Novela

Qué contar

Con periodicidad quincenal Culturamas publicará su visión sobre un aspecto del difícil arte literario. Esta nueva sección difundirá los secretos de la narrativa a todo aquel que quiera leerla. Creemos en la democratización del conocimiento.


Por Recaredo Veredas.


Contar una historia es fácil. Tanto que lo hacemos a diario, sin conciencia alguna de ello. Y, lo que es peor, también soportamos las inacabables peripecias de nuestros amigos, compañeros de trabajo, vecinos y demás ralea. Las historias que narramos y escuchamos provienen de fuentes muy diversas, desde la televisión a la calle, pasando por relaciones familiares, amistosas, sociales o las oscuras esquinas del ciberespacio. Muchas veces la que más nos interesa no es la que contiene andanzas más variadas y sorprendentes. Es posible que una trivialidad bien contada nos apasione y que la crónica de una invasión extraterrestre –aunque fuera cierta y ocurriera a doscientos metros de nuestra casa- nos aburra. En el éxito intervienen diversos factores. Para esta microdosis me interesa, sobre todo, la capacidad de empatizar con los sentimientos del lector.

Conseguir que un lector haga suyos los sentimientos de los personajes no es nada fácil. Para lograrlo resulta imprescindible que el lector conceda un espacio en su conciencia a nuestra creación. Es decir, que se interese por su vida, que sufra –aunque no llore a moco tendido- o disfrute –aunque no brinque cual canguro de las antípodas- con sus éxitos y desdichas. Para alcanzar tan difícil objetivo no basta con la información directa, no es suficiente con que el autor le indique al lector, por muchos esfuerzos y subrayados que emplee en ello, que el personaje en cuestión es un tipo excelente o un canalla. Resulta necesario, casi imprescindible, que el lector contemple por sus propios ojos, que alcance por sí mismo la conclusión buscada. Es decir, si el autor quiere mostrar que su personaje es un tipo abyecto, debe mostrarle haciendo lo que el autor considera una vesania. Por ejemplo, robar su pensión a una viuda o traficar con deuda externa. Por otro lado, debe evitarse la oscuridad innecesaria (si la oscuridad fuera buscada o imprescindible, nos encontraríamos frente a otra cuestión). El lector debe interpretar la sucesión de acciones, pero el autor también debe mostrar un enfoque nítido, incluso complementar las escenas con información directa.

 

Pocos autores son capaces de mostrar sentimientos complejos con escasas palabras, sin necesidad de un párrafo entero lleno de matices. La vinculación de elegancia matemática, complejidad y unión con la historia es uno de los síntomas más evidentes de calidad literaria. Me refiero, incluso, a esos sentimientos que el lector no se reconoce a sí mismo, que sufre pero nunca ha verbalizado, tal vez por su considerable falta de autoestima. Lo logra, por ejemplo, Marcos Giralt Torrente en su último libro de relatos, titulado El final del amor, en el que analiza el declive de diversas relaciones amorosas, consiguiendo una gama diversa y amplia de sentimientos, de odios y afectos imprevistos e indefinibles.

 

CONTINUARÁ…

 

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