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No te signifiques (33)

Por Jorge Díaz.

 

Un hombre merodea entre las estanterías del VIP’S. Es viernes por la mañana. Fuera hace un frío de otra época y ha nevado como si Madrid fuera Estocolmo, el hombre ha tenido que sacar del armario las botas de montaña que hacía años no calzaba para no resbalarse por las calles heladas. Lleva chaquetón de paño azul, bueno, caliente, también bufanda y gorra… Hoy el frío le da igual, tiene un objetivo. Antes de entrar en el VIP’S ha escudriñado los escaparates de varios grandes almacenes, sin éxito. Ni en El Corte Inglés, ni en la FNAC, ni en La Casa del Libro ha encontrado lo que buscaba. No importa, nada le va a hacer desistir. El hombre ha decidido desafiar al frío.

 

Por fin allí, en el lugar que identificaba con las tortitas con nata que nunca comió y con la ensalada con pollo y cebolla crujiente de la que se hartó, lo ha visto. Respira hondo…

 

Intenta que nadie se fije en él, simula leer algunos libros, pero podrían estar del revés sin que él se diera cuenta, son libros que sólo le interesan como patético camuflaje. En realidad, sólo tiene ojos para uno de los volúmenes expuesto a la curiosidad de la gente.

 

Es un libro en tonos azules, con una foto muy antigua, coloreada, en la portada. La foto muestra una montaña, un mar, una playa llena, unos coches que pasan sin dar sensación de movimiento, un ciclista, unas bonitas farolas, un pedazo de acera compuesto por pequeñas piedras a la manera portuguesa… Pese a los años transcurridos, el hombre que ha desafiado al frío sabe perfectamente desde dónde está hecha la foto, ha estado allí muchas veces. Probablemente sea el lugar que más le gusta del mundo.

 

Es la foto que ha escogido como portada de su libro. De su novela. De su primera novela.

 

El hombre que se mueve entre las estanterías, procurando que nadie se fije en él, mira su novela con orgullo. Le gustan el título, la portada, la foto de la playa, hasta se ve guapo en la contraportada. Si observara a un hijo recién nacido en una cuna, a través de un cristal, con decenas de niños junto a él, no estaría tan orgulloso. O quizá sí, no sabe.

 

Una mujer se acerca al libro. Lo coge y lo ojea. Al hombre que merodea el corazón se le dispara. Pero la mujer vuelve a dejarlo en el montón, mira dos o tres más y se decide por una novela de un sueco muerto con un título muy largo. Se acerca a caja, paga y se va. El hombre que ha desafiado al frío la odia, con un odio llevadero y poco intenso. Con un odio cariñoso en el fondo, por lo menos le cedió unos segundos de su tiempo.

 

Quizá haciendo su libro más visible fuera más fácil, piensa…

 

El escritor novel vence su vergüenza, toma con disimulo dos ejemplares y los coloca sobre sendas montañas más altas que la suya propia. Tapa el libro del sueco y otro escogido al azar. Vuelve a su penoso escondite: el hombre que merodea tiene un tamaño considerable, muy por encima del de la media de su especie, y sería incapaz de ocultarse en una librería aunque le fuera la vida en ello, mucho menos en un lugar que vende libros pero también peluches, huchas de Hello Kitty, botellines de agua mineral y toblerones.

 

Un empleado de seguridad se fija en él, pero no le dice nada. El hombre que merodea imagina que si sigue allí no tardarán mucho en recriminárselo, tal vez en llamarle ladrón. Levantaría entonces su novela y le daría dramáticamente la vuelta, para que el empleado viera la foto del autor y su cara y le pidiera disculpas. Durante unos segundos disfruta del posible momento teatral y desea ser descubierto…

 

Necesita que alguien se lleve su libro, pagándolo, robándolo, es igual… Hasta ese momento no se considerará escritor.

 

Entonces entra otro hombre, va derecho hacia su obra, la coge y levanta la vista. Las miradas de los dos hombres, del comprador y del que merodea, se encuentran.

 

–          Hombre, hola…

 

–          Hola, estaba…

 

No se le ocurre nada decoroso al hombre que casi ha vencido al frío con sus botas, su chaquetón, su gorra y su bufanda…

 

–          No te preocupes, te prometo que no le contaré a nadie que te encontré espiando quién compraba tu novela… ¿Me la firmas?

 

 

 

Quiero felicitar a todos mis amigos que han publicado novela los últimos meses o la publicarán los próximos. Y a los que lo intentan aún sin éxito. Por ridículo que sea lo que hagan el día que aparezca, nunca llegarán a mi nivel. Enhorabuena a todos…

 

–          ¿Ésta es tu columna de esta semana? Patética…

 

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