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La que nos espera

Por Javier Lorenzo.

 

 

Pablo Álvarez ©

Este bloj es un despropósito. Un malentendido de principio a fin. Un engendro del que nada bueno puede salir. Y si no, al tiempo.
 

 

Para empezar, yo no soy Javier Lorenzo, el que firma ahí arriba. Mi verdadera identidad debe permanecer en secreto y sólo en un caso excepcional y de extraordinaria gravedad podría desvelarse, para pasmo y aun escándalo de muchos. El tal Javier Lorenzo está recluido voluntariamente en una institución mental de la que ha hecho firme propósito de no salir –un ejemplo extremo de misantropía y repulsión social- y hace unos meses acordamos que él me prestaría su nombre para que yo pudiera decir en estas líneas lo que me viniera en gana. El personaje –un escritorzuelo de gastadas ínfulas, un tribulete de medio pelo que tuvo discutibles momentos de gloria en periódicos y radios del amarillismo más repugnante y la derecha más reaccionaria- tiene pese a todo una agitada y atribulada historia, pero no es el momento de relatarla y, si acaso, ya se irá desgranando con el tiempo. No voy a perder ahora más energías con un anacoreta medio loco.

 

Continuemos con los despropósitos. El título tampoco iba a ser el que aquí aparece, que es de un plebeyo que da grima. Yo apostaba por algo más rimbombante, enjundioso e incluso mitológico. Algo del tipo “El Parnaso de los blojs”, “Esperando en el Valhalla” o, en un alarde de sensibilidad cristiana, “El Limbo del querubín”. Pero hete aquí que Roger mandó a paseo mis buenos propósitos.

 

Haré las presentaciones. Roger es mi mayordomo. La única herencia que recibí de mi bisabuelo. Su apariencia es la que se le supone a todo mayordomo y, como no podía ser de otro modo, es inglés. Pero sus funciones van más allá de preparar el té de las cinco, almidonar el cuello de mis camisas o exclamar unos “¡Oh, my God!” que quitan el hipo. En su testamento, mi bisabuelo lo dejó meridianamente claro: “Y para mí bisnieto X –les recuerdo el secreto sobre mi identidad-, ya que no tiene conciencia, aquí le entrego una”. Maldito tacaño cabrón.

 

He de admitir que, con el tiempo, no fue un obsequio tan malo como parecía. Sobre todo desde que me diagnosticaron una rarísima enfermedad degenerativa que me abocó a una silla de ruedas y que mantiene mis constantes vitales apenas por encima de una zanahoria. Así pues, es Roger quien me lleva y me trae, quien se ocupa de cubrir casi todas mis necesidades –recalco lo de casi todas- y el que, en definitiva, hace posible que yo siga respirando. A cambio, estoy convencido de que disfruta a rabiar con esta situación, pues en mi estado me es imposible huir de sus admoniciones, letanías y monsergas y tampoco puedo impedirle que haga conmigo lo que le salga del bombín.

 

Y así fue como surgió ese abyecto título. Acabábamos de entrar en uno de los numerosísimos saraos a los que me invitan –al fin y al cabo, en la vida real soy una celebridad- e íbamos discutiendo acerca del lema que campearía sobre este bloj. Ya digo que yo andaba por entonces que si el Parnaso, que si el Valhalla, que si el Limbo… Pero de pronto, junto a una mesa todavía provista de canapés –cosa insólita- observé a tres mujeres de hermosa estampa que me miraban con golosa curiosidad. Sin girarme hacia él, sólo dije: “Roger, a mí con ésas”. Pero el muy felón no sólo pasó de largo, dejándome con un palmo de narices, sino que además, al día siguiente, vino hacia mí con toda ceremonia y me comunicó que ya había anticipado el título a los responsables de esta revista. Imaginen mi estupor y desagrado ante la noticia, pero poco podía hacer para cambiarlo. Cuando uno se impone una tarea, no puede mostrar sus dudas desde el primer instante. Por supuesto, eché sobre él toda clase de pestes e injurias pero, flemático como siempre, me respondió:

 

– ¿Y de qué tiene previsto escribir el señor?

 

– Pues aún no lo sé, pedazo de hereje. Supongo que me iré por las ramas de la cultura, como sutilmente percibo en el nombre de la revista. En todo caso, con ese título ahora no me quedará otro remedio que ser procaz, descreído y hasta jactancioso.

 

– Pues discúlpeme el señor, ¿pero es que de haber escogido otro título escribiría con un estilo distinto a ése?

 

Y ahí me tuve que callar. Cómo me conoce el muy jodío.

 

La que nos espera.

 
 

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