"El origen de la atracción sexual humana", M. Domínguez-Rodrigo
El origen de la atracción sexual humana. Manuel Domínguez-Rodrigo. Akal, 2011, 153 pp., 10,40 €.
Por Carlos Javier González Serrano.
¿Quién no se ha sentido alguna vez subyugado al irresistible impulso de atracción que ciertas personas de epigamia notable, generalmente miembros del sexo opuesto, generan en nosotros? ¿Quiénes de los que han intentado racionalizar tan sorprendente impulso no se han encontrado confusos a la hora de aprehender los entresijos y desencadenantes de semejante proceso?
M. Domínguez-Rodrigo, El origen de la atracción sexual humana
Si algo parece claro en el desarrollo de la naturaleza es que aquellos seres que no se emparejan (que no se reproducen), no se convertirán nunca en antepasados, es decir, no lograrán transmitir sus genes a una generación posterior y, por ello, podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que dejarán de existir para siempre. Por otro lado, nuestra conducta de emparejamiento y reproducción no sólo puede albergar consecuencias genéticamente funestas, sino que a la vez nos divierte e incluso deleita de alguna manera: la sexualidad (la propia y la ajena) es objeto continuo de nuestra curiosidad. En paralelo, esconde un carácter muy inquietante; no es difícil encontrar en la conducta sexual acciones y patrones que desafían a los más eminentes intentos de comprensión.
Mi pregunta principal fue: ¿qué impulsa a machos y hembras en un momento particular de nuestra evolución al establecimiento de alianzas solidarias, que resultan sumamente costosas para ambos géneros? ¿Cómo se produjo el abandono de conductas subsistenciales individualistas, tal cual predominan en el resto de primates, para convertirnos en los primeros primates solidarios?
M. Domínguez-Rodrigo, El origen de la atracción sexual humana
Muchos de nosotros hemos crecido creyendo en el concepto idealizado del amor, y más aún, del “único” amor. Pero lo cierto es que en la naturaleza la traición, la pérdida, la lucha constante, el dolor y el sufrimiento suponen características habituales del emparejamiento sexual, lo que contrasta de modo muy curioso con la imagen del amor romántico. El autor de El origen de la artacción sexual humana ya nos previene de que «la evolución no es como una película de Walt Disney, donde todo es justo y con final feliz. Es una historia de lucha, feroz competencia, extinciones copiosas, tiránicas relaciones entre organismos…».
El autor de esta obra, que él mismo cataloga de “políticamente incorrecta” (avisando al lector desde el principio de que su lectura no dejará de levantar ampollas), pretende poner coto a las interpretaciones acientíficas que declaran una vinculación directa –y ciertamente sospechosa– entre moral y evolución: «esa vinculación entre un pasado idealizado para justificar un mensaje moral en un presente criticable nos presenta un marco totalmente acientífico. La Ciencia puede estar condicionada por agendas sociales y movimientos de pensamiento determinados, pero no tiene la obligación de adecuarse a ninguna ética social». Darwin escribirá en el Capítulo III de El origen de las especies (titulado, por cierto, “Lucha por la existencia”): «Nada es más fácil que admitir en palabras la verdad de la lucha universal por la existencia, ni más difícil, al menos para mí lo ha sido, que llevar constantemente fija esta idea en nuestra inteligencia. […] [N]o vemos u olvidamos que los pájaros que cantan ociosamente en derredor nuestro, viven, en su mayor parte, de insectos o semillas, y que de este modo están constantemente destruyendo la vida». Si echamos un vistazo al mundo animal, el espectáculo es ciertamente deprimente: se da un trabajo ímprobo por mantener la existencia, y todo ello para concluir en la destrucción de su fenómeno, de su cuerpo. ¿Existe acaso una recompensa final? Quizás la vida sea un negocio que no cubra los gastos…
