El libro de Willy
Por Recaredo Veredas.
Pensaba dedicar esta columna a Willy Toledo y al libro que acaba de publicar en Península. Por supuesto para meterme con él. Al final, como podrán apreciar, no lo he hecho. Primero, porque Willy Toledo no me ha hecho nada y, por lo tanto, no tengo por qué fustigarle. Vivimos en el Siglo XXI, pronto habitaremos un planeta postnuclear y no puedo ganarme enemigos así, a lo tonto. Para cuando llegue la pelea por los mendrugos de pan negro quiero estar a bien con Dios y con la mayor cantidad de seres humanos posible. Segundo porque el mundo de la farándula es muy pequeño y si coincido con él en una fiesta quiero saludarle con la debida libertad, sin sentir ese desagradable picor mental que causa el haber puesto al que tienes enfrente como un trapo. Tercero porque me he dado cuenta de que, aunque la publicación de su libro me parezca un hecho cuando menos insólito, no me gusta la gente que dedica sus columnas a meterse con Toledo, Bardem o cualquiera de nuestros actores-activistas. No quiero compartir tema con ellos, ni siquiera estando de acuerdo. Cuarto porque, cuando Toledo soltó sus exabruptos sobre Cuba y el difunto Orlando Zapata, aun considerando que había dicho una sarta de estupideces, defendí su derecho a expresar su opinión sin recibir amenazas ni salvajes improperios. Tan demente es quien defiende a Castro como quien defiende, por ejemplo, a Standard and Poors. Y quien defiende a Standard and Poors no pierde por sus palabras su condición de hombre o mujer respetada y respetable. Quinto, porque concedía publicidad a un libro cuya publicación no considero justificada. Sé que lo estoy haciendo ahora mismo pero uno no tiene por qué ser coherente todo el día. Sexto porque, aunque crea firmemente que las opiniones sociopolíticas de Guillermo Toledo poseen el mismo interés que las de mi abuela, entiendo que cierto sector de la izquierda, a falta de mejores portavoces, le haya elegido para difundir su mensaje. Vaya, se me ha escapado parte del artículo que no quería publicar.
Desde una perspectiva más amplia, considero que las opiniones de los actores, sea Toledo o sea Clooney el opinante, están sobrevaloradas. Si no me equivoco, un actor es una persona que se dedica a fingir, con la mayor verosimilitud posible, que es otra dentro de una narración filmada o representada. Las palabras que pronuncia el actor no son –salvo contadas excepciones- escritas por él sino por un guionista o dramaturgo. Es decir, un actor es un imitador de alto standing. Lo dicho no implica que no disfrute con el trabajo de muchísimos comediantes –incluso el del propio Toledo en películas comoCrimen Ferpecto- pero parece obvio que dedicarse a la interpretación no otorga conocimientos especiales sobre temas de alta complejidad y, sobre todo, no concede representación ni interlocución alguna.
Concluyo, porque si no lo hago terminaré escribiendo el artículo que no quería publicar. Me apena que la izquierda “auténtica” no encuentre portavoces más solventes para su discurso. Mujeres y hombres que combinen la cercanía con una formación intelectual sólida, que les permita hablar con rigor sobre los temas que abordan. Me apena, sobre todo, porque nunca encontrarán un escenario más proclive a la aceptación de su discurso.
Me parece una crítica muy destructiva hacia la persona y acabo su lectura sin saber casi nada del libro, como ejercicio de expresión me parece impecable.