La vejez en pantalla: más allá de las canas y achaques
Por Aurora Pimentel Igea.
Ser viejo no es quizás lo que era. Para empezar, porque en el mundo rico lo somos bastante más tarde. Aunque también lo somos más tiempo al vivir más años, la vejez se ha prolongado. En cierto sentido puede decirse que hay gran diversidad en la vejez hoy, ancianidades de independencia y actividad, y otras donde los achaques físicos y/ o mentales son abundantes.
¿Cómo ha tratado el cine a la vejez humana? ¿De qué modo refleja sus distintas variantes, la independiente y la dependiente, las relaciones afectivas y sociales, el proceso de deterioro y la lógica cercanía de la muerte a la que todos estamos abocados?
Esta es una relación no exhaustiva de películas que tratan sobre la vejez desde distintas perspectivas y tonos, comedia o drama, películas románticas y hasta de aventuras o dibujos animados, hay de todo.
¿Podríamos no envejecer? Aunque sin duda no es la más importante, me viene a la cabeza Cocoon (1985), de Ron Howard, en la que unos extraterrestres disfrazados de humanos y con el secreto de la juventud se encuentran con unos ancianos. Es memorable tanto la escena del rejuvenecimiento–y a lo que se atreven luego los jubilados- como la disyuntiva final de abandonar la tierra o quedarse aquí con achaques y la muerte cercana. Mucho antes Horizontes lejanos (1937), dirigida por Frank Capra, una película apasionante sobre la novela de James Hilton, había planteado esa utopía de no envejecer, pero esta vez en un lugar terrenal y paradisíaco llamado Sangri-La, y también un dilema similar ¿irse de ese lugar donde nunca se es anciano o quedarse? Es tangencial el tema de la vejez en esta última, pero vale la pena la mención por la película –todo un clásico-, como por el mítico lugar donde ni médicos hacían falta. Del mismo Hilton era Goodbye Mr.Chips que también se llevó al cine en 1939 y en 1969 y que planteaba la vida de un profesor cada vez más viejo, se lloraba a mares y se acababa muy relajado, otro clásico ya en las dos versiones cinematográficas, también de corte capriano.
Otra de las grandes por uno de los grandes es Fresas salvajes (1957), de Ingmar Bergman. Viniendo de éste lógicamente un drama. Y como el maestro los hacía, sobrio y profundo. Aborda la vejez desde la revisión de la vida. Es otra de las que hay que ver, aunque conviene no estar deprimida antes, verla con buen tiempo, acompañada, o con un güisqui doble en la mano.
Una de mis favoritas sobre viejos es Una historia verdadera (1999), de David Lynch, donde un anciano se embarca en un viaje en su cortacésped para hacer las paces con su hermano. El protagonista es un anciano rural yanqui viviendo en su casa, algo relativamente raro en comparación con lo que es frecuente en los países que curiosamente nos llamamos civilizados. Por cierto, para muchos de los españoles que tenemos más de cuarenta años nuestro primer contacto con un lugar así fue precisamente viendo películas americanas. Nos chocaba mucho de niños y jóvenes la costumbre entonces anglo, para que se vea lo que ha cambiado el panorama.
En el estanque dorado (1981), de Mark Rydell, es otra de las mejores películas sobre qué es hacerse viejo, con Henry Fonda y Catherine Hepburn como matrimonio de ancianos, ella “cacatúa” y él gruñón y llevándose de pena con su hija real y cinematográfica, Jane Fonda. No sólo trata sobre el temor y la inseguridad que da el hacerse muy mayor –la escena del miedo al desorientarse en el bosque, por ejemplo-, sino también sobre la gran diferencia que es estar acompañado por alguien que todavía te quiere.
Hay dos películas relativamente recientes que creo que tratan de la vejez y de otros cascarrabias o hasta bordes de un modo relevante. Y es que realmente hay viejos que se las traen aunque se llamen Clint Eastwood, cerca entonces de cumplir los 80 años. Gran Torino (2008) dirigida e interpretada por él cuenta a mi entender algo interesante respecto a la vejez: cómo es posible cambiar de opinión siendo muy mayor, además de un tipo decente y fundamentalmente honrado. La otra, Up (2009), de dibujos animados, retrata a un vejete que ha perdido a su mujer y al que persigue un boyscout que quiere ayudarle y con quien emprende un curioso viaje. Me encanta, y no solo porque el anciano solitario sea calcado a Spencer Tracy, que lo es, me parece una película para todas las edades, no para niños solo, convivencia intergeneracional asegurada.
Space Cowboys (2000) con Clint y otros viejitos astronautas, y Burt Munro: un sueño, una leyenda (2005) son otras dos películas realmente memorables, especialmente la última, un biopic apasionante protagonizada por Anthony Hopkins en el papel del neozelandés amante de la velocidad. No hay que perdérsela si se cree que siempre estamos a tiempo de cumplir un sueño, aunque haya que aguantar sonrisitas condescendientes, menudo era Burt, un fiera, los deja con la boca abierta.
Todos están bien (1990) de Tornatore es un relato triste con Mastroniani como viejo emprendiendo un viaje a la búsqueda de sus hijos, excelente película con un remake americano de 2009 con Robert de Niro. Más amarga la europea, claro.
También sobre un viaje trata Regreso a Bountiful (1985) excelente cinta dirigida por Sarah Polley e interpretada por Geraldine Page, un más optimista retrato de la ancianidad. Paseando a Miss Daisy (1989) y Mis tardes con Margueritte (2010) son otras dos películas estupendas con anciana, donde se puede ser ligeramente pelmaza o un verdadero encanto, depende de cómo nos dé el aire al ir cumpliendo años. Pero el cambio es posible siempre, hay esperanza para la convivencia, la amistad o hacer un lector ávido de quien pensaba que los libros no eran para él. Ya digo que valen la pena ambas.
Entre las tristes o dramas, más bien melodrama, está otra muy antigua, un tesoro como una casa, Dejad paso al mañana (1937) de Leo McCarey, una preciosidad por la que el tiempo no ha pasado. Cuenta la historia de un anciano matrimonio que tiene que vivir separado por razones económicas. De gran actualidad pese a los más de 70 años que han pasado, impresionante la maestría de Carey al hacerla.
Dentro del género, si así pudiera llamarse, de películas sobre ancianos o con ancianos, habría un subgénero dedicado a la demencia senil y otras enfermedades parecidas, pero creo que son temas no intercalables, ancianidad y Alzheimer, aunque las películas El hijo de la novia (2001) de Juan José Campanella, Y tú ¿de quién eres? (2007) de Antonio Mercero y Mi padre (1989) tratan sobre este tema, la primera más tangencialmente, las tres remarcables por guión e interpretación.
Aunque espero que haya segunda parte sobre “La vejez en pantalla”, porque son muchas más y ya me he quedado sin espacio, cierro con dos joyas en formato diferente al largometraje de ficción.
La primera es un documental que me encanta, Buena Vista social club (1997) de Wim Wenders, parece que la música buena está en manos de personas en su mayoría ancianas, solo comparar a los que salen aquí con, por ejemplo Lady Gaga, te da un espasmo.
La segunda es el cortometraje japonés de dibujos animados La casa de los pequeños cubos (2009) de Kunio Kato (disponible en su totalidad en el canal de videos YouTube) donde los recuerdos de un anciano se sumergen y pueden ser buceados, una delicada historia llena de metáforas premiada con el oscar al mejor corto animado.
“Y tú ¿de quién eres?” es una canción de No me pises que llevo chanclas. La película de Antonio Mercero sobre el Alzheimer se llama “¿Y tú quién eres?”.