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Arturo Ripstein: “Soy un majadero porque quiero que me quieran”

Por Luis Muñoz Díez.
Fotografías de Joaquín Fernández.
 

El encuentro se celebró en la Casa de América, con motivo de presentar las jornadas de Cine Iberoamericano Vive Madrid. Le formularon unas preguntas al actor, Vladimir Cruz, y al productor Roberto Fiesco, y yo tuve el placer de hablar con él, pero ya todo estaba dicho, porque la elocuencia del director mexicano es contundente y su discurso  escrupulosamente ordenado.

 

 

Había más que expectación ante la reaparición en público de Arturo Risptein y no era para menos, había arremetido con una furia contra el jurado y el director del Festival de San Sebastián, citando a cada uno por su nombre y poniéndoles un adjetivo descalificador por no figurar en el palmarés Las razones del corazón (2011). El festival y el cineasta forman parte de la misma historia, dado que ha sido galardonado en  tres ocasiones en el festival Donostiarra, la primera por El lugar sin límites (1978) que obtuvo el premio especial del jurado, y cuenta con dos Conchas de Oro, máximo galardón de festival, por Principio y fin (1993), en 1993, y La perdición de los hombres (2000), en 2000.

 

Su carácter quizá quien mejor lo defina es la prensa de su propio país, en este caso El universal, que daba este titular: “Arturo Ripstein es un dios en México. Así que se ha pillado un buen rebote cuando San Sebastián no incluyó su última película, Las razones del corazón (2011) en el palmarés. Su enfado lo ha hecho bien público: analizó al jurado, dedicándoles a cada uno un término despectivo. No ha dejado títere con cabeza”. Este mismo diario recoge unas palabras del cineasta: “México es un país que hereda las tradiciones de la madre patria de la envidia y el canibalismo a todo tren”.

 

Estas duras palabras quizá se entiendan mejor si se conoce la confesión sincera que dijo el pasado martes en la Casa de América: “Soy un majadero porque quiero que me quieran”, yo creo que sus palabras faltonas no son más que una coraza.

 

Su aptitud rebelde y apasionada tenía más que ver con un joven realizador, vehemente y primerizo, que necesita hacer valer su obra, que con una figura consagrada que forma parte de la historia del mismo. En su comunicado se refiere a eso cuando dice: “Para hablar de mí el adjetivo «irascible» es el frecuente. Y es cierto. Soy pasional. Así son mis películas. O al menos eso quisiera pensar yo”.

 

Pero ni el citado diario mexicano ni el comunicado avisa de que el cineasta es un verdadero encantador de serpientes, que posee una elocuencia tan brillante que subyuga y no desmerece ni cuando califica a algún escritor o cineasta de mediocre o malísimo, como denomina a los guionistas con los que ha colaborados o los directores que trabajaban para su padre, un poderoso productor de cine comercial, Alfredo Ripstein.

 

 

“En México no había escuela de Cine, y yo decidí ser director de cine un día que vi una moviola de la productora de mi padre. Era una imagen de un tronco que pasaba y al pasar dejaba ver a unos mariachis, quedé fascinado y me dije: yo quiero hacer esto, quiero dedicarme a esto. Vi Nazarín y conocí a Buñuel que era amigo de mi padre. Tenía quince años y un día me planté en casa de Buñuel le dije que quería ser director de Cine y me cerró la puerta en las narices. Me quedé allí, había andado una distancia larga para llegar, pero a los cinco minutos la volvió a abrir la puerta y me dijo que pasara. Sacó un proyector que puso sobre una mesa y me pasó El perro andaluz. Yo veía a aquel señor tan elegante que saca una navaja y le corta un ojo. Me miró y me dijo: “este es el cine que yo hago”. Le acompañé a sus rodajes para aprender, pero nunca fui su asistente, como se inventó Max Aud, porque no estaba preparado. Aprendí mucho más de otros directores muy malos que trabajaban con mi padre. De los malos se aprende mucho, imaginas muchas maneras para hacerlo mejor”.

 

“También he trabajado de actor, hice seis u ocho películas horripilantes, creía  que podía aprender cómo se conquistaba a una mujer o cómo se capturar al vampiro, y no conseguí aprender ni a conquistar mujeres ni atrapar al vampiro. He aprendido a hacer Cine en los estudios, y otras cosas que no puedo contar”.

 

¿El cine da sentido a la realidad?, le pregunta el actor Vladimir Cruz, que está sentado a su lado. Ripstein contesta tajante: “No mejora la realidad. Es más que la realidad, se filma por venganza. Cualquier película es mejor que la realidad. La realidad no tiene sentido, es la mirada la que le da sentido. Miro a la gente desesperada, que no es toda, pero es la gente que a mí me gusta. Son cuentos oscuros pero yo no los veo oscuros.  Como cuando preguntan a Botero que por qué pinta gordos y el responde “porque yo los veo así”. Escribí con José Emilio Pacheco un guión y una vez  acabado decidimos leérselo a nuestras respectivas mujeres. Nosotros no podíamos dejar de reírnos durante la lectura, no podíamos acabar las páginas por las carcajadas. Su mujer y la mía no entendían nada, porque ellas estaban oyendo una historia muy dramática. Esa es la mirada…. Disfrutaba mucho escribiendo con José Emilio Pacheco. Primero, él leía el periódico, luego nos poníamos a trabajar. El gabinete era tan pequeño que acabábamos escribiendo en la cama. Con él hice El castillo de la pureza (1973) y El lugar sin límites (1978), una adaptación del argentino José Donoso.

