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Carta de Protesta por la retirada de "El Hacedor"

CARTA DE PROTESTA (O CÓMO EL HACEDOR (DE BORGES), REMAKE SE CONVIRTIÓ EN UNA NOVELA POLÍTICA)


 

Hoy queremos manifestar nuestro frontal rechazo ante un hecho insólito. María Kodama, heredera de los derechos de autor de Jorge Luis Borges, ha obligado a la editorial Alfaguara a retirar del mercado El Hacedor (de Borges), Remake, la última novela de Agustín Fernández Mallo, bajo amenaza de denuncias. La obra, que contiene el nombre de Borges en su título, e incluye fragmentos y títulos de los poemas del escritor argentino en el orden original de El Hacedor, pronto se va a retirar de las librerías y dejará de existir tal y como fue concebida.

 

A El Hacedor (de Borges). Remake no se le acusa de plagio. Se le acusa de insertar unos materiales protegidos por derechos de autor dentro de una obra original, sin contar con el debido consentimiento de su propietaria. No ha importado nada que la obra funcione como un homenaje a Borges, quien se halla tan presente que resultaría disparatado acusar a Fernández Mallo de actuar de forma deshonesta. Su supuesta falta no tiene nada que ver con el engaño, sino con haber compuesto una pieza original valiéndose de algunos fragmentos que tenían dueña; una dueña que no está dispuesta a compartirlos.

 

¿Cuántas obras artísticas y webs hoy en día se valen de textos, videos, imágenes o sonidos de procedencias diversas? El Hacedor (de Borges), Remake, más que como singularidad, podría tomarse como ejemplo de un procedimiento que se aplica de forma masiva en la actividad creativa de nuestros días, a través de formas que no son más que la versión actualizada de un principio rector de la cultura y el conocimiento: lo nuevo siempre se construye a través de lo viejo, y de lo ajeno. Seguir ese principio, que se halla muy por encima de legislaciones e intereses particulares, no solo es legítimo; es fundamental. La inmensa mayoría de las personas así lo comprenden, de ahí que la decisión de María Kodama sea una excepción extraordinaria. Pero incluso como excepción, resulta intolerable.

 

En un artículo publicado en El Cultural de El Mundo, la señora Kodama, quien confiesa no haber leído El Hacedor (de Borges). Remake, dice haberse dejado guiar por su abogado, quien considera “una falta de respeto” el tributo de Fernández Mallo, por no haber pedido permiso. Imaginemos qué sería de los creadores, académicos o investigadores si, cada vez que usaran materiales prestados tuvieran que solicitar el beneplácito de sus propietarios, que se hallan amparados para denegárselo por consideraciones tan caprichosas como las de este caso. Que, de ahora en adelante, esos creadores tuvieran que valerse de lo ajeno, sin incurrir en el plagio, con un ojo puesto en la legislación, ante la amenaza de una demanda. Todos comprendemos el lugar aberrante en que se convertiría el mundo de la cultura si se generalizaran acciones como las emprendidas por Kodama, de ahí nuestra reacción.

 

Consideramos que no existe la más mínima legitimidad moral para censurar así una obra; solo existe un defecto en una ley que nunca debería dar cabida a esta clase de abusos. Una ley anacrónica, formulada en tiempos pre-digitales y ajena a la deriva del arte contemporáneo. Rogamos encarecidamente a María Kodama que reconsidere su decisión, y no se oponga a la justa difusión de El Hacedor (de Borges), Remake. Una rectificación a tiempo puede dejar en mero malentendido esta equivocación, que sería mucho más grave en el caso de perpetrarse. En los pocos días de circulación de la noticia, la condena de escritores, editores y amantes de la literatura ha sido unánime, y deja claro que su acción va a tener exactamente el efecto contrario al que buscaba: en vez de proteger el legado de Borges, deslegitimará a quienes lo gestionan.

 

A este respecto, hay que considerar no sólo el diseño de la portada de la novela de Fernández Mallo (un corazón dorado: una declaración de amor al maestro), sino también el efecto que ha causado ese libro: una relectura del original, El hacedor, que durante las últimas décadas ha tenido menos circulación y lecturas que otros libros más conocidos de Borges, como Ficciones o El aleph.

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