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La vida según Malick

Por José Luis Muñoz.
 

Es Terrence Malick uno de los directores más insólitos y enigmáticos del panorama cinematográfico norteamericano, un auténtico rara avis en el mundo del cine, como lo fueron Thomas Pynchon o Salinger en el mundo de la literatura, y además, como ellos, enemigo de las entrevistas, de ser objeto de la curiosidad pública, invisible. Con sólo cinco películas en su haber y periodos de largos silencios, este texano de 67 años, nacido en Waco (pueblo que se asocia a una matanza de tintes religiosos), es de los directores más respetados del séptimo arte. Días de cielo (1978), Malas tierras (1973), La delgada línea roja (1998), El Nuevo Mundo (2005) (para mí, la más decepcionante) y ahora la esperadísima El árbol de la vida (2011), componen toda la filmografía de este director, tan breve como intensa.

 

Que nadie espere de El árbol de la vida (2011) una narración cinematográfica al uso, porque no la encontrará. Que nadie vaya a entenderla en toda su dimensión en un primer visionado, porque la ve a resultar imposible. El árbol de la vida (2011) hay que sentirla, dejarse llevar por una catarata de imágenes que conducen a una catarsis cósmica y mística, porque de eso va la película, del cosmos, lo más grande, al ser humano, una insignificancia dentro de ese orden universal que, por mucho que se rebele y quiera dominarlo, no es más que una pieza irrelevante.

 

Terrence Malick, con una forma novedosa de hacer cine, con sus elegantes travelings circulares alrededor de sus personajes, orbitándolos como las estrellas alrededor del sol, transita en su último film del microcosmos, el de una familia de Estados Unidos en los años cincuenta, de la que hace una brillante y emotiva radiografía de las relaciones de padres e hijos, de un padre más bien rígido (un Brad Pitt sencillamente extraordinario a medida que va perdiendo sus rasgos de candorosa belleza y los años van endureciendo su rostro), una madre angelical y todo espíritu amoroso (Jessica Chastain) y unos niños encarnados por unos actores infantiles de sorprendente expresividad, al macrocosmos, el origen de la vida, del universo, las explosiones solares, el big bang.

 

En El árbol de la vida (2011), sin lugar a dudas su película más ambiciosa, y, también, la más arriesgada, Malick condensa toda la filosofía que encontrábamos en sus películas anteriores, mucho más narrativas y convencionales que ésta, el dilema hombre / naturaleza, hombre imbricado en el proceso natural, formando parte de ese orden interno, un panteísmo con formas de filosofía new age que articula a través de un carrusel de imágenes que van del deslumbramiento de los más grande, el nacimiento de las estrellas, a la ternura ante lo más pequeño, ese padre que mira arrobado al bebé recién alumbrado por su esposa.

 

No hay diálogos, o estos son bastante nimios; no hay, tampoco, un guión rígido, porque Malick, en un momento determinado del film, se evade del presente para retroceder unos cuantos millones de años e ir a la creación del mundo; y sí hay pensamientos, muchos, a veces dispersos, inconexos, con una utilización sabia de la voz en off, voces interiores, manifestadas en suaves susurros, píldoras filosóficas que se complementan con imágenes de una belleza deslumbrante que van desde las explosiones solares a la caída del agua de las cataratas de Iguaçú, pasando por el salar de Uyuni en Bolivia (el mismo de Blackthorn. Sin Destino (2011), otra película reciente) o el espectáculo de las enormes olas hawaianas filmadas desde la arena del fondo o la explosión brutal de un volcán.

 

El árbol de la vida (2010) no es una película sino una sinfonía de imágenes e ideas de una riqueza y hondura considerables que requieren una, dos, tres, muchas visiones para captarla en toda su enorme complejidad. Un monumento cinematográfico que remite, en algunos de sus momentos, a una de las obras cumbres de Stanley Kubrick, 2001: Una odisea del espacio (1968). Lo que en Kubrick era fría racionalidad en su forma de abordar las películas, en Malick es lirismo desbordante con el que envuelve su mensaje filosófico y religioso.

 
El árbol de la vida (2011) se estrenó en España el pasado 16 de septiembre de 2011.
 

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