El sacramento del lenguaje
Por Mercedes Martín de la Nuez.
El estilo posmoderno consiste en romper la lógica causa-efecto, sujeto-objeto, verdad-falsedad, etc., y sustituirla por lógica-causa/efecto, lógica-sujeto/objeto, lógica-verdad/falsedad. ¿Qué significa? Que todo se debe a un juego o lógica que cumplimos sin darnos cuenta. Hay un “dispositivo”, como diría Foucault, que hace que toda sustancia entre en su rueda y cumpla (de una manera poética) el plan al que el dispositivo responde, valga la redundancia. Es decir que el lenguaje, que es el dispositivo por antonomasia, hace y deshace, dicta qué somos y qué hacemos. Si bien en realidad no se sabe qué somos al margen de este logos (que, por cierto, no incluye la voluntad humana), podríamos imaginar una “sustancia” sin modelar, algo así como pura materialidad, algo que, por no pertenecer al lenguaje, no podemos decir.
Un ejemplo de cómo todo se somete a lógicas es el “sacramento del lenguaje”. Gracias a un magnífico estudio filológico etimológico, podemos saber en qué consiste el juramento y la blasfemia; no la historia de los usos de estas palabras, lo cual responde a la antigua lógica que cree en las causas y los efectos, sino la “genealogía” que busca los dispositivos o el logos que permitió que en tal o cual momento el juramento y la blasfemia funcionaran. ¿A qué responde el juramento, según Agamben? Es un orden que instituye a la vez religión y derecho en un momento dado y que ya no funciona. ¿Cómo es que ha dejado de funcionar? El caso es que la fuerza del juramento se basaba en la unión de las palabras y las cosas y la fuerza de la blasfemia era precisamente romper esta unión. Es decir que si uno decía lo hacía y lo creía de verdad y, por eso, si uno decía en vano, estaba cometiendo una atrocidad. Ahora, que podemos decir cualquier cosa que no pensamos o prometer cosas que no vamos a cumplir, estamos en una época muy distinta en la que las relaciones del hombre con el lenguaje afectan, sin duda, al derecho, que ha tenido que proveerse de leyes para que se cumpla de una manera artificial e imperfecta lo que ya no se cumple en el lenguaje (la plenitud del significar).
Desde esta perspectiva, la ética es, para Agamben, una relación o vínculo del hombre con las palabras según la cual estos tratan con el lenguaje como si estuviera unido al mundo, a la realidad. Es curioso que, aún tomando los derroteros del paradigma posmoderno, que atribuye cualquier cosa a lógicas, dispositivos, mecanismos que nos moldean, Agamben llegue a una conclusión similar a la que llegaría cualquier filósofo conservador que aún creyera en la causa, el efecto, el sujeto… Yo, que debo de ser anti-posmoderna porque creo que no todo es lenguaje, veo en la ética agambeniana una melodía sospechosa que acompaña todas sus investigaciones. Sea lo que sea lo que estudie, va a parar al mismo estribillo. Ya sólo porque escuchamos continuamente esta matraquilla, tenemos que ponernos en guardia. Me atrevería a hacerle algunas preguntas. Señor Agamben: ¿Su investigación responde a algún dispositivo o es una sustancia aún no pervertida por el lenguaje? ¿Y por qué el lenguaje es el gran dispositivo que pervierte toda sustancia, pero extrañamente, hubo un tiempo en que estaba sometido a una fuerza benefactora que lo unía a la realidad? ¿Qué “dispositivo” o “lógica” garantizaba esa fuerza y ahora ya no la garantiza, y por qué? ¿Se trata de la fe? Y, sobre todo, ¿por qué noto que usted añora esa fuerza: acaso la ve más correcta, más verdadera o más útil que cualquier otra disposición de cosas?
Mientras que para Agamben no cumplir la palabra dada responde a una “injusticia lingüística” según la cual uno no “cumple” el sacramento del lenguaje (que une las palabras a la realidad) dejando un excedente de significante (como diría Lévi-Strauss), para otros, como Aristóteles, responde a una inmoralidad según la cual uno se desvincula de la comunidad (recordemos que uno no es nada sin el otro en la filosofía aristotélica) y por eso se permite hablar sin sentido. La ventaja de la explicación aristotélica es que uno siempre dispone de un resto de libertad o de incertidumbre, según se mire, que le permite no ser un ratón de laboratorio.
En cualquier caso, sea el lector o no adepto a la poética posmoderna, podrá disfrutar de esta bella investigación filológica sobre el juramento y la palabra.
El sacramento del lenguaje
Giorgio Agamben
2011
128pp, 13euros
En mi opinión, lo que ocurre es que este post-modernismo es monista, y así se les fantasmaliza la realidad en las formas del discurso -todo se les escurre en lo nouménico, por decirlo tecnicamente… Pero una postmodernidad más consecuente es pluralista, de manera que hay eso que nombra el lenguaje, desde luego, sólo que lo que no hay es un sólo lenguaje verdadero para aprehenderlo. O sea, el problema está en este lado, no en aquel. En fin, menos mal que Aristóteles era en esto fuertemente ante-moderno…