 

“Me gusta más trabajar con escritores que con guionistas porque son muy previsibles, muy tópicos. Los escritores son muy estimulantes, se dejan llevar por la imaginación. Con el único guionista que he aprendido ha sido con Julio Alejandro, trabajar con él era una delicia, tuvimos una relación entrañable, mi hijo lleva el nombre de Alejandro por él”.

 

“En mi primera película me permitieron rodar Tiempo para morir (1966), una historia de Gabriel García Márquez, que adaptábamos a un western, que entonces se vendían muy bien. García Márquez no tenía la fama que adquirió después, por entonces hacía de todo, había creado un slogan que decía: “Arriba las camisas, abajo los pantalones”. Escribimos el guión y Carlos Fuentes tradujo los diálogos del colombiano al mexicano. El primer día de rodaje de Tiempo de morir (1966), García Márquez y yo estábamos aterrados, era la primera vez que rodaba. Entré en el plató donde me esperaba todo el equipo, agarrado de la mano de Gabriel y le pregunté “¿dónde pongo la cámara?”.  Él me contestó “¿la cámara?, eso es facilísimo: donde quieras ver”.

 

“Trabajo muy a gusto con Paz Alicia García Diego, me entendí perfectamente desde el principio, y es una mujer guapísima. Es gratísimo escribir con ella, se llena la jarra de lo bueno, lo verdadero, sus guiones son sabrosos, minuciosos y con unos diálogos llenos de emoción. Vivir con ella no tanto, compartimos la angustia, y si yo le digo que algo esta oscuro, en vez de restarlo importancia, ella lo empeora opinando que no está oscuro, que está negro”.

 

“Las razones del corazón (2011) es una versión libre de Madame Bovary, de Gustavo Flaubert, pero le pedí a Paz que no releyera el libro, que escribiera desde el punto de vista que tuvo con la primera lectura…. Me gusta mirar, y por eso mis películas están rodadas en planos secuencias, que son facilísimos y yo soy perezoso. La cámara se acerca para enfatizar y se aleja para hacer lo contrario. En el plano secuencia, el ritmo de la historia es el ritmo del corazón… En la música, la literatura si algo resulta  hermoso es porque fluye, y las cosas funcionan cuando sabes a qué saben, lo oyes, y sientes las emociones. Los planos secuencia son buenos para los actores porque son más libres y si tienen experiencia teatral les son más sencillos de hacer. A los actores hay que cuidarlos porque son las figuras más frágiles que hay en un rodaje. Hay que ser padre, madre y amante”.

 

Alfredo Ripstein se contradice de una manera genial, por un lado afirma: “Me gustaría ser un cineasta muy exitoso y tocar la fibra sensible de la gente, y no un friki,  un periférico. Me preguntan que si siento que mi cine va a contra corriente. Cuando yo era chiquito mi nana, Rosa, -La misma nana Rosa  a la  que recurre en su comunicado para excusarse con el director y jurado del certamen Donostiarra: “Si fuera una persona reflexiva y equilibrada hubiera trabajado en la alta pedagogía o en algo que requiriera de delicadeza, diplomacia y buenos modales. Pero no lo soy. Quizás por eso me dedico a lo que me dedico. Hablé hace unos días sobre el festival de cine de San Sebastián y sus entretelones. Habló la ira. Esa furia agónica de la derrota. Y la ira es como una borrachera. No la pude controlar. Y como era una entrevista donde dije lo que dije me arrepiento una vez más. Y mucho. Cuando yo era muy chico y soltaba algún improperio mi nana Rosa decía que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad. Eso es francamente cuestionable, además cuando hablé hace unos días ni estaba  borracho ni soy un niño”- me dijo que el mundo se iba acabar en el año 2000. Lo había oído en las preediciones… y tenía razón, en el año 2000 el mundo se acabo tal y cómo yo lo conocí. El mundo en donde yo tenía mis asideras se acabó, y este mundo ya no es el mío, es de otros. No hay nada más sabroso que te cuenten un cuento, y eso intento hacer con mis películas. Ahí esta Rivera y los abstractos. Hay hermosura en uno y emoción en otro, pero en el abstracto no veo hermosura. Ruedo en Blanco y negro, porque la vida es en blanco y negro”

 

Estas palabras son perfectas para cerrar, ensamblan perfectamente con su comunicado, mantiene un discurso totalmente coherente, y forman en su conjunto una declaración de principios de un cineasta genial, y me quedo con  las dos últimas líneas de ese comunicado de prensa cuando dice: “Hago mías las palabras de Jorge Luís Borges cuando escribió: no es que tenga razón, es que así soy…”

 

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