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La mano invisible

Por Recaredo Veredas.
 
La mano invisible. Isaac Rosa. Seix Barral. Barcelona, 2011. 19,50 €
 

En otros tiempos, menos locos y menos sobreinformados, La mano invisible podría considerarse la interesante, aunque no plenamente lograda, contribución de Isaac Rosa a la distopía. Si La mano invisible hubiera sido escrita, por ejemplo, en la feliz Europa socialdemócrata de los setenta-ochenta, hubiera sido tomada como una digna réplica de los horrores descritos por Orwell o Zamiatin. Sin embargo, lo inverosímil se ha convertido en una categoría caduca y lo antes conocido como horror brinca feliz entre los hogares, las calles y las fábricas. Así pues, solo es cuestión de tiempo que a un gestor cultural, a un promotor iluminado o a un productor de reality shows se le ocurra el punto de partida de esta novela: un grupo de trabajadores –carnicero, mecánico, teleoperadora…- llevan a cabo su profesión, con total cotidianeidad, sobre un misterioso escenario, rodeado de un público expectante, que aplaude las reparaciones de chapa o el corte de los filetes.

 

La pretensión de Rosa es hablar de un mundo silenciado por la narrativa, solo tratado por el ensayo social. Quiere mostrar la verdadera cara del trabajo: que, cuando contemplemos un edificio o un envase retractilado lleno de chuletas de cordero, sepamos que antes allí hubo ladrillos, yeso y sudor o un lindo corderito, separado de su mamá y vilmente ejecutado. También quiere demostrarnos la falsedad de esa “mano invisible” que inauguró la oleada de preceptos que sustentan al triunfante liberalismo. Y, por si fuera poco, desea que conozcamos la perversión de instancias laborales aparentemente inocuas, como la formulada por esos genios informáticos que han alcanzado las mieles de Silicon Valley desde su garaje. En tan difícil zona logra un éxito rotundo. Es capaz de transformar la percepción del lector, de lograr una modificación mucho más profunda que la conseguida por la mayoría de las novelas. Y lo hace con una prosa a un tiempo dura y expresiva, que trae a la memoria al mejor Rosa: al que demolió la dulce memoria de los últimos años del franquismo en El Vano Ayer. Además posee un considerable conocimiento de causa, que no proviene solo de la abundante y obvia documentación –reconocida por el autor en la propia obra-. También, y se nota, de la experiencia real.

 

 

Sin embargo, La mano invisible no es una novela perfecta. Rosa falla en aquello que debería controlar con más soltura: los personajes y la historia. Crea protagonistas demasiado próximos al tópico, construidos con un sutil paternalismo. Personajes limpios y puros, cuya pureza rousseauniana debe luchar contra la vileza de la patronal y la insolidaridad de los esquiroles: “prefería ser fusilada antes que disparar, no aspiraba a tomar la colina y levantar la bandera, ni menos a obtener medallas y que sonase el himno en su honor…” , personajes carentes de esa mala leche y esos matices que aparecen en otras obras de Rosa y, sobre todo en los mejores referentes de la literatura izquierdista, como Bertold Bretch, Harold Pinter, Peter Weiss o los grandes neorrealistas. Hablo de agilidad y dureza, de confrontación real, no de nihilismo houllebecquiano. Además, la narración de la representación y sus consecuencias, que podría haber deparado una incisiva novela breve, está sobredimensionada. No era necesario que conociéramos tanto sobre tantos personajes y menos cuando sus coincidencias internas y externas son tan numerosas. Lo dicho no implica que nos hallemos frente a una mala novela: posee escenas magníficas y desplaza con habilidad el foco de la intriga, consiguiendo que su postergación carezca de importancia y no decepcione las expectativas del lector. El problema es, sobre todo, la descompensación, fácil en una obra tan ambiciosa: el componente narrativo de la fórmula no queda, ni mucho menos, a la altura del componente social.

 

Pese a la imperfección del resultado, Isaac Rosa vuelve a demostrar en La mano invisible que es una de las escasas voces necesarias de nuestra narrativa. Una de las pocas capaz de mostrar lo evidente.

 

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