Cuento kilómetros

Por Miguel Baquero.

 

Cuento kilómetros. Mario Crespo. Editorial Eutelequia, año 2011. 96 páginas.

 

¡Tiempos aquellos en los que uno se sentía dispuesto, es más, destinado a comerse el mundo! ¡Un mundo que parecía grande, sí, pero que con el coraje suficiente podía tragarse de un solo bocado! Este libro, la segunda novela de Mario Crespo, es una recreación de aquellos días febriles e impacientes de nuestra adolescencia, de esos tiempos en que, quien más quien menos, todos nos fuimos a trabajar a un hotel de la costa no tanto para pagarnos nuestros estudios – esa era la excusa- como para acumular experiencias, abrirnos a la vida, confrontar con la realidad todas aquellas aventuras que habíamos leído en los libros. Y quien dice marcharse a trabajar a un hotel de la costa dice emplearse en una gasolinera, o marchar de au-pair al extranjero, o trabajar como mozo de mudanzas… Pobre de quien no haya tenido, en esa época de la vida en concreto, algún trabajo al que hacer frente solo y del que salir escaldado, con las orejas calientes, pero en el fondo con la frente alta…

 

Cuento kilómetros, la segunda novela de Mario Crespo (Zamora, 1979), es, como digo, una recreación de esos viejos tiempos ingenuos y heroicos. La novela tiene como protagonista a un tal Claudio Rivera, quien a veces nos habla en primera persona y a veces sabemos de sus andanzas a través de otros testigos. La odisea de Claudio Rivera comienza cuando… no se especifica, pero pongamos con veinte años, deja su Zamora natal y se lanza a la conquista del mundo, una conquista que empieza como camarero en un hotel de la Costa Brava… A partir de ahí, seguirán una serie de destinos, desde Londres, donde trabaja asimismo en un restaurante poco menos que como friegaplatos, a Roma, donde malvive en sórdidas pensiones nadie sabe cómo, a Portugal, a Nápoles, a Menoría, a Noruega, o a París, ya con su situación económica y personal más asentada.

 

El periplo de Claudio Rivera, como se puede ver, no sigue un orden lógico ni geográfico. De la misma manera, Cuento kilómetros no es una novela escrita al modo tradicional, es decir, lineal, aunque es cierto que comienza en los días adolescentes del protagonista y finaliza en sus días de madurez o, por mejor decir, en sus días de situación económica y laboral estable. Pero entre medias la peripecia, la iniciación vital del protagonista se reconstruye mediante fragmentos, mediante pequeñas anécdotas aquí y allá, mediante impresiones repentinas, imágenes sueltas, fogonazos de la memoria… más o menos, en fin, como conservamos todos en nuestro interior el recuerdo de nosotros mismos. No se extrae, de las páginas de esta novela, la crónica de una personalidad en formación, sino más bien el relato de un vagabundeo sin orden ni objetivos, de un viajar por el simple hecho de moverse, lo cual, es innegable, da a la novela un tono altamente literario, mucho más del que pudiera darle una recopilación razonada y estructurada.

 

He dicho antes que, pese a todo, la novela concluye con una especie de reflexión, o mejor: sentimiento final del protagonista. Aunque durante muchos años, diez en concreto, aquí traducidos a apenas un centenar de páginas, el vivir a la intemperie parezca no haber servido para nada al protagonista, de pronto un día, cuando la vida… es decir, la edad… le obliga a pararse o a caminar con más calma, descubre que así transcurre la vida, a mínimos momentos, a experiencias bruscas, a episodios inconexos. Que así ha transcurrido. Las palabras finales de esta sencilla pero sincera, emotiva, literaria novela le estremecen al lector:

 

“No podía imaginar cómo sería la próxima década, tampoco tenía muy claro cuánto tiempo son diez años, cuántos kilómetros se pueden recorrer en este tiempo ni a qué velocidad. Lo que sí sabía era que la etapa de la ceguera estaba tocando a su fin y, viniese lo que viniese, no sería tan emocionante”.

 

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