La deuda (2010) versus Llama un inspector (1946)
Por Agustín Ramírez.
Después de ver en estas semanas la película La deuda (2010), dirigida por John Madden y la obra de teatro Llama un inspector (1946) de John Boynton Priestley –dirigida por José María Pou y estrenada en Madrid al final del verano de 2011- me ha surgido la idea de que entre ambas hay un hilo conductor que llega a una de las raíces del ser humano, su conciencia.
Ambas funciones comparten un comienzo semejante, muestran unas situaciones felices que en el devenir del tiempo cambian; y el cambio se produce porque aparece la conciencia, o la llamada a ella, para poner de manifiesto que las cosas no siempre son lo que parecen y, a peor, que siendo diferentes hasta pueden llegar a ser contrarias.
La autora de un libro que narra una hazaña del Mossad, y la cena de una familia de bien en la Inglaterra de primeros del siglo XX, muestran una cara amable y feliz de la sociedad, muestran a gente triunfadora según sus códigos sociales; el transcurrir de ambas funciones, la llamada a la reflexión moral, la llamada a escuchar la propia conciencia, finalmente transforman la bonanza inicial en un conflicto moral en cada una de las personas, llevándoles a adoptar reacciones no esperadas.
Más allá del cambio de situaciones y pensamientos que ambas funciones muestran, podemos ver una copia de la moralidad, o más bien de su ausencia, en la civilización occidental contemporánea. Esta nuestra civilización, tan incívica ella, nos muestra unas manifestaciones ostentosas y ofensivas de acumulación de riqueza frente a unas situaciones de pobreza absolutas. Frente a la acumulación de riqueza desorbitada, fruto de una especulación sin límites, millones de personas carecen de alimentos para comer y de techo para dormir. Pero la conciencia de algunos permanece en estado de hibernación.
Cuando se decide recortar el estado del Bienestar, conseguido a base de lucha y no de graciosas concesiones de los poderosos, la conciencia permanece hibernada para aquellos que manejan la tijera del poder, ya que esa tijera, fuerte con el débil y débil con el fuerte, no la manejan cuando se trata de inyectar dinero ajeno a sus propios bancos, comprar material de guerra para seguir matando – eso sí, sin aparecer por un campo de batalla como dictaba la ética de sus antepasados- a personas que son ajenas a sus motivos, pero victimas directas de sus consecuencias.
Debe de ser “curioso” vivir sin conciencia; no acierto a comprender como debe de ser, salvo que esos humanos se hayan transformado en los seres vivos más destructivos que la Historia haya conocido.
Ver las funciones arriba citadas me temo que no hará despertar sus conciencias, aunque me pregunto: ¿cuando desde arriba les mandaron a la Tierra, no sería que bajaron incompletos y el problema estaría en otro lado? Me temo que no.
Tanto la película La Deuda (2010), como la obra teatral Llama un inspector (1946) hacen reflexionar sobre la conciencia y la ausencia de ella en sus personajes; y también, y más importante, sobre aquéllos que quedándoles un mínimo de esa conciencia se dejan arrastrar, finalmente, por la aptitud más cómoda “olvidarse de lo que ha pasado”. Como Jean Paul Sartre dijo: “hay mundo porque hay hombre… la conciencia es siempre conciencia de algo… escapar de ella es falsearla, mentirnos a nosotros mismos y a los demás”.
La deuda (2010) se estrenó en España el pasado 8 de septiembre de 2011.