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Entrevista a Valeria Luiselli

Valeria Luiselli: “‘Los ingrávidos’ habla de personas que no logran habitar del todo la vida que construyen”

 

Por Robert Sendra.

 


Dos personajes, una editora actual y el poeta centroamericano Gilberto Owen (1904-1952), coinciden en el metro de Nueva York  como fantasmas y sus vidas separadas en el tiempo confluyen por unos instantes. Esta es la punta del iceberg de Los ingrávidos (Sexto Piso), el segundo libro que publica la escritora mejicana Valeria Luiselli tras sorprender con Papeles falsos, una colección de ensayos narrativos. Los ingrávidos es una propuesta valiente que juega con la estructura narrativa y los distintos niveles de tiempo en la ficción para plasmar la decadencia de las vidas con el paso de los años y su tendencia a irse diluyendo como fantasmas. Para hablar de ello, la autora cuenta historias cotidianas que siempre deparan algo extraordinario en alguna de sus esquinas. Luiselli nos concede una entrevista para acercarnos un poco más a su novela.

 

P: La protagonista habla a menudo de la obra que está escribiendo como “una novela horizontal, contada verticalmente”. ¿Es el caso de Los ingrávidos?

 

R: Es una metáfora espacial y temporal que me sirvió para construir una historia donde hubiera dos narradores en espacios y tiempos diferentes que, sin embargo, se comunicaran de algún modo entre ellos. O, si se quiere, es una metáfora espacial que me ayudó a estructurar las secuencias temporales de la historia.

 

P: ¿Qué valor cree que tiene lo cotidiano, lo sencillo y lo palpable para tratar los grandes argumentos, como el amor, la soledad, la tristeza…?

 

R: No es un valor per se. Simplemente no se me ocurre otra cosa que lo cotidiano para contar las cosas que me interesa contar.

P: En su novela tienen una presencia fundamental los fantasmas de los personajes que vagan por la ciudad. ¿Debemos considerarlos un símbolo o partes de nosotros mismos?

 

R: En definitiva, Los ingrávidos no es una novela de fantasmas en el sentido tradicional de la palabra. Es una novela sobre personas que no logran habitar del todo la vida que construyen. En ese sentido sí que son fantasmas –o son, más bien, personas afantasmadas.

 

P: Los ingrávidos parte de un presente narrativo para adentrarse en otras capas de tiempo, las de la juventud de los protagonistas. ¿Es nostálgica la mirada hacia el pasado?

 

R: No lo creo. Tal vez, a ratos, haya un temple melancólico. La nostalgia no me interesa.

 

P: Desde los años de juventud hasta la madurez de los protagonistas, parece que sus personajes hayan cambiado tanto, condicionados por las obligaciones familiares y la decadencia del cuerpo, que se hayan acabado convirtiendo en otras personas. ¿Le preocupaba esta mutación del ser a lo largo del tiempo?

 

R: Sí, definitivamente. Quería hablar de cambios corporales y emocionales profundos. No me refería a puntos de inflexión precisos en las historias de una vida, puesto que creo que eso no existe, pero sí a procesos lentos mediante los cuales la personalidad se transforma, deforma, y reinventa.

 

P: Toda esta trama de vidas cruzadas y de finísimos hilos que unen a unas personas con otras a lo largo del tiempo, cuenta con un escenario muy definido que es Nueva York y, más concretamente, los túneles del metro. ¿Qué papel representa la ciudad en su novela?

 

R: No me planteé escribir una novela de subways neoyorquinos. Pero ciertos espacios se fueron imponiendo a medida que construía personajes y situaciones. Y sí, al final la ciudad se convirtió en un personaje más del libro. Me hubiera gustado ser urbanista, pero no sé dibujar, de modo que siempre termino recreando espacios detalladamente urbanos en mi escritura.

 

P: ¿Son los subway un lugar inspirador?

 

R: Son un buen sitio para leer.

 

P: ¿Qué le atrajo de la figura del poeta Gilberto Owen, quien constituye el protagonista masculino de su novela?

 

R: Una serie de cosas, la mayoría casualidades. Owen casi fue mi vecino, pero en otro tiempo. Cada tanto, se me aparecía en el metro, pero siempre en otro vagón. También me interesó lo más o menos obvio: la escritura de Owen, su personalidad epistolar –soy una ávida lectora de correspondencia ajena–, su estancia en Nueva York en 1928 y 1929 de la que tan poco se sabe…

 

P: ¿Qué complicaciones se le plantearon a la hora de dar vida en la ficción a un personaje que existió realmente?

 

R: Al principio ninguna. Era una actividad más parecida a la restauración que a la invención. Tenía sus cartas, sus fotografías, su obra. Había que imaginar tenuemente un mundo a partir de eso. No me interesaba reproducir una voz. Me interesaba desdoblar la mía en otra. Cuando terminé la novela sí tuve dudas importantes, de orden extraliterario. Me preocupaban los  familiares de Owen, lo que pudieran pensar de una novela que hablaba de un fantasma de su padre, y no del Owen que ellos conocieron. Pude, por fortuna, encontrar a un hijo de Owen para explicarle todo esto. Fue extraordinariamente generoso y entusiasta.

 
 

 

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