúl Sosnowsky, porque yo creo (como se hartó de escribir Roberto Arlt tras la sombra del maravilloso Quijote) que no hay maldición mayor que aquella que no te permite ser. Y el problema de Teodoro Raúl es que no se le permiten ser: ni asesino, ni enamorado, ni juerguista, ni despreocupado, ni bohemio, ni comunista, ni anarquista, ni rebelde, ni contestatario… El mundo está fijado (insisto, cual Arlt nos cuenta) y los sujetos que lo habitan, como Teodoro Raúl, por más extraordinarios que estos sean tienen sus movimientos contados.
La laxa y decadente amoralidad de Teodoro Raúl le incapacita para defenderse de quien lo traiciona en su vida afectiva y sus sentimientos, como lo hacen Ascirna, Marta, el sueco… y parece no guardarles rencor. Sólo guarda un rencor ciego hacía su familia, y ahí sí que se comporta como un verdadero depredador.
En cierto modo así actúa, es verdad. Pero, como dije antes, las relaciones humanas son complejas, incluso inexplicables. ¿Por qué finalmente Teodoro Raúl vuelve al lugar de origen para encontrarse con Ascirna, por qué la traicionera Ascirna guarda la llama encendida en su corazón de un sujeto atrabiliario que se llama Teodoro Raúl…? Cuando Teodoro Raúl vuelve a Barcelona, para asistir a su transformación radical y poder dar con esa máscara el salto al otro lado, gradúa una ficción muy rentable para la novela: encontrar a quienes lo usaron y lo engañaron en provecho propio en otra época. Sin duda, tanto Marta como el Sueco merecen dos tiros en la cabeza. A eso juega Teodoro en la segunda parte de Erich el zurdo. Pero eso me pareció demasiado convencional, sobre todo cuando (después de contarle esa parte a una amiga, ella hizo referencia a los muertos y los más muertos y más muertos de lo que le contaba que yo escribía). Recuerdo que entonces asumí una absoluta y radical labor, antes de terminar ese momento de la novela que habría de terminar con Marta y el Sueco con dos tiros cada uno en la cabeza: leer y releer Shakespeare, Hamlet, Macbeth, Tito Andrónico, El rey Lear… Entonces fue cuando me pareció más productivo darle la vuelta al asunto: proyectar la culpa y la estupidez de Teodoro en la asumida y ruin traición de Marta y el Sueco. De ese modo puede construir un equilibrio sustancial de identidades: Teodoro por los otros, los otros por Teodoro; y unos en el mundo en pos de sus pactos, el otro en el infierno en pos del acabado. Repito que eso me pareció más productivo y por eso procedí del modo en que procedí, lo mismo que ocurre en la tercera parte con Manuel Menéndez al que (sin lugar a dudas) Teodoro va a La Habana para matar. Que el otro, al reconocer su acabamiento y condena, al repetir la exclusa de sus amos en el exilio que ahora se repite con Teodoro, se suicide, esto es, no se deje matar por el hijo de su dueño me parece una solución muchísimo más rica que la directa ejecución. Queda, entonces, la familia… No es una entidad personal. Yo creo que es una categoría, y contra las categorías sí se puede luchar (como la categoría Dios, o la categoría Estado, o la categoría Sistema…) Esa lucha sí tiene nombre y es consecuente. Las otras no porque en los tratos personales las miradas se cruzan y nada es absoluto en su unilateralidad.
¿Cree que quien no ha fomentado la confianza en los afectos de una familia está discapacitado para reaccionar de una forma coherente ante los conflictos afectivos que se le planteen en la madurez?
Repito que hay un temor de los seres humanos que cargamos sobre nuestros hombres desde que somos conscientes de ser hombres: la soledad. ¿Lo que mitiga la soledad es el afecto, es la familia? No lo niego: yo tengo familia. Pero lo que debe pensar una mente razonable no es en el futuro, al menos no en esos términos; lo que debe pensar es en lo que lo satisface ahora, lo que lo completa, lo que lo define, lo que lo solventa. Recuerdo a un catedrático famoso de mi universidad que una vez dijo en una junta de Departamento: “quiero que conste en acta que mi familia es estupenda”. Puede constar en acta semejante afirmación, pero ese no es el asunto. De donde, y en lo que respecta a la madurez, ¿quién lo sabe? Ese no es el problema, insisto.
El personaje de Erich sufre una desazón destructiva que centra en borrar su pasado, y, para ello, no ve otra solución que finiquitar a su propia familia. Siendo él el más perjudicado por esa desazón.
Claro. Es el proceso Nietzsche y su famoso “eterno retorno”. Matar a Dios no es nada fácil, por más que sea absolutamente necesario matar a Dios. De hecho (como sabemos y como escribió Borges) no todos los seres humanos estamos dispuestos a actuar con semejante rigor. Borges lo confirmó, repito: es posible (comentó, y traduzco) que haya sujetos por ahí que piensen que lo primordial de los hombres es matar lo que quieren; y Borges se enfrentó (vitalmente, personalmente y como escritor) a eso, él asumió lo contrario: morir por lo que quieres. Dice el dicho popular: ¿quién le pone el cascabel al gato? La cuestión es que hay seres en este mundo (y eso es Erich/Teodoro, Teodoro/Erich, eso es Aída) que no se plantean la pregunta del cascabel y el gato; actúan.
Por jugar. Me gustaría formularle una pregunta a usted que es su padre literario: ¿Qué podría haber liberado a Teodoro Raúl de la desazón que sufre?
Varias cosas que a mí me gustan, como le gustan al personaje en cuestión: la pasión y la afirmación de sí. La valentía a pesar del dolor, la reciedumbre ética a pesar del desastre, la consecuencia a pesar de la destrucción… Esos valores en desuso a mí me convencen y creo que son (como afirmó Borges, insisto, o Nietzsche), son asuntos que debemos reivindicar, aunque sea desde la minoría, porque yo creo que una de las cosas que nos salvará en este mundo es el rigor ético.
¿En ningún momento sintió la piedad suficiente por su personaje y decidió salvarle o como en la tragedia griega vio que era fundamental que se cumpliera el destino marcado por su sino?
Yo creo lo que mi admirado maestro Luis Mateo Díez me ha dicho varias veces: no hay noche más larga de lo debido ni dolor que cien años dure. Somos entidades pasajeras y lo único que nos señalará en este mundo (aunque sean señales del absoluto olvido) es la consecuencia. ¿Eso es una señal del destino? Si es así, que sea. ¿Con qué podemos pelearnos?, ¿compramos un terreno en Misiones como Macedonio Fernández, Quiroga y Jorge Borges para crear la primera célula anarquista de la historia de la humanidad?, ¿pondremos en práctica el singular invento de los cofrades de Los siete locos y Los lanzallamas para probar lo que Nietzsche ideó en Zaratustra? Realidad y ficción, cierto, aunque no está por demás recordar que la ficción es tan real como la vida misma.
No se pude añadir nada más, sólo dar las gracias por su amabilidad a Domingo-Luis Hernández, y cierro la entrevista con las palabras de Luis Mateo Díez: no hay noche más larga de lo debido ni dolor que cien años dure.