Peleando a la contra: El asesino dentro de Jim Thompson
Por Juan Carlos Vicente
Mirar a los ojos de Jim Thompson debe ser como mirar a los ojos de Lee Marvin. Son ese tipo de miradas, etílicas y desconfiadas, que parecen guardar una violencia innata que podría estallar en cualquier momento.
Su literatura es igual.
Si hubiese que citar una influencia tanto en la vida como en la literatura de Thompson, no cabe duda de que la figura de su padre fue la mayor de ellas. Su estilo de vida, su capacidad para tocar fondo y arañar el suelo, y para acercarse al sol hasta arder como un Ícaro empapado en bourbon, son tan paralelas que sólo el hecho de la escritura parece separarlas y unirlas a partes iguales.
Su padre, sheriff corrupto de Oklahoma, perdió las elecciones a las que se había presentado por el Partido Republicano el mismo año en que Jim nació. Tal vez Thompson nació en la vorágine de una derrota y eso quedó grabado en su destino como una grieta legada de padre a hijo. Luego vendrían la huida a Méjico de toda la familia, las explotaciones petrolíferas en Texas, la abundancia y finalmente la pobreza que acompañó a su familia hasta el fin de sus días. Esta situación hace que comience a trabajar joven. Primero escribiendo historias de serie negra en un periódico local, y más tarde compaginando este trabajo con otro de botones. Incapaz de mantener el ritmo que le exigían los trabajos, su ya incipiente alcoholismo y una complicación pulmonar, abandona todo y, tras un periodo de convalecencia, comienza una etapa de vagabundeo en la que recorrerá Tejas trabajando en la construcción, oleoductos y cualquier trabajo físico que le ofrezcan. Este periodo de factótum será reflejado en muchos de los personajes de sus novelas.
Vuelve a trabajar escribiendo historias basadas en casos reales que su madre le facilita de las páginas de sucesos. Esta relación, algo edípica y morbosa, unida a la relación con su padre y su abuelo, una relación en la que el alcoholismo, la imagen de la autoridad como algo fácilmente corruptible y, en general, el estilo de vida excesivo, provocan que los estereotipos familiares al uso, no acaben de ajustarse a la propia vida de Thompson, el cual, cuando se casa y forma su particular familia, compuesta por mujer y tres hijos, se ve abocado a la búsqueda de placeres y diversiones fuera del seno familiar, las cuales, serán una constante en su vida marital.
Podría decirse que Thompson estaba en una constante huida al igual que su padre. Una huida de las propias cargas familiares y de la presión que una autoconciencia cruel es capaz de imponer. Sus aventuras amorosas no son nada más que el intento de escapar de la vida que el mismo se ha construido, una vida que tiene como filtro su propia insatisfacción. Al comienzo de su carrera como escritor de novelas y no de pequeñas historias, promete a su padre que irá a sacarlo del sanatorio dónde se haya recluido, en un plazo máximo de un mes, pero, tras una borrachera brutal por la que es ingresado varios días, la promesa y el plazo se extinguen provocando que su padre decida suicidarse. Esto es sólo una de las muchas muestras de lo excesivo del carácter de Thompson, capaz de escribir dieciocho novelas en doce meses, ser contrabandista durante la Ley Seca, guionista de Kubric en Senderos de Gloria o Atraco perfecto, y a la vez, parecer un alcohólico de una de sus muchas novelas.
Poseedor de un estilo directo sin resultar minimalista con absoluto control del párrafo de siete a diez líneas, integra desde el lenguaje (a través del diálogo y el argot) de los bajos fondos una visión del mundo en la que toda figura de poder puede ser corrupto y todo inocente sólo lo es en apariencia. Las mujeres nunca suelen salir bien paradas en sus novelas, y los hombres, la gran mayoría personajes con conflictos psicológicos sin resolver y a los que la ira les acaba dominando tarde o temprano y muchas veces de manera extrema, son castigados sin ningún tipo de piedad. En realidad no es literatura para todos los públicos, ni para todos los estómagos. Novelas como Hijos de la ira puede que en su día fueran el germen de obras actuales como Knockemstiff, de Donald Ray Pollock, en las que temas como la bebida, las adicciones en general, la pederastia y el maltrato son parcelas comunes y oscuras en las que el terror escupe tabaco de mascar a nuestros pies.
Su prosa, o sus adaptaciones al cine, forman parte del colectivo cinematográfico y literario grabado en nuestra retina, aunque no siempre lo sepamos. Sin ir más lejos su novela La huida, fue adaptada al cine por el director Sam Peckinpah en 1972 y protagonizada por Steve McQueen y Ali MacGraw. Solo alguien como Peckinpah podría captar la violencia implícita en los personajes de Thompson. La última de sus novelas adaptada a la gran pantalla ha sido El asesino dentro de mí, a cargo de Michael Winterbottom, la cual guarda no pocas similitudes con 1280 almas, la que está considerada como la mejor de sus novelas. En ambas, un sheriff con apariencia inofensiva, sin escrúpulos y psicótico, desata un infierno en la vida de los protagonistas, los cuales, directa o indirectamente, acaban formando parte de un plan ejecutado sobre la marcha en el que la única solución posible es el silencio a través del asesinato.
«Hay 32 maneras de escribir una historia y yo las he usado todas, pero solo hay una trama: las cosas no son lo que parecen». Jim Thompsom.