Pero el fondo no es sólo desalentador en el mundo animal, sino también en el humano. La vida no se nos presenta en la mayoría de ocasiones como un goce, sino como un deber a cumplir. Un deber porque la satisfacción del deseo proviene precisamente de intentar dar respuesta a una carencia, a una necesidad. Además, ponemos en marcha la maquinaria de la reproducción, de la voluntad (recuerdo ahora el comienzo de la “Crisi Quinta” de El Criticón de Gracián: «presagio común es de miserias el llorar al nacer»). Si es contemplada desde fuera, la humanidad parece un juego de marionetas movidas por hilos invisibles: existe una desproporción considerable entre la continua aspiración a la felicidad (y las acciones destinadas a ello) y lo que finalmente se consigue (miserias, preocupaciones, desesperanza, etc.). El panorama del hombre es el de una tragicomedia: estamos dispuestos a todo con tal de prolongar una existencia infeliz. Cualquiera de los esfuerzos y deseos humanos simula ser siempre el fin último del querer; pero en cuanto se han conseguido dejan espacio a un nuevo deseo, que vuelve a pugnar ferozmente por hacerse realidad…
Nuestras abuelas evolutivas inventaron algo que nos aísla del resto de las especies: la sexualidad humana. Con ella, se aseguraron que los machos adecuados para la concepción de las crías y el cuidado de las mismas. De ahí que el resto de este libro se dedique a ver cómo surgió nuestra sexualidad, qué significado histórico tiene y cómo ha evolucionado hasta la actualidad. Hay algo importante que debo subrayar: dicha sexualidad no existiría si hombres y mujeres hubiesen evolucionado del mismo modo.
M. Domínguez-Rodrigo, El origen de la atracción sexual humana
Ahora bien, como explica el profesor M. Domínguez-Rodrigo en El origen sexual de la atracción sexual humana, el punto de partida ha de ser el siguiente: tanto nosotros como nuestra conducta suponen el resultado final de un proceso evolutivo. «Determinados rasgos de nuestro comportamiento aparecieron hace mucho tiempo, mientras que otros son más recientes. Somos el legado final de una simbiosis, a menudo problemática, entre Biología y Cultura». O lo que es lo mismo, las cadenas que nos atan a lo natural, a nuestro componente más biológico, se tornan hasta cierto punto flexibles en virtud del factor cultural…
Ningún otro tema iguala en interés al de la sexualidad, en tanto que concierne al provecho o desgracia de la conservación de la especie. Por cierto ardid de la naturaleza, adopta con destreza una máscara que nos hace observar en él casi admiración (¿no siendo otro su objetivo que el de la procreación, aun cuando sea un fin inconsciente para los amantes?). Incluso la sociedad, explicaba Freud en sus conferencias de introducción al psicoanálisis a principios del siglo XX, adopta un método de educación que posee como meta la desviación de la atención del niño de todo aquello relacionado con la vida sexual.
Podríamos preguntarnos, y de seguro que el lector encontrará respuesta en esta obra que publica Akal: ¿somos algo más que la ilusión producida por el instinto? La tesis fuerte de M. Domínguez-Rodrigo es que «nuestra aparición en este planeta, lejos de ser el legado principal de “la evolución el hombre”, es más bien el resultado final de la particular “evolución de la mujer”, que experimentó la transformación física más drástica de ambos sexos y que puede ser la razón de la existencia de la estructura esencial del comportamiento reproductor y subsistencial de nuestra especie».
Una obra imprescindible para llegar a conocer cómo la finalidad de todo organismo es conseguir la supervivencia, con el cometido de llevar a cabo el trasvase de genes mediante el acto reproductor. La sexualidad humana dio lugar a un cambio radical en el modo de interacción social y, con él, las estrategias subsistenciales que regulan la relaciones grupales. En este libro, el profesor del Departamento de Prehistoria de la Universidad Complutense de Madrid, M. Domínguez-Rodrigo, explica de qué manera el emparejamiento humano, el sexo, el amor y, en definitiva, cualquier idilio, llegan a ser intrínsecamente estratégicos: nunca elegimos pareja al azar. Las estrategias se diseñan para superar problemas, y en este caso, la sexualidad humana aparece como una respuesta a la necesidad de emparejarse para sobrevivir.